jueves, 17 de abril de 2014

Vistazo a Dios, al hombre, a la vida terrenal


Porque hay otra cosa que llaman también hombre, y
es el sujeto  de no poas divergencias más o menos
científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el
hombre político de Aristóteles, el contratante social
de Rousseau, el homo economicus de los manches_
rianos, el homo sapiensde Linneo, o, si se quiere, el
marmífero vertical. Un  hombre que no es  de aquí o
de allí; ni de esta época ni de otra; que no tiene ni se_
xo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un hombre./
El nuestro es el otro, el de carne y hueso; yo, tú lector
mío; aquel otro de más allá, cuantos pisamos sobre 
la tierra./ Y este hombre concreto, de carne y hueso
es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filo_
fía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos.
                    - Miguel de Unamuno -  
     
 Sabemos que la Fe no admite cortapisas, se cree o no se cree. Con todos mis respectos, rechazo de plano el libre examen de los proptestantes, y, por otra parte, considero que los dogmas hay que admitirlos como los propone la Iglesia. (Unamuno no era muy amigo de ellos, que digamos) Si no entendemos el misterio, ¿por qué negarle?; si como dice una Rima de Bécquer, "mientras haya un misterio para el hombre, habrá poesía", admiremos, al menos, como poesía los misterios. Después, en el Más Allá, nuestra visión o cular y de inteligencia lo captará todo. La clave nos la da, entiendo, el capítulo 8, versículo 17, del Eclesiastés: Al fin entendí que no puede el hombre hallar razón completa de todas las obras de Dios que se hacen en este mundo; y que cuanto más trabajare por descubrirlas, menos las hallará: aunque dijere el sabio que él las sabe, nunca podrá dar con ellas. 

La conocida anécdota de San Agustín, asimismo, nos ilustra al efecto: Paseándose un día por la orilla del mar pretendiendo conocer el misterio de la Santísima Trinidad, vió a un niño que había hecho un hoyo en la playa y con su cubo trataba de trasvasar a él todo el agua del mar. Intentó persuadirle de su pretensión pueril, y recibió esta respuesta: "Tampoco puede ser que quepa en tu cabeza la grandeza de Dios, y eso es lo que pretendes cuando te empeñas en querer entender el misterio de la Santísima Trinidad". Desapareció el niño, y dicen que fue un ángel. Lope de Vega escribió sobre este hecho una composición de la cual transcribo sus últimos versos:
Aunque ingenio peregrino,
                                                              Quedó Agustín admirado
                                                              Y humildemente advertido,
                                                              Que no fuera Dios quien es,
                                                              Si fuera Dios entendido.
                                                              Quiso al niño responder, 
                                                              Y no le halló cuando quiso.
                                                              Desengañado que Dios 
                                                              No cabe en mortal sentido.
                                                              Desde entonces escribió
                                                              Que era más seguro  asilo
                                                              El creer que el entender,
                                                              Que Dios se entiende a sí mismo. 

Complejas son las causas que pueden llevarnos al ateísmo -no descarto el cegador orgullo-; fijemos nuestra atención en que muchos de estos extraviados volvieron a encontrar el camino. En concepto de Unamuno, los verdaderos ateos están locamente enamorados de Dios. Ciertamente algunos llegaron a enamorarse a tal escala, rompiendo se esquema de ateísmo, tal el caso de san Pablo, y, próximo a nosotros, el de Giovanni Papini, autor de una de las más bellas biografías de Dios. 

Léamos esta bella composición sobre la existencia de Dios:

Todo anuncia de Dios su eternal existencia.
No se le puede entender, pero tampoco ignorar.
El orden del Universo prueba su Omnipotencia. 
                                             Y el corazón nos dice que se le debe adorar.

Algunos se quedará estupefactos al decirles que quien así se expresa es Voltaire. ¡Para fiarse de los ateos! Bueno, este polifacéto filósofo francés, como algún otro gran hombre, que ha pasado a la Historia tildado de no creyente, ha sido con un fallo injusto, aberrante, pues sólo fue anticlarical. Con razón o sin ella; es una cuestión en la que no entro por salirse del tema propuesto. Sí anticipo que es tanta estulticia como ignorancia ser anticlerical por sistema como clerical incodicionalmente. 

Entre el amor divino y el humano.

