viernes, 2 de noviembre de 2018

La muerte es pavorosa (Segunda parte)

¿Es la muerte nuestro final?
 La única certeza común a todos los individuos es
la  muerte.  [ ... ]   ¿Por qué parece entonces tan 
terrible?  Por el ansia ancestral de no desaparecer
enteramente, por la arrogante manía de permanecer,
por las dudas sembradas  a lo largo de fes inverosímiles
no confirmadas nunca.   -Antonio Gala - 


Como vemos, nada más cuestionable, controvertible. Siempre se pondrá en duda si morimos del todo y para siempre Es de gran complejidad, enmarañado, difícil, el tema de la muerte. Tanto es así que no es solo asunto de Religión -y son varias, se dividen y subdividen, las religiones-, sino también de la Ciencia Ésta se opone al Creacionismo, o explicación bíblica de los orígenes del mundo y del ser humano., el Génesis, y adopta el Evolucionismo, o formación de la vida por evolución. 

Si de la Ciencia pasamos a la Filosofía, no nos permiten los filósofos con sus concepciones al respecto, pensar que la muerte no sea nuestro final. Probablemente lo revisaré en un artículo sine die; ahora bien, no dejaré de exponer aquí la opinión que el ya citado Schopenhauer tiene al respecto, y es: 
El que ahora, después de no haber existido un tiempo infinito, deba continuar durante toda la eternidad, es una hipótesis excesivamente audaz, Si, en mi nacimiento, vine y fui creado de nada, es muy probable que, en la muerte, vuelva a ser nada. Duración infinita a parte post, y nada a parte ante, no concuerdan. Solo lo que es primordial, eterno, increado, puede ser indestructible.
Dejemos a Teresa de Cepeda y Ahumada, obsesa a lo divino, en su 'Muero

El problema del cuerpo y el alma. 

Una de las acepciones que de la muerte da el diccionario de la RAE es, como punto 1. 'Cesación o término de la vida'. 2. 'En el pensamiento tradicional, separación del alma y el cuerpo'. De lo más dubitativo es el dogma de la resurrección de la carne. 'En ningún punto la fe cristiana encuentra más contradicción -San Agustín dice- que en la resurrección de la carne'. Se acepta muy comúnmente que después de la muerte, la vida de la persona continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este cuerpo tan manifiestamente mortal pueda resucitar a la vida eterna? 

En el Catecismo de la Iglesia Católica, del Concilio  Vaticano II,   dice literalmente el punto 997: 
¿Qué es resucitar? Es la muerte, la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.
Spinoza fue el primer filósofo que pensó en el alma y el cuerpo como una misma cosa. De ser una misma cosa, no cabe separarse. ¿En qué parte del cuerpo está el alma? Ningún gran anatomista lo sabe. La RAE lo define como: 1. 'Principio que da forma y organiza el dinamismo vegetativo, sensitivo e intelectual de la vida'. 2. 'En algunas religiones y culturas, sustancia espiritual e inmortal de los seres humanos'. 

Continuando con la resurrección, sigamos viendo qué nos dice el Catecismo. Nos informa de 
¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto.: "los que hayan hecho el bien  bien resucitarán para la vida , y los que hayan hecho el mal, para la condenación". (Jn.5,29; cf Dn 12.2). 
Y en el punto siguiente -999- viene lo fundamental. lo básico, lo principal: No resucitaremos en nuestro cuerpo.
¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc24,39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su propio cuerpo, que tienen ahora" (Cc. de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp. 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44).
Con el punto siguiente (1000) tampoco llego a captar
Este "como" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. 
En cambio es perceptible para cualquier intelecto el 1007.
La muerte es el final de nuestra vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas : el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida. 
¿Quién lo ignora? Es visible para el más ignorante. Así como la mente más privilegiada, en múltiples temas de la Religión -de la católica y de otras-, ha de limitarse a la fe. Pero Einstein dice: 'No puedo aceptar ningún concepto de Dios basado en el miedo a la muerte o en la fe ciega. ¿Por qué, digo yo, aboga tanto el clero a la fe? Hay que rechazar la llamada <fe del carbonero> 

Religión y Ciencia. 
 La ciencia sin religión esta coja, y
la religión sin ciencia está ciega.
               - Einstein -

