En
los comentarios hechos a su tesis, que al fin consiguió publicar gracias a la Diputación de Segovia,
no encuentro que Diana Lucía Gómez-Chacón haya dado por cierto la mentira del
sepulcro, parece ser continúa sin tocarla. Ya dije en mi anterior artículo que
‘silenciar la verdad es una manera de contradecirla’. Ya lo veré cuando tenga
la oportunidad de echar un vistazo a su tesis si persiste en adherirse a los
que no admiten la verdad del sepulcro, es decir, que los restos humanos
contenidos en él no corresponden a quien indica su inscripción, según la
inequívoca prueba de ADN. Ella desde un principio, y a pesar de que ya hacía
más de tres años de la verificación de dicha prueba científica, fue partidaria
de seguir la corriente a Eusebio García González (alcalde entonces) y sus
secuaces, quienes sin más ni más consideraron que el esqueleto encontrado en la
iglesia –harto expuesto está el cómo y el cuándo- era de la reina, suegra del Príncipe de Asturias,
fallecida en Santa María de Nieva el 1 de abril de 1441, ignorándose la causa
de su muerte.
Alguna
vinculación tengo, como queda patente en mi blog –otrora estuvo también mi
firma relacionada como asiduo colaborador de ‘El Adelantado de Segovia’- con la
localidad llamada en la actualidad Santa María la Real de Nieva; por este
motivo y porque nos puso en contacto la anterior archivera del Monasterio de
Santo Domingo el Real de Toledo, surgió una correspondencia epistolar. La
aludida hermana, a quien ella expuso, al visitar el convento para adquirir un
libro, el lugar que había elegido para
hacer su tesis le facilitó mi correo electrónico. Pero de otro modo nunca hablé
con Diana, no coincidimos en el pueblo. No lo sé. La ruptura de nuestro
contacto la produjo el rechazarle de plano que no se atreviera a enfrentarse a
la mentira, que comulgara con ella. Verdad que como dice Camón Aznar, en este
de sus ‘Aforismos del solitario’: Milagro
de la política: hace comulgar al pueblo con ruedas de molino. No se
consiguió conmigo, reacio a todo servilismo, y a sabiendas de que sufriría
venganzas. Dolido de la subyugación aceptada por mi corresponsal, le manifesté:
Me gustaría tener a la vista un día tu rechazo de que
el sepulcro corresponda a la inscripción con que se viene engañando, que es un
montaje del anterior alcalde y que el actual continúa sosteniendo el infundio
en vez de honestamente rectificar desde el punto y hora que no cabía el error
ni la mentira. En tu correo electrónico de fecha 22/4/2013 expones:
‘Evidentemente,
yo no puedo contradecir, ni voy a hacerlo nunca, los resultados de los análisis
de ADN que demostraron que la que allí descansa no es la reina navarra y,
evidentemente, así lo haré constar en mis publicaciones.
Esto
me manifestó en dicha fecha, pero nada a este correo mío de fecha 6 de marzo
del cursante año me respondió, evidentemente se había truncado nuestro
contacto. Le añadía a este no
contradecir:
Pero personalmente transigiste, consistiendo con oír y
callar la mentira ante el ex alcalde y el ex conserje del Ayuntamiento, elevado
por él a guía oficial del pueblo, como se ve en los vídeos de propaganda del
lugar y del falso sepulcro de Blanca I de Navarra.
Veremos
–antes o después, sin prisa- en qué queda este adverbio de modo: evidentemente.
Lo que se palpa de manera evidente es que como en su tesis no haya confirmado
que no contradice el resultado del estudio genético en cuestión, en su artículo
germen de la tesis no lo ha efectuado.
De los que sustentan la mentira del
sepulcro que al menos la referida se arrepienta.
Quien hace una cosa mal hecha, si en conociéndola,
pone enmienda a ella, muestra que la hizo porque
entendió que era buena, y es el castigo santa disculpa
de su intención; mas quien la lleva adelante, viéndola
mala y en ruin estado, ése confiesa que la hizo mala,
por hacer mal.
- Quevedo, en ‘Política de Dios y
gobierno de Cristo -
En
su artículo, insertado, con varios otros, en la revista ‘Sílex’, dirección
editorial: Cristina Pineda Torra, escrito que, como dijimos, es el embrión de la tesis de es Diana Lucía Gómez-Chacón, en lo referente a Blanca I de Navarra escribe.
