sábado, 23 de marzo de 2019

El memorable aristócrata sodomita y poeta

Gran impacto causó en Góngora el asesinato de su colega y amigo Juan de Tarsis Peralta, conde de Villamediana, aquel domingo 21 de agosto de 1622. Residía el el poeta cordobés a la sazón en la calle del Niño, siendo su casero don Francisco de Quevedo, el gran detractor de su obra, sin dejar el aspecto personal. Muy conocida es esta composición titulada ‘Soneto a Luís de Góngora’:

Este ciclope, no siciliano,
del microcosmo sí, orbe postrero;
esta antípoda fax, cuyo hemisfero
zona divide en términos italianos;

este círculo vivo en todo plano;
este que siendo, solamente cero,
le multiplica y parte por entero
todo buen abaquista veneciano;

el minoculo sí, mas ciego bulto;
el resquicio barbado de melenas;
esta cima del vicio y del insulto;

este, en quien hoy los pelos son sirenas,
este es el culo, en Góngora y en culto,
que un bujarrón le conociera apenas.

En el plano general terminó Quevedo desahuciando al poeta por no poder pagar el alquiler. El tercero en discordia era Lope de Vega por el desprecio que Góngora hacía de su fama –es cosa de Lope, se decía para ponderar algo magnifico- y de su fecundidad literaria. Escribió el este soneto burlándose de lo “simple” de la poesía de Lope:

Patos del aguachirle castellana,
que de su rudo origen fácil riega
y tal vez dulce inunda nuestra Vega,
con razón Vega por lo siempre llana:

pisad graznando la corriente cana
del antiguo idioma y, turba lega,
las ondas acusad, cuantas os niega
ático estilo, erudición romana,

los cines venerad cultos, no aquellos
que escuchan su canoro fin los ríos;
aquellos sí, que de su docta espuma

vistió Aganipe ¿Huís? ¿No queréis vellos,
palustres aves? Vuestra vulgar pluma
no borre, no, más charcos. ¡Zabullíos!

No obstante a este proceder del clérigo pletórico de envidia –ya veremos que otros pecados capitales anidaban en él-, a Lope de Vega no dejó de infundirle, junto a irritación, respeto, entendía que: ‘ni Séneca ni Lucano, nacidos en su patria, le hallo diferente, ni a ella por él menos gloriosa que por ellos’.

Este ilustre cordobés tenía sesenta y un años cuando mataron al conde, el cual fue su discípulo literario. Pese a haber sido beneficiado en la catedral de córdoba, capellán real de Felipe III, murió en la miseria. Retornó a su ciudad natal en 1626 y en ella murió el 24 de mayo de 1627.

La mejor nota biográfica que de Villamediana –que tiene varias biografías, acaso la mejor la de Luís Rosales- se ha escrito es para mí la del cervantista Luís Astrana Marín, ap. ‘El cortejo de Minerva’, donde expone:

Don Juan Bautista de Tassis y Peralta, segundo conde de Villamediana, había nacido en Lisboa en 1582. Casó en 1601 con doña María de Mendoza y de la Cerda, hija de don Enrique, hermano del duque del Infantado. Las relaciones del tiempo nos lo presentan como de costumbres poco recomendables, bien que de refinadas cualidades artísticas y elegante poeta, Un tanto incrédulo en religión, un tanto escéptico, un tanto panteísta, como todos los poetas. Diose a la tafurería, y por exceso en el juego fue desterrado en 1608 a Valladolid. […] Asistió a que concurrían Lope, los Argensolas, Mira de Amezcua, etc., y era admirador de y protector de D. Luís de Góngora, cuyo estilo remedó discretamente

Decidnos, ¿quién mató al conde?

Tal lleva por título el libro de género ficción de Néstor Luján. Existe esta décima atribuida a Góngora. También a Lope de Vega.

Mentidero de Madrid
decidnos quién mató al conde;
ni se sabe ni se esconde,
sin discurso discurrid:
dicen que lo mató el Cid
por ser el Conde Lozano;
¡disparate chabacano!
La verdad del caso ha sido
Que el matador fue Bellido
Y el impulso soberano

En el detalle del asesinato no entro, ya que le describí en un articulo anterior, mas algo diré del motivo del mismo, recurriendo nuevamente a Astrana Marín, y de manera literal.

