viernes, 22 de febrero de 2013

Los Reyes Católicos no fueron tan honrados ni tan benevolentes




A Fernando de Trastámara Enriquez y a Isabel de Trastámara Avis mucho les ha servido para su buena fama a lo largo de la Historia el apelativo de Reyes Católicos, pero uno y otra juntos, y también por separado, tuvieron hechos que no son muy católicos, que digamos. A su favor estuvo también su buena estrella, el hado se portó bien con ellos. Pero es irrefutable que Isabel tuvo la intención primigenia de suceder a su hermanastro, Enrique IV, y trató a todo trance de aprovecharse de las circunstancias políticas y personales surgidas. En "Castilla: negro sobre rojo - De Enrique IV a Isabel la Católica", de Manuel González Herrero, da el autor magistralmente la clave de éstas:
Las murmuraciones sobre la legitimidad o iligitimidad de la desventurada infanta doña Juana, llamada luego la Beltraneja por sus adversarios, y los infundios que incorpora Palencia, son posteriores y se ligan al desequilibrio que el nacimiento de doña Juana introduce en deteminadas combinaciones políticas del occidente europeo, en cuanto a Francia, Aragón y Castilla, en cuyo centro actúa la ambición de Juan II de Aragón y de los nobles castellanos coaligados con él y que constituirían el partido rebelde. 
Almudena de Arteaga considera la usurpación del trono por Isabel de Trastámara a su sobrina y ahijada Juana como "el pecado oculto de Isabel la Católica". No, no es un pecado oculto, más bien al que hubo tendencia a hacer la vista gorda. Se mire cómo se mire es de claridad diáfana que la legal sucesora del reino era la hija. En aras de la paz pasó el rey por aquellas horcas caudinas que fue el Tratado de los Toros de Guisando, mas hubo de revocarle después; entonces, como dice Moreno, en su Historia de España, Revocado por Enrique IV el tratado de los Toros de Guisando, y reconocida como sucesora del trono su hija Dª Juana, era evidente que Isabel I no podía llevar legítimamente la corona. Pero la llevó; a falta de la fuerza de la razón, de la legalidad, la conquistó ilegalmente mediante la razón de la fuerza. Surgió una guerra civil que duró cinco años. El citado autor hace una llamada para informarnos: 


Justo es consignar que doña Juana trató de evitarla, proponiendo que la cuestión del mejor derecho a ceñir la corona se ventilara por el voto nacional. He aquí sus palabras, tales como aparecen en la carta o manifiesto que dirigió a las cidades y villas del reino: "Luego que por los tres estados de estos dichos mis reinos, y por personas escogidas de ellos de buena fama y conciencia que sean sin sospecha, se vea y libre y determine a quién estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores y rompimiento de guerra". En la misma carta acusa la Beltraneja a Isabel I de haber producido con veneno la muerte de Enrique IV y apoderádose de sus tesoros.
Isabel apenas llegó a ella en Segovia la noticia de la muerte de su hermanastro, en Madrid, no perdió tiempo alguno para hacerse proclamar reina de Castilla  y León, así el 13 de diciembre de 1474 lo fue -no con plena satisfacción- en dicha ciudad, siendo bien acogida por algunos magnates, sus incondicionales, pero se presentó en seguida un escollo.

Muy mal llevó su consorte esta decisión hallándose él ausente, sin dar lugar a que se encontraran juntos. Tanto menos lo comprendía, correspondiendo el cetro, según él, a los varones, conforme la ley sálica. Fernando no quiso saber nada de las capitulaciones matrimoniales suscritas por él en 1469 en las que jura y promete guardar que la dicha Señora. Princesa reciba por sí todos los juramentos y pleitos homenajes de cualquier ciudad, villa, lugar y fortaleza que la dicha señora Princesa tiene y le pertenecen para después de los días del señor Rey don Enrique". No deja, por otra parte, de considerar el príncipe Fernando que al no tener sucesión Enrique IV, le corresponde el reino al ser hijo de Juan de Aragón, nieto de Enrique III el Doliente. Rápido se encaminó a Segovia, suscitando tan espinoso problema. 