A concentrarse en el amor divino, a aislarse en él -mayormente en siglos pasados- lleva en múltiples casos el fracaso del amor humano. Valga como botón de muestra el de Franz Liszt por Carolyne, princesa de de Saint Wittgenstein, el "Sueño de amor" del compositor. Una cosa es retirarse del mundanal ruido, y otra ser feliz por el mero hecho de enclaustrarse; la felicidad, o gran dosis de ella en lo que cabe en este mundo, no está para todos en un lado u otro. Carolina Elzbieta Iwanowska, que estaba casada con el príncipe del apelativo dicho y tenían una hija, conoció Liszt en una de sus giras musicales por Rusia. Por entonces estaba separada de su marido y empezaron a vivir juntos; ella, católica, quiso casarse pero como su marido vivía, trató y consiguió covencer ala Iglesia de que su matrimonio no era válido. Habian planeado los amantes casarse en Roma el 22 de octubre de 1861, en cuyo día cumplía 50  años Liszt, y a Roma arribó en la víspera, pero el matrimonio se  fue a pique porque el marido de Carolina había anulado el permiso del Vaticano. Pasaron a un amor platónico, pues el músico recibió las órdenes menores de la Iglesia Católica y se convirtió en Abad del convento de los Lazaristas. 
                                                                                

Ya antes Liszt había vivido un gran amor con la condesa María d´Agoult, que duró once años -1833-1844-, relación de la que tuvierobn tres hijos, Blandina, Cósina y Daniel. La segunda casó con Hans von Bülow y, en segndas nupcias, con Ricardo Wagner. Por Listz abandonó María a su marido -Carlos Luís Constan d´Agoul, conde d´Agoult. Ella era vizcondesa de Flavigny-, uniéndose con el músico en Ginebra, luego pasaron a Italia. Pero llegó un día que hubo de quedarse en París con sus tres hijos al organizar Liszt una gira. Éstas se ampliaron en su triunfal carrera; entonces entre la separación material que éstas imponen y el hecho de que María se convierte en escritora -adopta el seudónimo "Daniel Stern"- da al traste con su amor. Cuando, en un paréntesis, regresa a su lado, ella le dice: Nuestra vida es como la Torre de Pisa. La empezamos audaces y seguros, queriendo que fuese recta y alta. Pero, de repente, el terreno donde la edificamos se ha hundido. Surge posteriormente, durante un concierto en Kiev, el amor, ya en algo comentado, de Carolina.       
                                                                                  
Franz Listz y María Catalina Sofía de Flavigny
Seleccionando seguidamente un gran amor de la Edad Media.    


No vivió tranquila Eloísa que llegó a ser priora, pero echando siempre de menos el encontrado y perdido amor humano. "Si he de presentar en toda su desnudez la miseria de mi doliente corazon -escribe a Abelardo-, declaro que no hallo penitencia capaz de aplacar al Señor, pues le acuso de cruel por el daño que sufriste.... . Le ofendo cada vez más con imaginación, en lugar de acudir a la penitencia para mitigar su enojo". Los recuerdos le asedian hasta enel convento: "Tanto me alegraron los deleites del amor que no sólo me complazco en su recuerdo, sino que me es completamente imposible apartarlos de mi memoria... . De tal modo está grabado en mi imaginación". Muy significativas son estas cartas que se cruzaron Eloisa y Abelardo, conocido romance de la Edad Media -ocurrió en 1119- del sabio profesor de teología y de filosofía y la sobrina del canónigo Fulbert. En aquel tiempo Roma había casi logrado el celibato del clero, y por ello Abelardo renuncia a ordenarse, una vida sin mujer le parecía demasiado vacía, aunque por su drama así fue y terminó en un convento como simple hermano. De Eloísa hubo de privarse "voluntariamente a la fuerza", ya sabemos porqué: su emasculación, bromita gastada por el canónigo ante el escándalo de haber tenido su sobrina con él un hijo y a pesar de que el amante y padre quería casarse con ella. Eloísa le sobrevivió veinte años y muere con su perenne recuerdo, que, como dice Campoamor, nunca olvida quien bien ama. 