Góngora, que mintió en cuanto escribió, calla, naturalmente, las causas de la muerte de su amigo y compinche, solo atento el cordobés a hacer comulgar con ruedas de molino a Cristobal de Heredia, contándole en una carta que el conde no murió sin confesión, sino que se acercó a él un clérigo, en el momento de darle el golpe el asesino, y que le absolvió. […] No; el conde, como escribieron Céspedes y Meneses, Quevedo y otros contemporáneos, se desangró en un instante, sin que le pudiera socorrer ni D. Luís de Haro, con quien iba en el coche y se apeaba en el momento.

El cura poeta continúa mintiendo y mintiendo, que, evidentemente, ni el ser poeta ni el ser cura impide mentir; religiosamente sí nos impide a todos. A decir de Astrana Marín:

Solo hay de verdad que lo enterraron aquella misma noche en un ataúd de ahorcados sin dar lugar que llevaron de San Ginés, sin dar lugar a que le hiciesen una caja. Sin duda el duque del Infantado y la familia (con quien se llevaba muy mal el conde) trataron de evitar dilaciones peligrosas.

¡Cómo no había de llevarse mal la familia de su mujer con semejante crápula!
Era odiado y odioso –que no todos lo odiados son odiosos, ni los odiosos, odiados, por increíble que resulte pueda darse tal caso-, acostumbraba a abofetear a sus amantes, incluso en público. Tuvo varios hijos en su matrimonio, que murieron de temprana edad, e ilegítimos no se sabe.


La causa del crimen.

Nuestro autor cita a Narciso Alonso Cortés como investigador y descubridor del mismo. Asimismo nos recuerda que había la existencia de datos incontrovertibles –acusaciones aceptadas en los contemporáneos- referentes a que el cisne, en cuanto a poeta, de Córdoba era obscuro. Documentalmente nos ‘la sospecha que ya teníamos de que el conde de Villamediana, el alter ego de Góngora, no murió asesinado por amores con la reina Isabel, por decirlo con palabras textuales del autor. Nos aclara que fue un crimen de la masonería blanca trazado en la escala social de la más abyecta moral. Escribe y trascribimos como descubrimiento del homicidio.

Unos documentos hallados en Simancas, que reproduce textualmente Narciso Alonso Cortés, resuelven de una vez para siempre el enigma en que se hallaba envuelto crimen tan sonado, e indica con claridad el por qué la causa se llevó con tanto secreto.[…] S. M. mando que por ser ya el Conde muerto se guardase secreto de lo que contra él hubiese en el proceso por no infamar al muerto.

Termina de esta manera concluyente.

Lo que de estos documentos se deduce está bien claro. El Consejo de Castilla había seguido un proceso contra varios, y entre ellos el conde de Villamediana, por el pecado nefando; resultaban contra el Conde pruebas de delito, y por ello mandó el rey a D. Fernando Ramírez Fariña, del Consejo, que “por ser ya el Conde muerto, guardase secreto de lo que contra él hubiese en el proceso, por no infamar al muerto”; al ocurrir la muerte del Conde huyeron algunos de los complicados en el proceso, mientra que otros fueron quemados… ¿Hacen falta más indicios para suponer que esta y no otra fue la causa del asesinato?

Podemos ver en un manuscrito de la Biblioteca Nacional 2.513, intitulado Noticias de Madrid:

“A 5 [Diciembre de 1622] quemaron por el pecado nefando a cinco mozos. El primero fue Mondocilla, un bufón. El segundo un mozote cámara del conde de Villamediana. El tercero un esclavillo mulato. El cuarto otro criado de Villamediana. El último fue D. Gaspar Ferraras, paje del duque de Alba. Fue una justicia que hizo mucho ruido en la corte.”

Jocosamente añade Astrana Marín: ¡Si ahora se pusieran a quemar gongoristas! No, tranquilos, actualmente van en carroza y enseñando la pluma.