Varios jurisconsultos aragoneses al frente de los cuales estaba Alfonso de Caballería, que ha sido considerado como "hombre de gran cultura, formidable dialéctico, buen latinista, muy versado en leyes, insinuante como descendiente de judios y persona de confianza del príncipe quien años adelante hízole vicecanciller, siendo ya por entonces consejero y procurador fiscal del rey de Aragón". Con este jurista aragonés contendió el cardenal Pedro González de Mendoza; se llegó a firmar una sentencia arbitral dictada por el arzobispo Carrillo y el mencionado cardenal. Los jueces árbitros fallan lo que Mendoza proponía: "El reino pertenecía de derecho a doña Isabel y por tanto a ella administrarlo, conceder mercedes y disponer de las fortalezas como cosas propias de su señorío o dominio efectivo, lo mismo que las suplicaciones para proveer mitras, maestrazgos y prioratos; a don Fernando el mando supremo del ejército, y en cuanto al gobierno de Castilla igual que el de Aragón, cuando el príncipe lo heredara, correspondería a ambos". Esta sentencia se dio en Segovia a 15 de enero de 1475, aunque todavía Fernando se sentía humillado  y continuaba con la idea de retirarse a Aragón. Finalmente, ella desplegó sus dotes femeninas (qué más da si va a ser todo para los hijos que tengamos...) y claudicó. 

Surgirá seguidamente otra gran dificultad, ya citada: la guerra de sucesión, tras de resultar fallidas las gestiones realizadas con el arzobispo Carrillo y con don Diego López Pacheco, marqués de Villena, defensores de la princesa doña Juana -Pedro González de Mendoza ya vemos que resultó pérfido-, legal heredera, porque a lo que la hermanastra de Enrique IV se negaba en rotundo -lo vino maquinando siempre- es a que la suceora de la corona fuera su sobrina e hijastra Juana. Ante tal postura de injusticia por parte de Isabel, detestable conducta al respecto, la lucha diplomática no pudo decidir la controversia por parte española ni portuguesa, y el rey de Portugal, Alfonso V, penetró por Plasencia con poderoso ejército el 25 de mayo, se desposa en ésta con su sobrina a la que consideraron reina de Castilla y León. Ya la solución había de ser manu militari, militarmente, razón del que tuviera más fuerza, y, como es notorio, la razón de la fuerza no coincidió siempre, ni mucho menos, y en este caso tampoco, con la fuerza de la razón. 

Partiendo de la ambición y falta de escrúpulos de este matrimonio, de la misma especie uno y otro cónyuge, así como de los varios indicios que sobre ello existe, nada cuesta pensar que Enrique IV fue envenenado. Leemos en Zurita:
El favorito don Andrés Cabrera quiso terciar entre el rey y su hermana, y consiguió que se viesen en Segovia llegando la cordialidad hasta cenar juntos y pasear por las calles de la ciudad, llevando el rey de la mano las riendas de la bacanea que montaba Dª Isabel [...]. Un año después (11 de diciemmbre de 1474), agravado el rey de la enfermedad que arrastraba desde Segovia, se trasladó a Madrid, y allí le sorprendió la muerte a los cincuenta años de edad, sin resolver nada concreto tocante a la sucesión. / La enfermedad de que se acaba de hablar se atribuyó por algunos a veneno que se le dio en Segovia en las fiestas y vistas que tuvo con su hermana en dicha ciudad
Una reconciliación verdadera nunca hubo por parte de su ladina y cruel hermana. Estas cualidades quedaron también puestas de relieve en los Tratados que se formularon tras la guerra. Se dio al traste -y esto es lo único no rechazable, pues, aunque indebidamente, ganaron la guerra- con el título de rey de Castilla de Alfonso V; se le obligó a renunciar a la mano de su sobrina Juana. A los enlaces matrimoniales existentes en Portugal con Castilla, se proyectaron otros -no corresponde al tema de este escrito entrar en el detalle-, he de decir que se le concedió a Juana un plazo de seis meses para que decidiese entre casarse con el príncipe don Juan, hijo único de los Reyes Católicos, o retirarse a un convento. En esta cláusula se consignaba que el infante al llegar a la edad conveniente tenía potestad de rechazar el enlace no agradándole, en cuyo caso Juana no tendría otro derecho que percibir una indemnización de cien mil ducados. Muy importante para ella que, pese a todo, los portugueses no la dejaron caer en poder de Isabel, por mucho control que ésta ejerciera. 

