miércoles, 30 de octubre de 2019

Tortura a todos la indespejable incógnita de la muerte.

DIOS NO SE BURLA DE NOSOTROS.
Sic transit gloria mundi, así acaba la gloria del mundo.

SI LA MUERTE NO FUERA EL PRELUDIO A OTRA VIDA, LA VIDA PRESENTE SERÍA UNA BURLA CRUEL.  (Gandhi) 

Por mucha elucubración que se vierta sobre el Más Allá, es misterio que permanece ‘ab aeterno’; por mucho que avance la técnica y la ciencia, jamás sabrá la humanidad a ciencia cierta si nos espera otra vida. La numerosa literatura con que cuenta el tema de la muerte –tanto en el campo de la poesía, propiamente dicha, como en el del ensayo, novelística y teatro- pone de relieve la intensa preocupación, por no decir obsesión, que constituye la muerte.

Jostein Gaarden en su obra titula ‘El mundo de Sofía’, y subtitulada ‘Novela sobre la Historia de la Filosofía’, parte de estas premisas: ‘La mejor manera de aproximarse a la Filosofía es plantear algunas preguntas filosóficas: ¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o invención detrás de lo que sucede? ¿Hay otra vida después de la muerte? ¿Cómo podemos solucionar problemas de este tipo? Y, ante todo,¿cómo podéis vivir?‘ He aquí las preguntas que formula y que, por supuesto, no contesta, limitándose a afirmar que en ‘en todas las épocas, los seres humanos se ha hecho preguntas de este tipo. Lo corrobora sentando el axioma tantas veces repetido, y es que ‘no se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber quienes son los seres humanos y de dónde procede el mundo’. Lo que ahora nos interesa es si nuestra vida se acaba en la Tierra, si la muerte es el fin de la vida o solo la metamorfosis de la separación del alma del cuerpo, conforme nuestra fe cristiana.

‘No se puede consultar una enciclopedia –expone el autor de referencia-  para ver si  existe Dios o si hay otra vida después de la muerte…  No obste a la hora de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda leer lo que otros han pensado’. Manifiesta que a través de los tiempos, la ciencia ha solucionado muchos antiguos enigmas. Hace mucho –dice- era un gran misterio la otra cara de la luna. Cuestiones como esas eran difícilmente discutibles; la respuesta dependía de la imaginación de cada uno. Pero hoy en día sabemos con exactitud cómo es la otra cara de la luna’. Sí, ya dije, en otra ocasión, que la luna les ha sido arrebatada a los poetas, ya no tiene objeto, por ejemplo, que el loco Manrique de la leyenda becqueriana lleve su delirio hasta el puto de quedarse una noche entera mirando a la luna, y a las estrellas, para exclamar: <Si es verdad, como el prior de la Peña me ha dicho-  que es posible que esos puntos de luz sean mundos; si es verdad que en ese globo de nácar que rueda sobre las nubes habitan gentes, ¡qué mujeres tan hermosas serán las mujeres de esas regiones luminosas! Y yo no podré verlas, y yo no podré amarlas… ¿Cómo será su amor? … ‘. Lo que no se preguntó es si también allí se moría. Ello a pesar de que Bécquer como poeta, y como poeta de la vida,, ‘despertar es morir’ ¿A dónde nos lleva la muerte…? ¡No lo sé…!, es su respuesta, la muerte es el olido, la tumba. <Todo es mortal> exclamó al morir, mas nadie lo ignora.