Inés de Ayala, miembro del séquito de Catalina de
Lancaster, otorgó un codicilio el 3 de junio de 1403 en Santa María la Real de Nieva, villa en la
que falleció cinco meses más tarde, y a cuyo convento había dejado su cuerpo en
depósito a la espera de que fuese trasladado al convento de Santo Domingo el
Real de Toledo, del cual era priora su hija Teresa de Ayala.
Años más tarde, el 1 de abril de 1441, la reina
Blanca, esposa de Juan II de Navarra, fallecía en la villa segoviana, en cuyo
convento recibió sepultura, incumpliendo las últimas voluntades de la manera
que deseaba ser enterrada en Santa María de Ujué. Según el padre Mariana, cuyo
testimonio recoge A.M. Yurami ‘los frailes de Santo Domingo de aquel monasterio
de Nieva afirman que los huesos fueron de allí trasladados,, mas no declara
cuándo ni a qué lugar.
Por
favor, por favor, no más reiteración. Lea la autora de este artículo que estoy
comentando el titulado ‘Los restos de la reina Blanca de Navarra y sus
funerales en Pamplona’, de Eloísa Ramírez Vaquero, y déjese de descubrir el
Mediterráneo. Y ello aun cuando no pretenda hacer un artículo –en su día una
tesis- de investigación, sino de mera información. Entérese, además, que Blanca
I de Navarra no era esposa de Juan II de Navarra –solamente la susodicha Diana
puede concebir dos monarcas simultáneos en un mismo reino-, contrajo segundo
matrimonio con el que un día sería Juan II de Aragón. (1458-1479, o sea, hasta
su muerte a la edad de 80 años). Si tras
la muerte de su primera esposa Blanca llegó a Juan II de Navarra fue por
usurpación de la Corona
al hijo de Ambos. Después de retenerla por las armas al Príncipe de Viana,
elimino a su hija Blanca para continuar con el reino de Navarra. Obviamente, en
vida de la reina de Navarra no pasaba de ser rey consorte. Si continúa un tanto
perdida en esta época, me da la impresión de que ni siquiera ha leído ‘Doña
Blanca de Navarra, crónica del siglo XV’, de Francisco Navarro Villoslada.
Bueno
que no salga de los márgenes de su estudio limitado al título de su escrito: ‘Reinas
y Predicadores: el Monasterio de Santa María la Real de Nieva en tiempos de Catalina de Lancaster
y María de Aragón (1390-1445)’. De la reina de Navarra únicamente vuelve a
hacer mención para significar la labor
de custodia que ejercían los dominicos. Escribe:
Los cuerpos de Blanca de Navarra y de Inés de Ayala no
habrían sido los únicos custodiados por la comunidad de religiosos de
Santa María la Real de Nieva, ya que,
durante algún tiempo, los frailes velaron el cuerpo de de una de sus principales
benefactoras: María de Aragón.
La
verdad que no se les puede felicitar por su celo, cuidado, esmero, en su
cometido, pues debieron considerar que no era de su incumbencia dejar la menor
anotación de la ubicación de los enterramientos importantes, o sea, lo que
custodiaban, puesto que en aquel entonces se enterraba en las iglesias, y, por
otra parte, no había Registro Civil. ¿De quién si no fue la negligencia de la
pérdida de los restos de Blanca I de Navarra y de doña Inés de Ayala, de
ignorarse su sepultura? Algo semejante
ocurrió con la nuera de Catalina de Lancaster, también sus restos y los de su
hijo, Enrique IV, sepultados en el hoy Real Monasterio de Santa María de
Guadalupe –Guadalupe, Cáceres- se perdieron hasta que el 28 de marzo de 19947
en que un albañil reparando la iglesia encontró dos ataúdes. Marañón y el
también académico Manuel Gómez Moreno elaboraron un informe de exhumación.
Puede leerse el ‘Acta de exhumación del cadáver de Enrique IV’, la introduce
Marañón en su ‘Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo’.
Explica así lo que hallaron.