Tal fue la vida golfa del Correo Mayor del reino que motivó tres destierros. El primero sobre enero del 1608 a julio de 1611, en Francia; el segundo de 1611 a 1615, en Italia. Y un tercero a petición del duque de Lerma y de Rodrigo Calderón, este destierro de la Corte lo pasó en Andalucía, aunque también se supone fue en Alcalá de Henares, destierro que concluyó al ocupar el trono Felipe IV

Sus cargos de Correo Mayor los heredó por vía paterna, su abuelo fue Correo Mayor del Rey. Al volver a España en 1615 es abordado por sus acreedores y ante la penuria económica que atraviesa tiene que irles vendiendo. En este año vende el oficio de Correo Mayor de Valencia; al siguiente los de Guadalajara, Sigüenza y su obispado. Poco después Logroño, Navarra y Soria. A continuación Galicia y el Bierzo. Finalmente (1618) el de Aragón.


Fe y crueldad, lujo e inmundicia material.

Así como heredó de su padre el cargo de Correo Mayor y el título de conde, que reciente a su muerte había recibido, heredó también la agresividad, en él más bien con la pluma. En otra ocasión hablaré de sus sátiras. Es axiomático que al atacar la corrupción existente no predicaba con el ejemplo. Era aquel Madrid un lugar lleno de conventos, de gran creencia y gran vicio, Felipe IV y su primera esposa, Isabel de Borbón, visitaban asiduamente las iglesias y conventos, asistían a procesiones y tedeums. Igualmente, más o menos de incógnito, asistían a los crueles autos de fe. Se aunaban de modo abstruso la fe y la crueldad, pero ello no es característico del siglo del Siglo de Oro sino de todos los siglos, y es imperecedero. En aquel además, y en algunos siguientes, la falta de higiene era un inconveniente para la realeza, la aristocracia y el pueblo llano. Las once de la noche era la hora –llamadas <hora menguada> por Luís Vélez de Guevara- de arrojar desde las casas a la calle la basura, incluida en ésta el excremento de los bacines u orinales. Y el del gato o del perro si le tenían. Se anunciaba previamente gritando: <¡Agua va!> Y el viandante a espabilar o darse prisa en su marcha. No era oro todo lo que relucía en el Siglo de Oro con esos Austria Menores: Felipe III y Felipe IV.

domingo, 10 de marzo de 2019

Algo de lo que dice sobre la reina Blanca de Navarra y su entorno un gran medievalista especializado en los reinos de Navarra y Aragón