¿Y si era de origen tan despreciable, del adulterio de la reina, cómo querían casarla con su hijo? Hay más, ¿por qué Fernando el Católico al quedarse viudo la solicitó como esposa? Ella muy digna lo rechazó. Si optó por el claustro, quizá hubiera aceptado, aun monja, la solicitud de matrimonio (1482) de Francisco Febo, heredero de Navarra, pero, continuando con la adversidad de su destino, murió. Profesó en el convento de Clarisas y era llamada la Excelente Señora; salía frecuentemente del convento. Al fin los reyes de Portugal le dieron para vivir el castillo de San Jorge, en Lisboa, donde se instaló con magnificencia hasta su muerte en él; los reyes portugueses dejaron caer alguna que otra vez que podían volver a reclamar el derecho de la princesa. Firmaba con las palabras Yo la reina. Falleció el 12 de abril de 1530 y fue enterrada en el convento de las Clarisas de Lisboa. Dejó en su testamento sus derechos a la corona de Castilla a favor del rey Juan III de Portugal. 

A causa del terremoto del día de los Santos de 1755 en el que el ochenta por ciento de los eificios de Lisboa resultaron destruido, entre ellos importantes iglesias, se perdieron sus restos. Es, digamos, la versión oficial. Existe la de un tal Ramón Menclares -del siglo XIX-, de quien hoy nada se sabe. En la red, José Guadalajara, en su artículo "El sepulcro perdido de la reina Juana ",  lo expone así:
... un documento de 1580, durante el asedio de Lisboa por parte del duque de Alba, el cadáver de Juana de Castilla había sido cambiado de ubicación y ocultado para impedir que cayera en poder de Felipe II, que se proclamó rey de Portugal en ese mismo año. Menclares se trasladará hasta las cercanías de Lisboa para buscar el   ,pues está plenamente convencido de que el cuerpo de Juana de Castilla había sido desalojado del convento de las Clarisas de Lisboa y que, por lo tanto, se había librado de los estragos del terremoto. 
Bueno sería que así fuera y que un día se encontraran sus restos; hoy día la prueba genética sacaría de la duda que sembraron los Reyes Católicos y sus secuaces. Entre éstos fue otro traidor a la princesa de Asturias don Beltrán de la Cueva, luchando a favor de Fernando e Isabel, pese a atribuirle, en las maquinaciones para usurparla el trono, la paternidad biológica. ¡Todo fue tan burdo y tan vil! Y fue uno de los que "la vió nacer", y no metafóricamente. Con la hija de Enrique IV se practicó la inseminación artificial; consta en un documento del médico alemán Hieronymus Múnzer, que estuvo por España y Portugal sobre 1495, que los médicos constituyen una cánula de oro la cual se introdujo en la vagina de ella inyectándole el semen del rey. Era una técnica prohibida por la religión católica pero que practicaban los médicos judios que atendían a la reina.