Quitada la tabla medio-relieve que se encuentra debajo
del cuadro de la
Anunciación, en el lado del Evangelio del altar mayor, quedó al descubierto una galería,, con bóveda
de medio cañón y arco apuntado, donde había dos cajas de madera,, lisas del
siglo XVII. En una de ella se encontraban los restos momificados, pero muy
destruidos, de la Reina
doña María, envueltos en un sudario de lino, cuya momia no ofrecía materia de
estudio.. En la otra caja, los restos de Enrique IV, envueltos en un damasco
brocado del siglo XV, sudario de lino, restos de ropa de terciopelo, calzas o
borceguíes.
Está
visto que la custodia de los frailes, de la Orden monástica que fuere, es inútil; de nada
dejan referencia. La referida autora de
la tesis, una persona más que eligió como tema el monasterio que impulsaron
Enrique III y su esposa Catalina de Lancaster, supongo que en ella rectificará
el adaptarse a la mentira del sepulcro de Blanca I de Navarra; entendió que era
buena idea dejarles con la mentira –malas entendederas la de Diana Lucía- ,
habrá llegado a verla mala y no lo apadrinará en su definitiva postura, actitud.
Ya es bastante equivocación culpa, no haber sido leal desde un primer momento a
la Historia
y a la Ciencia,
ya fue durante largo tiempo en contra de la prueba científica de ADN. Repito, y
nunca se repetirá lo bastante. Asimismo espero que modifique –en lo que ha de
modificar, y malo si no lo sabe- el artículo a que estoy refiriéndome.
¿De qué murió María de Aragón.
Según
el cronista Alfonso de Palencia, pudo ser envenenada por orden de don Álvaro de
Luna. El padre Enrique Florez de Setien, en sus ‘Memorias de la reina católicas
de España lo refiere así:
Una y otra murieron de veneno, según la prontitud y
efectos de la muerte, pues doña Leonor acabó de repente, después de recibir un
remedio casero,; doña María no sintió más enfermedad que dolor de cabeza, y al
cuarto día murió. Los cuerpos de las dos se llenaron igualmente de ronchitas
después de fallecer, y, por tanto,
se creyó haber fallecido por veneno; y aun leemos que en el proceso
actuado contra don Álvaro de Luna se hallo haber influido en dar hierbas a las
dichas reinas.
Nos
dice, no obstante, Vicente ángel
Palenzuela, de la Universidad Autónoma
de Madrid, en ‘María infanta de Aragón y reina de Castilla’:
Aunque con reservas, la historiografía posterior no ha
dejado de recoger esos rumores que deben ser abandonados absoluta y
definitivamente: Leonor y
María fallecieron de muerte natural; con toda probabilidad, dados los
síntomas que presentan, a
causa de unas meningitis meningocócica.
Hace
constar el autor:
Debo este diagnóstico a mi buen amigo y excelente médico
Antonio Maudes Rodríguez, Jefe de Sección
de Medicina Interna del Hospital de Ramón y Cajal.
Entra
el historiador en el síndrome de la enfermedad, y termina diciendo:
Como se puede comprobar, son exactamente los síntomas
que presentan las dos Reinas.
Nada
se encuentra sobre la muerte de súbito de Blanca I de Navarra en Santa María de
Nieva, ¡se llevaba tan… “bien” aquella familia Trastámara, los de Aragón y los
de Castilla! La infausta reina no saldría de dicha localidad ni muerta.
Infausta, sí, porque su segundo matrimonio lo fue, conforme sobrados datos
existentes de que tal vez trate otro día. Evidentemente es incierto o contrario
a la verdad que ‘el convento segoviano no solo se había convertido en lugar de
reposo de las reinas sino también en espacio de enterramiento tanto de éstas como de algunos miembros destacados
de la Corte.
(sic). ¡Qué manera de divagar, errar! La reina Catalina de Lancaster se alojaba
habitualmente en el alcázar de Segovia –un recinto de él se debe precisamente
al matrimonio Lancaster-Trastámara- y amaba esta ciudad, tanto es así que en su
testamento hace una manda encomendando a su hijo las capellanías que había
fundado en Santo Domingo el Real de Toledo, la catedral Primada y Santa María la Real de Nieva. Lo de ‘espacio
de enterramiento de reinas’ me deja estupefacto. Me gustaría que la autora del
artículo de referencia, me enumerase estas reinas enterradas en el convento de
su estudio de difusión. No cabe emplear el plural, porque no pasó de una. Y es incontrovertible
que la reina de Navarra no quiso morir ni ser enterada allí, donde, por otra
parte, no acudió para buscar reposo. Jajay.