De cuantos historiadores han tratado acerca de la época del rey Carlos III de Navarra puede hacerse especial mención de José María Lacarra y Miguel (1907-1987), natural de Tafalla y fallecido en Zaragoza en cuya Universidad impartió clases de Historia Medieval durante más de cuarenta años. Estaba especializado en la historia de Aragón y de Navarra. Es, además de otras obras, autor de  'Historia del reino de Aragón y de Navarra '. De ella vamos a ver su visión sobre Blanca I de Navarra, la cual se desliza en el capítulo XV, titulado: 'Doña Blanca de Navarra y el príncipe Carlos de Viana (1425-1461)'. Paremos mientes en primer lugar en el punto segundo del epígrafe: 'Muerte de la reina (1441)' que expone: 
Doña Blanca que había acompañado a su hija en las bodas con el príncipe de Asturias, ya no regresó a Navarra. De Valladolid fue en peregrinación a Guadalupe. Su salud se resintió. Coincidía con uno de los momentos más agudos de la lucha por el poder en Castilla, entre la liga de nobles, a la que apoyaba el rey de Navarra, y don Álvaro de Luna. En marzo de 1441 hizo alguna gestión para evitar el rompimiento, pero sin éxito. 
Evidentemente los infantes de Aragón tan afincados en Castilla y, por otra parte, no leales a Juan II de Castilla como lo había sido Fernando el de Antequera, luego, tras el Compromiso  de Caspe, Fernando I de Aragón, querían usurparle sus derechos. 
Dos meses después fallecía la reina en Santa María de Nieva. Su marido no pareció enterarse. Metido de lleno en la lucha castellana, la liga de nobles logrará capturar al rey en Medina del Campo (28 de junio), y  en adelante, durante dos años y medio, don Juan de Navarra dispondría como amo y señor del gobierno de Castilla. 
No tardaría ésta en pasarle cara factura, quitándoles sus ilegales pretensiones, el control de Castilla por parte de los infantes de Aragón,  y para siempre, en la batalla de Olmedo (19 de mayo de 1445), mas el que más perdió fue el infante Enrique, que perdió la vida. Herido y de huida murió en Calatayud 
En su testamento de 17 de febrero de 1439 disponía doña Blanca su enterramiento en Santa María Ujuié; pero enterrada en Santa María de Nieva, nadie cuidó de señalar especialmente su sepultura ni de trasladar sus restos a Ujué; pero enterrada en Santa María de Nieva, nadie cuidó de señalar especialmente su sepultura ni de trasladar sus restos a Ujué. Años más tarde, su hija Leonor dispuso que se trasladasen a Nuestra Señora de la Misericordia de Tafalla, pero tampoco se llevó a efecto.
El subrayado es mío y con él quiero destacar que su sepultura fue una más de los enterramientos -notorio que se enterraba en las iglesias, que no existían los cementerios-, y de aquí la falta de su localización con el paso del tiempo. De su supuesto traslado por parte de su hija nada tiene de sorpresivo, ni condenable, no se efectuara habida cuenta de lo efímero de su reinado, dos semanas. Si es censurable en el esposo, que, cual era visible, se casó con doña Blanca, ya viuda  de treinta y cinco años, por ser la heredera del reino de Navarra, cuyo nombramiento ya había obtenido de su padre, muerta su hermana. Así ocurrió que, como dice nuestro autor literalmente, 'no solo no entraba en el ánimo de don Juan el abandonar su título real, sino que no habían pasado seis meses de la muerte de doña Blanca, cuando ya planeaba un nuevo matrimonio. Habían tenido cuatro hijos. Veamos cómo Lacarra lo expone 
Don Juan y doña Blanca tuvieron un hijo, Carlos, nacido en 1421, que ostentaría el título de Príncipe de Viana, creado para él por su abuelo Carlos III, y tres hijas: Juana, que solo vivió tres años (1422-1425), [...], Blanca, nacida en 1424, y Leonor, que nació en 1426. 
De la narración que hace de los matrimonios y vida de todos ellos, nos interesa, con relación a la tesis de este artículo, el referente a la hija homónima de la reina titular de Navarra, madre e hija de que tanto hemos hablado. 
La boda de Blanca y Enrique de Castilla concretada en 1436, se retrasó hasta 1440, también por la temprana edad de los contrayentes. Ésta tuvo lugar en Valladolid, en el momento oportuno, es decir, cuando el rey de Navarra, tras un nuevo destierro de don Álvaro de Luna, disponía del poder en Castilla. Pero, como dicen los cronistas de la época, <la  boda se hizo quedando la princesa tal cual nació, de que todos hubieron gran enojo>. 
En  cuanto a la determinación de don Juan de privar de la Corona a su hijo -algo infamante en que en gran parte tuvo la culpa sin querer la reina su  madre- hace un minucioso estudio. 
La muerte de la reina doña Blanca debería haber abierto la sucesión al trono, de acuerdo con la leyes del país. Pero a don Juan resultaba muy duro renunciar al título real que venía ostentando desde hacía diecisiete años, para resignarse a la humilde condición de heredero de Aragón. En una entrevista que tuvo con su hijo en Santo Domingo de la Calzada (nov. 1441), vio que podía dilatar la solución definitiva de la herencia, y le otorgó nombramiento de Lugarteniente general del reino. Carlos aun protestando de que el nombramiento <parecía ir en perjuicio del derecho de propiedad que tenía al reino> ,se dejaría llamar Lugarteniente general <por respeto a la persona del rey su padre, y no porque le reconociera derecho alguno sobre el reino>. 
Según algún historiador -no moderno-, al dejar la reina por heredero a su hijo, lo hace rogándole que no ocupe el trono hasta la muerte de su padre, otros indican que pidiéndole beneplácito. Esta cláusula testamentaria viene en  el fondo a ser lo mismo. Estipulaba a su segunda hija como sucesora de su hermano, si éste moría antes de tener descendencia. Así fue y este además testó a favor de ella, pero que si quieres. Lo impidió el padre con las armas y la última hija, Leonor, con un veneno. Cuan lejos se hallaba la reina Blanca de pensar lo que podía ocurrir tras su muerte, si bien podía ver el despego de su marido por ella.   