Nace Juana de Trastamara Avis el 28 de febrero de 1462 en el palacio real de Madrid -viejo alcázar madrileño- y con asistencia de muchos espectadores -¡cosas de la época!-, de esta manera situados algunos: La reina, ayudada por el conde de Alba de Liste, se colocó de cuclillas, la postura habitual para dar a luz. A un lado de la reina, y en siguiente orden de importancia, estaba el rey, el marqués de Villena, el comendador Gonzalo de Saavedra y el secretario Alvar Gómez. Al otro lado, el arzobispo de Toledo, el comendador Juan Fernández Galindo y el licenciado Cadena. Según Almudena de Arteaga, en "La Beltraneja - el pecado oculto de Isabel la Católica", don Beltrán la tomó en brazos y la depositó en los de don Enrique. (Este detalle puede guardar verosimilitud pues que era su mano derecha, como tal valido, no he tratado de constatarlo). Ocho días después tuvo lugar el bautizo, administrado por el arzobispo Carrillo, con ayuda del obispo de Calahorra, Pedro González de Mendoza. Fueron sus padrinos el marqué de Villena y el conde de Armagnac -éste había sido enviado a Castilla por por Luís XI de Francia para firmar una alianza con Enrique IV-, y sus madrinas la marquesa de Villena e Isabel, tía de la neófita. 

Isabel la Católica por lo más mínimo mandaba detener y degollar.

Es mi tesis dejar evidente que Isabel I de Castilla lo fue ilegalmente, como asimismo presentar la dureza de ella, y a este efecto paso a referir la anécdota siguiente, la cual da, a su vez, fe de la preponderancia que tenía el cardenal Mendoza, que, siendo cada vez más importante, llegó a ser denominado "el tercer rey de España". Muy atenta Isabel a la honestidad de sus damas, cayeron en sus manos algunas cartas livianas a una de ellas por un tal Luís Ladrón, el cual al ver lo encolorizada que estaba la reina, se acogió a la protección de don Pedro. Le mandó a Alcalá para ponerle a salvo, porque él se iba a Toledo con motivo de la Semana Santa, y pasada ésta se ocuparía de arreglar tan enojoso problema. Cuando volvió se enteró de que un alcalde de Corte entró en el palacio alcalaíno y detuvo al caballero, llevándole a Valladolid donde estaban los reyes y el cardenal. Se enteró a altas horas de la noche de que el joven sería degollado a la mañana siguiente. Enojado ante el inminente crimen a perpetrarse por la reina, se vistió, a toda prisa, se dirigió a palacio, obligó a los monteros de Espinosa que le franquearan las puertas y llegó donde estaban los reyes, muy extrañados de su visita a hora tan intempestiva. Vengo -dijo- a despedirme de vuestras altezas para ir a mi casa y no volver más a la vuestra. Extrañado el rey miró a la reina, que percatándose del motivo dijo con sorna: No quiere el cardenal que haga justicia en mi tierra. -Si quiero -contestó-, mas no quiero hallarme paciente a tanta injusticia como la que vuestra alteza ha mandado ejecutar. A requerimiento de Fernando, hizo Isabel la exposición del caso; se tomó a broma el enfado de la mano derecha de ellos, y a la mañana siguiente Luís Ladrón fue puesto en libertad. 

¡Si hubiera sido tan severa con su marido y el propio cardenal!... Su matrimonio fue de gran amargura por lo que atañe a las constantes infidelidades del marido, que ella no ignoraba. Venía el disgusto, le negaba su función de esposa, luego, unas veces antes y otras después, le concedía su perdón. Y vuelta a lo mismo, ello fue periódico a lo largo de la coyunda, porque Fernando, aparte de su ludopatía, era empedernido mujeriego, de aquí que ella eligiese sus damas entre mujeres de poca valía física. Con dieciséis años tuvo amores con una dama llamada Luisa Estrada, de la que nació su primer hijo, Alfonso de Aragón, que llegó a ser arzobispo de Zaragoza. Con Aldonza de Ibom, noble catalana, tuvo dos hijos: Alonso de Aragón, al que situó como prelado español y también arzobispo, asimismo virrey de Nápoles. Y a Juana de Aragón, que casó con Bernardino Fernández Velasco III conde de Haro y VII condestable de Castilla. Tuvo dos hijas más llamadas María y Esperanza, ambas fueron abadesas de Madrigal de las Altas Torres, la primera del convento de Nuestra Señora de Gracia, la segunda del convento agustino. El gran cardenal también tuvo sus amantes e hijos, y los monarcas los legitimaron con vistasa la herencia, al fin y al cabo sólo eran para Isabel los pecadillos del cardenal.  