Escribio Emilio Castelar en su biografía de lord Byron: 
Eloísa no hubiera pasado a la posteridad a haber tenido otro pensamiento que el pensamiento de Abelardo. Para vivir en todos los tiempos ha necesitado morir en el charco de sus lágrimas, sobre las pidras frías del claustro, viuda inmortal del género. Su corazón vive tanto como la ciencia de su amante, porque el corazón de Eloísa encerró lo infinito por el amor, como encerró lo infinito el pensamiento de Abelardo por la inspiración y el raciocinio. / La violencia y el odio los separaron: pero ahora sus huesos duermen juntos, confundidos dentro de su sepulcro, en el calor eterno de la llama que los animó durante la vida.                                                                               
Los dos en el Cementerio de Pere Lacheise (París
Un gran amor del siglo XVII. 

Mariana Alcoforado (1640-1723) al quedar viuda de un infante portugués fue obligada por la familia real -Alfonso VI de los Braganza- a ingresar en un convento, pero en él sostuvo relaciones amorosas con el marqués de Chamilly y de este amor brotaron las famosas "Lettres portugaises" o "Cartas de amor de una monja portuguesa". Desde su enclaustramiento en Beja, convento de Nuestra Señora de la Concepción, vio por el balcón al oficial francés Nöel Bouton, marqués de Chamilly, y se enamró frenéticamente, llegando a conocerse a través de un hermano de él. Brotaron tales cartas.    
                                       
El convento. Actualmente museo

He aquí donde transcurría el diálogo verbal de este amor platónico pero tan sangrante por parte de ella; su familia real podía domeñar su persona pero no que en ella brotara amor. Fue éste, claro está, desgarrante, por lo que tenía de imposible. 

Réplica de la celosía en que conversaban

Mariana era bella, y él arrogante y enamorarizo se dejó querer. Se generó una bella literatura epistolar que figura entre las más bellas cartas de amor. Empero hay estudiosos de estas cinco cartas magistrales que sostienen que, publicadas originariamente por Claudio Barbin y traducidas al francés por Gabriel de Serveneg, conde de Guilleragues, es éste el verdadero autor, que se trata de una historia ficción por él inventada. Lamentable controversia, adiós la aureola de Mariana, preferible las escribiera esta monja que como autora continúa figurando.

 


 Hamlet aconseja a Ofelia que se vaya a un convento -para no ser madre de hijos pecadores-, pero hubiera añorado constantemente al príncipe de Dinamarca. Prefirió morir. No, el clero -tanto el monacal como el diocesano, el regular como el secular-, salvo auténtica vocación, no es dichoso por el hecho de abrazar la vida religiosa, más bien la historia y la vida nos muestran que "la felicidad de este mundo -como Villoslada dice- consiste en que hombre mache siempre entre dos ángeles: a su izquierda el invisible que nos acompaña desde la cuna al sepulcro. A la derecha, el ángel visible al que pueda dar el nombre de esposa". ¡Mujeres angelicales, cómo escasean hoy día! Y pues no quiero sentar, ni mucho menos, plaza de machista, diré que también el hombre se las trae; como considera Antonio Gala, esta sociedad no da facilidad para hacer el amor, pero no para enamorarnos. Bueno, siguiendo a Ortega y Gasset, acaso sea lo mejor, ya que en "Estudios sobre el amor" que el enamoramiento es un estado de miseria mental en el que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza.  

Dios no llena el hueco del amor humano -las excepciones confirman la regla-, creo que sin Dios no se puede ser dichoso, pero creo igualmente que no basta Él para serlo, y que me perdone Santa Teresa de Jesús en su bella composición "Nada te turbe", que inicia así: 

Nada te turbe,
Nada te espante,
                                                                    Todo se pasa, 
Dios no se muda,
                                                                     La paciencia, 
                                                                     Todo lo alcanza;
                                                                     Quien a Dios tiene
                                                                     Nada le falta:
Sólo Dios basta. 

Renunciar a la mujer, o ella a él, desde el Paraíso perdido a nuestros días es, en cierto modo, sentirla más, algo imposible como Shakespeare nos muestra en su comedia titulada "Trabajos de amor perdido". Considera Pascal que las pasiones están siempre vivas en quienes renuncian a ellas. Lo corrobora igualmente C. Navarro Rodrigo:

En lucha cuerpo y alma eternamente, 
De todas suertes el dolor me abruma;
He de sufrir si la pasión domina, 
Y si cedo, la pena es más aguda.