Gobernaba en cierto modo el Príncipe porque el rey de Navarra se encontraba ausente y desatendiendo "su" reino. Pero además contrajo matrimonio sin informar de ello a su hijo. Si siempre había sentido odio por él, una vez casado se encargó su nueva esposa de incrementarlo. Don Carlos había hecho la paz con los castellanos -tratado de Puente la Reina- y su padre y su  madrastra lo tomaron de pretesto para romper con él. Don Juan envía a Navarra a su esposa para gobernar conjuntamente con el príncipe de Viana. Esta determinación y la altivez que ella empleaba indignó a los navarros, dividiéndose en dos partidos: Agramonteses y Beamonteses, defensores los primeros de don Juan, y adictos los segundos a don Carlos. 

El atropello, tropelía, de la violación de las leyes implicaba un gran peligro, del cual, noblemente y con todo respeto, advirtió a su padre, mas el rey no le hizo caso, no rectificó su conducta, entonces los beamonteses le instigaron a emplear la fuerza, y estalló la guerra civil. No viene a cuento de nuestro tema presentar cuan adversa fue la suerte para el príncipe, lo que explica en profundidad, paso a paso de la contienda, el citado catedrático en su texto de Historia. 'La Historia -dice otro viejo texto- le ha dado a Juan I el título de Grande, que sería bien merecido, si la muerte de sus dos hijos, don Carlos y doña Blanca, no arrojara sobre su memoria una mancha sangrienta'. 

Los catalanes quisieron que don Carlos fuera declarado heredero del trono, pero el monarca detentador trata de justificar su conducta dando por supuesto que su hijo pretende en secreto contraer matrimonio con la infanta Isabel de Castilla e igualmente le imputa otras acusaciones para dar con él en prisión. Los catalanes quieren que que don Carlos sea declarado heredero del reino, pero el monarca detentador trata de justificar su negativa conducta dando por supuesto que su hijo pretende casarse con la infanta Isabel de Castilla, e igualmente le imputa otras acusaciones para dar con él nada menos que en prisión. 

Ya en la marcha de la guerra civil, esa detención provoca el levantamiento de Cataluña, seguido de la guerra civil catalana. La reina Juana Enriquez, en nombre de su marido, firmó el 21 de junio de 1461 en Villafranca de Penedés con los delegados de la Diputación catalana la concordia así llamada, por cuya capitulación, y en palabras de Carme Batlle 'Juan II tuvo que claudicar, primero liberando a su hijo, y después en la negociación de un cambio político en Cataluña, porque se había identificado la liberación (de Carlos de Viana) con la defensa de las leyes de la tierra. Este era el punto clave'. Tres días después se celebró en la catedral de Barcelona su proclamación como Lugarteniente de General de Cataluña, pero dos meses después muere en Barcelona. 

En visión de otro gran medievalista, Julio Valdeón Baruque, en 'La dinastía de los Trastámara', vamos que:  
Antes de accede al trono aragonés, había intervenido tanto en la corona de Castilla como en el Reino de Navarra. El historiador Ángel Camellas dijo de Juan II que "su patria emocional da Castilla". Cuando su padre Fernando accedió, tras el compromiso de Caspe, al þrono aragonés, el infante Juan, que era Conde de Peñafiel, pasó a ser uno de los lideres del bando aragonés en tierras de Castilla. (...) La derrota sufrida en Olmedo supuso que el infante Juan prácticamente abandonará Castilla. 
Apunta los datos cronológicos de que se casó en 1419, siendo a partir de 1425 rey consorte de dicho Reino, y desde 1441, fecha del obito de Blanca, rey efectivo.