El reinado de estos monarcas cuenta con numerosos detractores. Para el P. Isla, traductor del P. Ducherne:
Generalmente hablan los historiadores franceses de don Fernando y de doña Isabel como de unos prícipes intrusos, violentos, artificiosos, disimulados, falaces, ambiciosos, sin fe, sin palabra y aun sin religión, pues sólo se valían de la piedad para cubrir sus tiranías, ocultando debajo de tan espacioso manto el ambicioso designio con que aspiraban a la monarquía universal. Burlábase de los escritores españoles que pintan a estos dos reyes como dos grandes modelos del heroísmo por su cristiandad, por su política y por su valor, no dudando en notarlos de lisonjeros y de aduladores en obsequio de la Casa de Austria que reinaba en España cuando los más escribían; porque si los Reyes Católicos usurparon injustamente la corona de Castilla y León contra el derecho de la infanta doña Juana -el subrayado es mío-, era consecuencia precisa que fuese usurpadora también la casa de Austria, pues sólo heredó esta corona por el matrimonio del archiduque don Felipe con doña Juana la Loca, hija de don Fernando y doña Isabel, y quiren decirse los franceses que los escritores de ESpaña no tuvieron valor para expresar lo que sentían de los vicios que dominaron a estos dos príncipes por no ofender conla realidad a los monarcas reinantes.
La cita es larga pero vale la pena por cuanto es una pintura exacta de estos reyes en lo que va mucho de lo vivo a lo pintado. En su época y en posteriores. Lo de Reyes Católicos no pasa de ser mera política, se lo concedió el papa Alejandro VI por razón de quid pro quo, una cosa por otra -véase la Historia-, pero tanto este pontífice como dicho reyes fueron humanamente muy imperfectos. Se da el caso de que de este papa español, conociendo de muy jóvenes a Fernando e Isabel, que se habían casado mediante una bula falsificada, siendo él quien trajo después la verdadera, decía de ellos que eran "los mayores enemigos de la cristiandad y buen par de bellacos". 

¿Quién ignora que los Reyes Católicos para acallar toda protesta se sirvieron de estos tres elementos: la Inquisición, la Santa Hermandad y el ejército permanente. En cuanto a la Inquisición, escribe Fernando Díaz-Plaja, en su "Otra historia de España":
Los defensores de la Inquisición, que surgieron en España en la época franquista, ponen gran empeño en recordar que la Iglesia no mataba a nadie. Lo que hacían -matizan- era entregar al reo al brazo secular, el Estado diríamos hoy, que se encargaba de la muerte. Pero ello no alivia en ningún momento la responsabilidad del Santo Tribunal que, al entregar al reo, sabía muy bien lo que le iba a ocurrir. 
No deja de ser un baldón -no al extremo, desde luego, de la usurpación del trono- la expulsión de los judios. Sobre este tema escribe este historiador:
Los Reyes Católicos expulsaron una creencia, no a un pueblo, porque, de haberlo hecho así, tendrían que haber empezado por echar a su tierra a Santángel y a su inquisidor Torquemada, ambos de sangre hebraica, pero cuyos antepasados se habían convertido. La religión era entonces parte sustancial de la vida diaria, no un elemento ético o de conciencia. [...] Cualquier hombre de hoy tiene que considerar una monstruosidad humana y jurídica el hecho de expulsar a un grupo étnico o religioso que lleva siglos en un país, sólo porque sus ideas no coincidencon las del Gobierno.
Es evidente. Adiós la tolerancia que, en líneas generales, rigió a lo largo de la Edad Media, anulada radicalmente en 1942 tras la toma de Granada. Con ésta se exacerbó el sentimiento religioso cristiano, que no se destacó, precisamente, en el agradecimiento, puesto que "cuando se hallaba exhausto el tesoro de Castilla y apurados todos los recursos, los judios habían dado su dinero y abastecido el ejército con toda clase de vituallas; y parece que la gratitud exigía otro comportamiento". (Moreno, en su "Historia de España"). 