Nuestra existencia terrena -con amor o sin amor, por el amor o por lo que fuere- pue ser realmente dolorosa. Séneca asegura, en una de sus "Máximas morales", que nadie aceptaría la vida si al tiempo de recibirla tuviera entendimiento. En otra afirma que toda vida es tormento. En las Sagradas Escrituras no hay, acerca este particular, un concepto optimista; entre otros, señalaré el siguiente del "Libro de los Proverbios", de Salomón: Mezclada anda la risa con el llanto: el término del goce es el dolor. La postura pesimista predomina en toda literatura, profana o religiosa, la teoría vital del pesimismo es de siempre, se encontraba ya en el budismo y en el brahmanismo, si bien alcanza categoría filosófica con Schopenhauer y su discípulo Eduardo Hartmann. Perseguimos el amor, la gloria, el amor sexual y los bienes terrenos, pero para Schopenhauer todo ello son trampas, desilusiones. Habla peste de la vida y de la humanidad. La vida -escribe- nunca es bella, y sólo son bellos los cuadros de la vida cuando los ilumina y refleja el espejo de la poesía, sobre todo en la juventud, cuando aún no sabemos qué es vivir. [...] Debemos considerar la vida como una continuada mentira, en las pequeñas cosas y en las grandes.

En pesimista, Bécquer coincide con el filósofo, recordemos de su leyenda "Un rayo de luna" estas palabras de su protagonista Manrique: Cantigas..., mujeres...,glorias..., felicidad..., mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras de ellos, ¿para qué?, para encontrar un rayo de luna. 

La Fe salvadora.

Es una de la tres virtudes teologales que no puede sernos indiferente -lástima que la esperanza y la caridad nos sean más ajenas-, aunque en todos haya a veces titubeos. Pensemos como Unamuno en su composición titulada "Salmo II": Fe soberbia, impía, / la que no duda. [...] La vida es duda, / y la fe sin la duda es sólo muerte. / Y en la vida el sustento de la vida, / y de la fe la duda. [...] Dame vivir en vida, / dame morir en muerte, / dame en la fe dudar en tanto viva, / dame la pura fe luego que muera. [...] creo en Ti, Señor; ayuda / mi desconfianza. Se halla encuadrado el autor "Del sentimiento trágico de la vida" en el agnosticismo -"ismo" que el vulgo suele confundir con no creyente-; agnósticos fueron muchos teólogos y muchos santos. Unamuno era un obseso de Dios, que es preferible a la llamada fe del carbonero -el está seguro de que existe Dios porque se lo dijo el cura de su pueblo-. Incluso él crea  un sacerdote semejante a él: "San Manuel Bueno, Mártir", es decir, titubeante. En cuanto a la fe, consigna en su citada obra anterior, en el capítulo "Fe, esperanza y caridad":
¿Y qué cosa es fe? Así pregunta el catecismo de la doctrina cristiana que se nos enseñó en la escuelaa, y contesta así: creer lo que no vimos.
 A lo que hace ya una docena de años corregí en un ensayo diciendo: "¡Creer lo que vimos!, ¡no!, sino crear lo que no vemos". Y antes os he dicho que creer en Dios es, en primera instancia al menos, querer que le haya, anhelar la existencia de Dios. 
La virtud teologal de la fe es, según el Apóstol Pablo, cuya definición sirve de base a las tradicionales disquisiciones cristianas sobre ella, "la sustancia de las cosas que se esperan, la demostración de lo que se ve.
La sustancia, o más bien el sustento o base de la esperanza, la garantía de ella. Lo cual conexiona, y más que conexiona subordina, la fe a la esperanza. Y de hecho no es que esperamos porque creemos, sino más bien que creemos porque esperamos. Es la esperanza en Dios, esto es, el ardiente anhelo de que haya un Dios que garantice la eternidad de la conciencia la que nos lleva a creer en Él. 
Este capítulo IX, ni la obra en general, tiene desperdicio. No fue Unamuno un marginado del amor, ni por él ni por sus circunstancias. Conoció en su natal Bilbao a la que sería su mujer. Lo refuere así uno de sus biógrafos, Cesar González Ruano: Concha, hija de una familia amiga de los Unamuno, ha conocido desde niña a Miguel. Han sido siempre, en un presentimiento inocente, novios tácitos. Cuando ella queda huérfana de padre y madre, va a vivir con un tío suyo a Guernica. Don Miguel va allí los sábados para pasar completo el día del domingo con ella. Concha Lizárraga y Miguel de Unamuno tuvieron nueve hijos.  