La Ciencia rechaza de plano el Génesis. Robet M. Hazen y James Trefil exponen en su libro 'Temas científicos': 
La historia bíblica de la creación tiene una gran belleza poética y un gran poder metafórico. La historia bíblica de la creación (religión) y la historia de la evolución (ciencia) tienen maneras diferentes y complementarias de responder a cuestiones acerca de los orígenes de la vida y de los humanos.
Bajo el punto de vista de la ciencia la muerte es nuestro final, y así lo manifiesta, por ejemplo, Stephen Hawking, físico, astrofísico, cosmólogo, británico -fallecido en marzo de este año-, dejando en mal lugar los dogmas de nuestra Iglesia  y de alguna otra. ¡Ay del Credo! Él afirma: 'Creo que creer en la vida después de la muerte es una ilusión'. 

Al poeta Amado Nervo, de gran misticismo, no deja de inquietarle el Más Allá. En 'El arquero divino' escribe: '¡Pensar que los dos seres más hondamente íntimos de mi ser: mi madre y la mujer que me amó, saben ya, desde años, el misterio de la muerte, y no pueden descubrírmelo ...!'. Pues no, nunca lo supieron Ana Cecilia Luisa Dailliez, su 'Amada Inmóvil', desapareció para siempre, y como desaparecemos todos, cuando ocupó su última morada: nicho 213 de la Sacramental madrileña de San Lorenzo y San José. 

El amor y la muerte. 
Si nada nos salva de la muerte, al menos que
el amor nos salve de la vida.  -Pablo Neruda - 
 
En 'El sentimiento trágico de la vida', establece Unamuno similitudes con la muerte. Escribe: 
Es el amor lo más lo más trágico que en el mundo y en la vida hay; es el amor hijo del engaño y padre del desengaño; es el amor el consuelo en el desconsuelo, es la única medicina contra la muerte, siendo como es de ella hermana. [...] Porque lo que perpetúan los amantes sobre la tierra es la carne de dolor, es el dolor, es la muerte. El amor es hermano, hijo y a la vez padre de la muerte, que es su hermana, su madre y su hija.
Nuestro pensador, que enlaza el amor con la muerte, se preocupa intensamente por su destino, y en dicha obra expone: 
¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea, y qué significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no definitivamente.
Analiza posibilidades
Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido. Y hay tres soluciones: a) o sé que me muero del todo, y entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una ni otra cosa, y entonces la resignación en la desesperación o ésta en aquélla, una resignación desesperada, o una desesperación resignada, y la lucha.
Unamuno, en fin, analiza y analiza sobre Dios y la muerte, y en este referente vive en la duda como deja constancia en varias de sus composiciones, tal el 'Salmo II', con estos versos: 
Fe soberbia, impía / la que no duda, / la que condena a Dios a nuestra idea. [...] La vida es duda, / y la fe sin la duda es solo muerte. / Y es la muerte el sustento de la vida, / y de la fe la duda.
 O esta otra titulada 'Hay que recoger la vida': 
Hay que recoger la vida, / la que se nos va / cual se nos vino, escondida / del más allá al más acá. / Y se va por donde vino. / Embozada en el misterio, / va abriéndose su camino, / mira siempre al cementerio. / Hay que recoger la vida / que otra vez ya no vendrá, / como o se nos va escondida / del más acá al más allá.
No sé la fe que tendría Gustavo Adolfo Bécquer en la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne; como cristiano que era, rezaría el credo. Lo que todos sabemos es cuán grandemente le impresionaba la muerte. Esa rima LXI : 
[Melodía ,. Es muy triste morir joven, y no contar con una sola lágrima de mujer] Al ver mis horas de fiebre / e insomnio lentas pasar, / a la orilla de mi lecho, / ¿quién se sentará? -[...] Cuando la campana suene / (si suena en mi funeral) /una oración, al oírla, / ¿quién murmurará? - Cuando mis pálidos restos / oprima la tierra ya, / sobre la olvidada fosa, / ¿quién vendrá a llorar? - ¿Quién en fin, al otro día, / cuando el sol vuelva a brillar, / de que pasé por el mundo / quién se acordará? 
No le oprimió la tierra, pues fue enterrado en un nicho de la Sacramental de San Lorenzo y San José en aquella víspera de Nochebuena de 1870. Aquí, en el Patio del Cristo, nicho 470, quedó, cementerio en el que había ocupado otro nicho unos tres meses antes su inseparable hermano Valeriano,  en tanto ambos fueron en 1913 a su Sevilla natal, capilla de la Universidad, pasando en 1972 al Panteón de lo Sevillanos Ilustres. Pasaron a ser muy visitados, ¡y hoy día que apenas se visitan los cementerios! Ya el poeta se dolía de la soledad de los muertos. Una de su más conocida Rima es la que suele ser clasificada como la LXXIII, dedicada a la hija del general Narváez 