Aún sigue siendo pedir la luna, gramaticalmente hablando, querer descubrir el insondable conocimiento de nuestra existencia, si es o no limitada, si la muerte le pone un total fin. Siguiendo el consejo del escritor noruego  Jostein Gaarder en cuanto a la gran ayudad de leer lo que otros han pensado, veamos el criterio de Francisco de Quevedo y Villegas que es, a decir de su biógrafo Ramón Gómez de la Serna ‘el escritor españolo que más y mejor se ha encarado con la muerte, pues Séneca, sereno y filosófico, aunque de admirable manera, soslaya su terribilidad’. Habla de ella en su obra satírico-moral ‘Los sueños’, concretamente en ‘El sueño de las calaveras’, ‘El sueño del Juicio Final’ y principalmente en ‘El sueño de la muerte o Visita de los chistes’. En ésta la muerte le lleva a hacer una visita a los difuntos, y en el camino se entabla entre ellos diálogo, la dije’ Yo no veo señas de la muerte, porque allá nos la pintan unos huesos descarnados con su guadaña’. Parose y respondió: ‘Eso no es la muerte, sino los muertos o lo que queda de los vivos. Esos huesos son el dibujo sobre el que se labra el cuerpo del hombre. La muerte no la conocéis, y sois vosotros mismos vuestra muerte; tiene la cara de cada uno de vosotros, y todos sois muerte. La calavera es el muerto, y la cara es la muerte; y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo.  Y los huesos es lo que de vosotros deja la muertey lo que le sobra a la sepultura.’. También en algunas de sus cartas trata de este indefectible destino nuestro, por muy racionales y ‘homo sapiens’ que seamos.

En una de ella escribe: <Todo mentira y representación. Hasta la vida propia (como dice Epicteto) es una comedia>. Conviene a saber que cada uno de nosotros hacer bien nuestro papel, sea el que fuere, pero a Dios toca dárnosle. No está en nuestro poder el escoger el de rey, o el de pobre, o el de ignorante, o el de discreto; que eso, y darle largo o corto, toca al autor de la farsa’. Solo nos ha de consolar ver que el ser rey, papa, pobre o humilde dura mientras hacemos las figuras en el tablado de la vida; que entrando en el vestuario de la sepultura todos somos igualmente representantes, y se conoce que la diferencia estuvo en los vestidos’. Para la Parca no hay acepción de personas, Quevedo lo consigna así: <Ella llega a los monarcas porque son hombres, y no se olvida de los pobres hombres porque no son monarcas’. Equivalencia, en fin, con el Auto sacramental de su coetáneo Calderón de la Barca titulado ‘El gran teatro del mundo’; tema de la vida humana como una comedia en la que nuestro asignado papel de actor, bien o mal representado, ha de calificar el Autor Soberano.

En concepto –y pasando a nuestros días- del gran pensador Julián Marías, existe actualmente bastante olvido de la muerte en contraste con Heidegger: <Heidegger en el tema de la muerte; después de Unamuno, nadie ha hecho en nuestro siglo un planteamiento tan vigoroso como el suyo; yo pienso que es urgente dar un golpe de timón, localizar la muerte en la v ida, intentar entenderla desde la vida –es lo que he hecho en diversos escritos, y sobre todo en la Antropología metafísica-; pero en modo alguno pasarla por alto, olvidarla, volverle la espalda, desentenderse de ella, decir: ‘Ahí queda eso’. Porque entonces lo que queda ahí, abandonado y sin raíces ni sentido, es la vida misma’. Apunta seguidamente como  causa de tal olvido el hecho de que ‘paralelamente a esta omisión de la muerte o, lo que es lo mismo, su mecanización y despersonalización, se ejecuta la operación consistente en poner en primer plano una serie de temas que solo pueden acceder a él cuando se ha producido el desplazamiento de la muerte y de la perspectiva personal que ésta impone’. Para mayor clarificación y, combatiendo el predominio de la politización y economía, añade: <… lo más inmediato e importante es la vida personal, la vida privada, la de cada uno de nosotros en su inmediatez. Para ello, para esta vida personal y única, la nuestra, es decir, la de cada uno de nosotros, y no la de un abstracto ‘todos’, nos esforzamos por conseguir recursos económicos, estructuras sociales, un orden político, artificios técnicos. Todas esas cosas interesan en función de la vida de cada cual, no al revés’.


El triángulo filosófico: ‘Dios, Mundo, Ser’ está íntimamente relacionado con la muerte.