"Cada uno es cómo Dios le hizo, y aún peor muchas veces". 
  
Esta frase de Miguel de Cervantes habla de la diversidad del género humano, ya en su cuerpo, ya en su psique o alma. Para el citado Schopenhauer el mundo es un infierno, y los hombres se dividen en en almas atormentadas y en diablos atormentadores. Viene a coincidir en este pensamiento la princesa Karadja, autora de un libro de ellos, al opinar que el mundo es un parque de animales en el que se olvido de separar los lobos de los corderos. Existió el feroz Atila, rey de los hunos, de quien muy conocida es su frase: Donde pisa mi caballo, jamás vuelve a crecer la hierba. Pero también existió el Padre Damián, cuidador de leprosos, por ejemplo. ¿Influye el paso de los años, el avance de la civilización, en la bondad o maldad del hombre? En lo externo, sí, pero en el fondo... . Creo con Voltaire, pues lo tenemos a la vista, que la civilización no suprime la barbarie, la perfecciona.  

Ante la maldad humana cuesta creer que Dios haya hecho al hombre a su imagen y semejanza. ¡Ojalá, muy otra sería la Historia de la humanidad, incluida la de la Igesia Católica desde el Papado al hermano de un convento! Entre tantos y tantos autores que pintan la perversidad humana está el Padre jesuita Baltasar Gracián para quien es peor el animal racional que el irracional.

No vamos a enmendar la plana a Dios, quejándonos de su Creación, como no deja de hacerse por muchos autores. Si no está en nuestra alcance entender a Dios, comprender su Obra, no podemos criticarle. Lo que yo veo es el mal uso que hacemos del libre albedrío que nos concedió. Ante el triste espectáculo de la Vida e Historia -la vida va pasando a ella, el doctor Marañón la identifica-, llegó Nietzsche a considerar que la crueldad es uno de los placeres más antiguo de la humanidad. Cristo nos mandó que nos amáramos los uno a los otros como Él nos amó. No es así  antes ni después de Jesucristo. ¿Que existe la amistad y el amor? Sí, yo no lo niego, aunque lo imperante son los falsos amores y las falsas amistades; en fin, en ello no voy a entrar -ya apunté alguna pareja de amor humano-; lo trataré específicamente desde otro punto de vista, no en conexión con Dios. 
                  
Misoginia. 

En cuanto a la libido los hay sensuales y los hay castos; entre los primeros está Jeremías, que se mantuvo virgen hasta su muerte. Vemos en Profecías -Antiguo Testamento- que fue en obediencia al Señor: No tomarás mujer, y no tendrás hijos ni hijas en este lugar o país de Judea. (artículo 16, versículos 1 y 2). También murió virgen Isac Newton, polifacético inglés pues fue filósofo, teólogo, físico, inventor, alquimista y matemático. El también célebre  Emilio Castelar dedica estas lineas, en su ya mencionada biografia de lord Byron, al celibato:
No hay ningún goce físico que se parezca al goce espiritual de las grandes creaciones artísticas o de los grandes pensamientos científicos. Las artes dieron a Miguel Ángel, las matemática a Newton, la filosofía a Kant una castidad tan pura que llegó a ser como una mística, sí, como una cenobítica virgidad. Sus amores fueron lo ideal, sus amadas las ideas, sus hijos la estatua de la Noche, la crítica de la Razón, el cálculo de lo Infinito.                                                                            
El Día y La Noche
Bastantes páginas adelante remarca:
Acaso en aquel momento debió pensar -Byron- que pertenecía, como Platón, como Newton, como Miguel Ángel, como Calderón, a la raza de los grandes solitarios, de los grandes célibes, de aquellos que solo se han desposado con su ideal, y que de este matrimonio del espítu han tenido sus hijos, es decir, sus obras; fecunda prole generadora de generaciones de almas en toda la dilatación de los tiempos.
El mismo insuperable orador fue célibe, vivió toda su vida con su hermana Concha, pero murió mucho antes que Emilio y, como considera Martínez Olmedilla, aquel misógino incorregible tuvo que echar muy de menos a la mujer que aromó su vida, aunque sólo fuera maternal y administrativamente. 