Murió Consuelo en Aranjuez el 21 de abril de 1864 a los diecisiete años de edad. En la biografía 'Narváez y su época', de Jesús Pabón y Suárez de Urbina, podemos leer el capítulo 'La hija de Narváez'. He aquí dos fragmentos, uno sobre la ocultada madre -solo era conocida como hija de Narváez- y otro sobre la aludida rima.
En un viaje a Loja, en el panteón de Narváez, ante la lápida de Consuelo, rodeado de autoridades e intelectuales, discurrió sobre el misterio de la niña. Digo, a media voz: <¡Creo que fue hija de Mamá Concha!> / Todos se sublevan: <¡Mamá Concha era una santa!> / Les aplacar diciendo: <Esa es la razón de la ira de ustedes y del silencio guardado por todos los suyos.> Pregunto: <¿Imaginan ustedes por qué la señora X de Campos no me deja ver el retrato de Mamá Concha joven, y el de Consuelo a los dieciséis años?> 
Uno de mis acompañantes habla, en un murmullo, por primera vez: <Sí: por lo que se parecen.>
Tras la muerte de Consuelo. 
Cuatro años vivió Narváez -y dos veces gobernó- desde que Consuelo quedó depositada en el panteón de Loja, a la espera de la compañía de su padre.
Un joven poeta, protegido de Narváez y de los, dejó unos versos -que todos conocemos de memoria- y que parecen registrar el estado de ánimo del duque de Valencia y el de cuantos conocen la vida y la muerte de Consuelo:
En las largas horas / del helado invierno, / cuando la maderas / crujir hace el viento / y azota los vidrios / un fuerte aguacero,/ de la pobre niña / a solas me acuerdo. 
Pasajes tiene esta composición emotivos, muy impactantes, sensibles, calan en nuestra mente. Ya su estribillo nos apena: -¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos! Esta Rima termina así:
¿Vuelve el polvo al polvo?/ ¿Vuela el alma al cielo?/ ¿Todo es sin espíritu, / podredumbre y cieno? / No sé; pero hay algo / que explicar no puedo, /algo que repugna/ aunque es fuerza hacerlo, / el dejar tan tristes, / tan solos los muertos.
<Todo es mortal> fueron las dos últimas palabras que pronunció Gustavo Adolfo Claudio Domínguez Bastida, es decir, Gustavo Adolfo Bécquer 

Mucho es de temer que lo sea el alma humana -y qué decir del instinto de los animales irracionales-. El novelista psicólogo por excelencia, Dostoievski, dice: 'Hay una sola idea superior en la tierra: la de la inmortalidad del alma humana. Todas las demás ideas de las que puede vivir el hombre surgen de ella'. En efecto, esta idea lleva inherente la de Dios; ahora bien, su existencia no implica de un modo indefectible la inmortalidad del alma y menos aún  la resurrección de la carne. Ya vemos que ello a lo largo de la historia ha sido -continuará siéndolo sin duda- un debate sin fin. Yo coincido, pues no puedo dejar de comprometer mi opinión personal, con el inventor estadounidense Thomas Edison, el cual expone: 'No puedo creer en la inmortalidad del alma. No, todo lo que se dice sobre la existencia después de la tumba está mal. Es sólo el producto de nuestra tenacidad hacia la vida. Nuestro deseo d seguir viviendo. Nuestro pavor de llegar al final'. 

La vida se puede amar más o menos, según nos vaya en ella, pero la muerte causa pavor. Éste llega a tal extremo que a Cicerón le lleva a exclamar: 'Si estoy equivocado en mi creencia de que las almas de los hombres son inmortales, me alegro de mí error, y no quiero que, mientras yo viva, nadie me saque de este error que me hace dichoso'. Sócrates no duda de estar equivocado y proclama tajante, concluyente, que 'Las almas de todos los hombres son inmortales, pero las almas de los justos son inmortales y divinas'. Ahí es nada. 


  

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