Para Schopenhauer, punto radiante de la filosofía moderna, sin la muerte difícilmente se filosofa, por cuanto es Atropos la conductora de la Filosofía, su genio inspirador. Si la vida está en función de la muerte, también Dios, y así Unamuno en su nivola ‘San Manuel Bueno, mártir’ escribe: <Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir >. Su amigo el gran ensayista y prosista Victoriano García Martí –con favorables juicios críticos también de Benavente, Eugenio d’Ors, Maragall, González Bueno, etc.- escribió ‘La muerte (Meditación)’, que es uno de los libros más enjundiosos que sobre el tema se ha escrito. Lo escribe a la muerte de su madre y a ella se lo dedica. Coincide con Unamuno en que la idea esencial de la  muerte y el consuelo solo lo aporta la Religión. Transcribo sus líneas claves al respecto:

Toda  nuestra v ida está llena de eso que está detrás ¡Cuán to ha trabajado inútilmente la pobre Humanidad para descifrar el enigma de eso que está detrás… ¡ Filosofía, Religión… Lo primero no acierta a calmar nuestra ansiedad, porque todos los sistemas filosóficos son elaborados por la razón, y es la razón misma la que está en litigio. Solo la Religión brinca fuera de nosotros para explicarnos a nosotros mismos por un Ser superior. La explicación desborda francamente nuestras facultades; pero lo exacto es que hay en nosotros algo que desborda también nuestra vida y nuestra razón y se hace, si no presente, latente en nuestra existencia, y es justo ese algo de misterio que nos rodea y que nos imprime como una tendencia a evadirnos de nosotros mismos.

Seguidamente insiste en que ‘el hecho es que nuestra vida está llena de eso que está detrás de ella…’. Es incontrovertible, ¿quién no lo presiente? Todo, en definitiva se mueve en la hipótesis, todo elucubraciones, y se llega a interpretar la vida como un sueño (Gandhi también interpreta la vida como tal: ‘la muerte no es más que un sueño y un olvido’). Todos recordamos estos versos de Calderón en su drama titulado ‘La v ida es sueño’:

¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Y para Shakespeare ‘estamos hechos de la misma materia que los sueños, y nuestra propia vida termina durmiendo’. En concepto  de un dramaturgo y poeta de generación reciente, Federico García Lorca, ‘el mundo y la eternidad son un sueño infinito’. Si la vida es un sueño, una ficción, ¿qué es la muerte? Vemos que para este autor continúa siendo un sueño. Hemos de preocuparnos de este sueño-muerte -ya hemos visto que lo contrario es condenable-; Arturo Pérez Reverte nos refiere sobre este particular: ‘Creo que la humanidad se divide básicamente en dos clases de personas: las que saben que van a morir, y los que prefieren no saberlo’. / Bien mirado, el mundo ha dejado de pensar en la muerte. Creer que no vamos a morir nos hace débiles y peores’.  Y se empieza, cabe añadir, aunque se presupone, por ser de ínfimo intelecto y/o estar deslumbrado por una vida de triunfos.

Nuestro cobijo ante la espeluznante muerte.

La Fe es el antiséptico del Alma.
-Walt Whitman, poeta estadounidense-

Ya he indicado que es la Religión, con su base en la Fe, nuestro amparo, pero, con todo, nuestra amargura es enorme habida cuenta de la consideración expuesta por Schopenhauer: '¡Cuán larga es la noche del tiempo sin límites si se la compara con el breve sueño de la vida!’. Y pues estamos repasando autores, lecturas, de gran interés son también estos dos asertos de Valle Inclán, ap. ‘Luces de Bohemia’: ‘La muerte muchas veces sería amable si no existiese el terror de lo incierto’. – ‘Nosotros divinizamos la muerte. No es más que un instante de la vida, la única verdad es la muerte… Y de las muertes, yo prefiero la muerte cristiana’. Veámosla.

El Génesis, como sabemos, nos da a conocer que Yhavé no quiso hacer un mundo con muerte, que ésta es una pobre conquista del hombre, soberbio, engreído, desde illo tempore. Desobedeció este mandamiento que Dios le impuso: <De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal no comerás, porque el día que comieras de él orirás sin remedio’. De ese árbol no nos indica la Escritura su especie; es llamado ‘del bien’, para hacerlo hacerle conocer el bien que había perdido, y ‘del mal’ a que por su desobediencia a Dios se había precipitado la pareja humana.

Había otro árbol y ello no dejó de contribuir a la pérdida del paraíso: ‘pues echémoslos de aquí –decide el Señor-, no sea que alargue su mano y tome también del fruto de del árbol de ‘conservar’ la vida, y como de él, y viva para siempre.

Ya no hay edén verdadero, aunque geográficamente sepamos donde se encontraba el Paraíso terrenal –esto sí lo dice la Biblia-, ya no hay ningún árbol de conservar la vida -la humanidad hubiera plantado grandes bosques de ellos, ya deliniamos las figuras del mal; en primer lugar con las enfermedades, la vejez y la muerte.

Nuestra oración el ‘CREDO0’, relación de dogmas de la Iglesia Católica, nos habla de la resurrección de la carne. ¡Y ahí es nada lo prometido! A decir de Rolando Pérez Sánchez, en ‘Más allá de la muerte hay vida –Un estudio detallado de lo que ocurre después de la muerte según las Escrituras Bíblicas’-, de las últimas lecturas que he realizado sobre el tema, <la Biblia sugiere que los espíritus de los  justos que han muerto están con Jesús y al momento de la resurrección de la Iglesia descenderán para unirse a sus respectivos cuerpos en la tierra>.

Como hemos estado enseñando en todo el libro, nuestra doctrina es que después de la muerte hay completa conciencia. Por lo tanto aquellos que en la vida estuvieron unidos en lazo matrimonial mientras vivían en la tierra volverán a ser unidos en familia, así como los hijos, y los hijos de sus hijos. El autor cree que en el cielo se vive en familia, y cada cual se reencontrará con sus seres queridos, pero el asunto de la unión, jamás debe entenderse como unión sexual. Consideremos lo que dijo Jesús a sus  discípulos una vez que le hicieran una pregunta similar. (Mt. 22:30; Lc. 20:34).

Pero la Biblia no la ha escrito Dios, sino los hombres, y tiene contradicciones. Y la Fe encierra la duda; ya dice Unamuno <Fe  soberbia, impía, / la que no duda, la que encadena a Dios a nuestra idea>. La incógnita de nuestra existencia es infinita. Solo podemos recoger la vida, cual piensa don Miguel:

‘Hay que recoger la vida,
la que se nos va
cual nos vino, escondida
del más allá al más acá.
Y se va por donde vino
Embozada en el misterio,
Va abriéndose su camino,
Mira siempre al cementerio.
Hay que recoger la vida
que otra vez ya no vendrá,
como se nos va escondida
del más aquí al más allá.

Creo que el terror que se siente por la muerte es la única regla general que carece de excepciones; mienten los que dicen no temerla, tal como el autor de 'El Evangelio según Jesucristo' -José  Saramago, premio Nobel de Literatura 1998-quien expone; 'No me preocupa la muerte, me disolveré en la nada'. Con deseo de desdramatizarla escribió Edgar A. Poe: 'A la muerte se le toma de frente con valor, y después se le invita a una copa'.

Muchas líneas dedicó el emperador filósofo Marco Aurelio y exhorta también a tener valor frene a ella, pero no dejó de escribir las siguientes: 

No quiero negar que temo la muerte como mortal, porque no
hay comparación de hablar de la muerte en la vida a gustar la
muerte en la muerte cuando ya se pierde la vida.

Entiende que <está tan aferrada, tan conglutinada y con tanto parentesco conjuntado el alma y la carne y el espíritu con la sangre, que apartarse lo uno de lo otro es lo más terrible y último terrible de todas las terrebilidades. Y por cierto ¿cabe con razón que el alma parta con lástima por dejar a la carne entre gusanos, y el cuerpo quede con envidia por ver al alma ir a gozar con los dio ses?> ¡Oh cuán descuidados estamos en la vida hasta que tropezamos y damos los ojos con la muerte!

No hay comentarios:

Publicar un comentario