Pues en este escrito he citado a Schopenhauer, le citaré también como enemigo de la mujer y del matrimonio, a ella la define como animal de inteligencia corta y cabellos largos. Del matrimonio le tenía pavor por lo ruinoso que resultaría en dinero, los diversas males que proporciona: engaños, manías, terquedades, ataques de histeria, infedilidades, cornamenta inevitable, la vejez consiguiente al cabo de los años, la necesidad que tenía de todo su tiempo. Sopesando ventajas e inconvenientes  del matrimonio -ventaja única la de que es un medio para ser mejor cuidado en caso de enfermedad y cuando llega la vejez- terminó haciendo suya la divisa: "Matrimonio,¡guerra y miseria!". Se quedó soltero.  Manifiesta que casi todos los grandes filósofos se habían quedado solteros, Descartes, Leibnitz, Malebranche, Kant y Spinosa (se olvida de Platón), mientras, por el contrario, los grandes poetas fueron todos víctimas del matrimonio. Y al parecer ignoraba que Cervantes escapó de su mujer a poco de casado. Byron huyó la noche misma de su boda.  No deja de recordad que Shakespeare había sido cornudo. Muere en el año que se casa Gustavo Adolfo Bécquer, entonces no llegó a conocer que este gran poeta también fue cornudo. 

Donjuanismo.

Entre los sensuales, los de marcado deseo sexual, están Nerón, casado con Popea Sabina; muerta su bellísima esposa, se casó con el joven Esporo por lo mucho que se parecía a ella. Ordenó su castración y le hizo vestir de mujer. En tercer lugar matrimonió de Estatilia Mesalina. Refiere Cayo Suetonio, en su "Vida de los Cesares", que:
para casarse con ésta asesinó a su marido, Atico Vertino, entonces cónsul. / A Octavia, después de haberla querido asesinar varias veces, la repudió, bajo pretexto de esterilidad; pero ante los gritos del pueblo, que protestaba de este divorcio, la desterró y luego la hizo matar como culpable de adulterio. Con Popea se casó doce días después y la amó; pero esto no impidió el que la matara de un puntapié, porque estando embarazada y enferma le había dicho injurias un día que vino muy tarde de unas carreras. Tuvo con ella una hija, llamada Claudia Augusta, que murió en la niñez. / Nada hubo que pudiera considerarse libre de sus atentados. Acusó de conspiración y dio muerte a Antonia, hija de Claudio, que rehusó la plaza de Popea. 
Como es sabido a tal extremo llegó su ocaso que hubo de darse muerte. El papa Pascual II mandó talar el nogal que presidía la sepultura y desenterrar los restos del emperador, quemar todo y arrojar las cenizas al Tiber. Por ordel del papa Sixto IV -1472- se edifico la Basílica de Santa María del Pueblo ubicada donde estuvo la tumba.  
                                                  
Nogal al pie de su enterramiento
Basílica de Nuestra Señora del Pueblo (Roma)  
                                 










 César Borgia -de tal palo, tal astilla-, fue obispo a los 17 años y un año después cardenal. Abandonó la carrera eclesiástica por la de las armas. Una de sus amantes fue su propia hermana Lucrecia. Tuvo una hija con su esposa que pusieron por nombre Luisa; ésta fue duquesa de Valentinois, dama de Chalus, duquesa de Borgia. Hijos ilegítimos tuvo por lo menos dos: Giralamo y Lucrecia Borgia.   
                      
Cesar Borgia
Carlota Albret

                                              











Heliogábalo -su nombre es Vario Avito Bassiano-  se casó cinco veces, lo que no fue óbice para que mantuviera relación con su auuriga Hierocles. Dícese que tambien se casó con un hombre, el atleta Zotico. Enamorado de Ania Faustina, casada con Pomponio Baso, ordenó la ejecución de su esposo, prohibiéndola que guardada luto por él. Al no darle sucesión -con Baso sí tenía un hijo- se divorció de ella y volvió a casarse con con Julia Aquila Severa. Finalmente se pirrió por ser prostituta, acaso fue el primer transgénero, transexual. Menos mal que fue efímero el reinado de este emperador adolescente: cuatro años delictivos. Tenía 19 años de edad cuando fue asesinado. 

Ininteligible Dios, al que Amado Nervo llama el sublime desconocido, ininteligible hombre, ininteligible.
            

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