El ya citado historiador aragonés Zurita asegura de Fernando que fue notado, no sólo de los extranjeros, sino de sus naturales, que no guardaba la verdad y fe que prometía, y que anteponía siempre y sobrepujaba el respeto de su propia utilidad a lo que era justo y honesto. Era, en fin, lo maquiavélico, o política de Maquiavelo -nacido en Florencia en 1469 y muerto en 1517- lo plasmado en su obra El Príncipe, escrita pa Julián de Médicis, y luego dedicada A Lorenzo el Magnífico. Aquí la clasica fórmula de que el fin justifica los medios. 
... hay tanta distancia -escribe en su obra- de cómo se vive a cómo se debería vivir, que el que deja lo que se hace por lo que debería hacerse, consigue más bien su ruina que su consevación: en efecto, el hombre que trata de portarse siempre cual cumple a una persona honrada, por precisión ha de arruinarse en medio de tantos pícaros. Conviene, pues, al príncipe que quiera sostenerse, aprenda a ser malo, obrando luego o no obrando como tal, según la necesidad lo exija". 
"Obra del maquiavelismo -Alfonso de Opisso dixit- fue el destronamiento de la desgraciada Dª Juana de Castilla, hija de Enrique IV; maquiavelismo fue expulsar a los judios y a los moros, prohibiéndoles la extracción de un solo objeto de oro o plata, lo mismo monedas que joyas". Tiene otro nombre: robo. Y el Catecismo de la Iglesia católica tiene los diez mandamientos de la ley de Dios, cuyo séptimo le prohibe. El vigente -Concilio Ecuménico Vaticano II, Juan Pablo II- habla de "del respeto de las personas y de sus bienes". Este proceder, ya practicado con los griegos y los romanos, no lo practicó sólo Isabel y Fernando, también Luís XI de Francia y otros reyes. Además parece ser que a partir de entonces tomó carta de naturaleza. 

Cuán infame es la política a veces, repugnante el abuso del poder. Este artículo concerniente a ello en lo que afecta a los Reyes Católicos le cierro con estas líneas de Victor Balaguer, quien después cambiara la chaqueta, transformándose en apologista de tan contravertidos reyes. La contraposición de opiniones más puede estribar en sus realizaciones de gobierno que en su conducta personal y especie humana. 
Hubo necesidad de que muriese Enrique y fuese declarada ilegítima Dª Juana, llamada la Beltraneja, para que el derecho fuese de Dª Isabel. Y la ilegitimidad de la Beltraneja está muy distante de quedar probada, pues no se podrá negar que era hija de legítimo matrimonio, y declarada heredera y sucesora por su padre. Puede haberse dicho y escrito todo lo que se haya querido; pero a los ojos de la lógica, de la verdad y de la justicia, la escuela monárquica debe ver en Dª Isabel y en D. Fernando dos usurpadores. El cetro de Castilla pertenecía de derecho a Dª Juana: Sólo declarando ilegítima a esta princesa, sólo condenándola a la clausura, sólo arrojando el baldón y el escarnio sobre Enrique IV, sólo presentando a la esposa de éste, madre de Juana, como una mujer perdida, es como se pudo hacer que el derecho recayese en Dª Isabel.
En verdad, el derecho nunca recayó en Isabel I de Castilla; ya lo hemos dicho, usurpó el trono mediante la victoria militar.

 

1 comentario: