sábado, 1 de diciembre de 2012

ENRIQUE IV DE CASTILLA, SU ÉPOCA Y SEGOVIA

Los reyes de León y Castilla correspondientes al siglo XIV son Alfonso XI, casado con doña María de Portugal; Pedro I, casado con doña Blanca de Borbón (1353). doña María de Padilla, declarada reina y mujer después de muerta, doña Juana de Castro -cambiaba de esposa como si viviera hoy día- y numerosas amigas que aquí no hace al caso consignar. Enrique II, casado con doña Juana Manuel, quien también contó con numerosas amigas; Juan I, casado con doña Leonor de Aragón y en segundas nupcias con Beatriz de Portugal; Enrique III, casado con Catalina de Lancaster. Y ya en el siglo XV, Juan II, cuya primera esposa fue su prima doña María de Aragón -hija de Fernado el de Antequera, hermano de Enrique III-, y la segunda doña Isabel de Portuga. De la primera nació Enrique IV, de la segunda Isabel deTrastamara y Alfonso. Al siglo XV pertenecen también la mencionada Isabel, última Trastamara, que contrajo matrimonio con su pariente de Aragón el príncipa Fernando. Pero ellos son ya reyes de la España unificada, de una historia menos complicaca por guerras intestinas, principalmente los Trastamara de Castilla y los de Aragón, los célebres infantes de Aragón de que hablas "Las coplas", de Jorge Manrique. 


El auge del autoritarismo monárquico va restando privilegios a la nobleza. 

Desde Alfonso XI los monarcas fueron restando prepontencia a los  nobles. Enrique II, el traidor y fraticida, tuvo para ello el handicap de la necesidad de captarse simpatías al usurpar la Corona tras asesinar a su hermano, de padre, alevosamente para sucederle. Concedió beneficios sin tasa y, con tal motivo, el hijo de Alfonso XI y de su bellísima a amante, doña Leonor de Guzmán, recibió el alias de Enrique el de las Mercedes. No obstante, pasando algún tiempo, trató de quitarles humos. Pero crea otra casta, la "nobleza de funcionarios", obseso por su problema de iligitimidad. Esta casta de nobles persiste a lo largo de los reinados de Juan I y Enrique III; en suma, van cambiando de faz pero no de hechos, según queda patente en el reinado de Enrique IV. 

Gran avance hubiera dado hacia el gobierno autoritario del rey el discutido don Pedro -no tan cruel como le denomina la Historia-, que no le arredraba el elemento perturbador que constituía el citado grupo social de privilegiados. A Juan I le dificultó esta empresa sostener la Corona ante la oposición de los legítimos descendientes de Pedro I, problema que solucionó uniendo ambas ramas, la legítima y la bastarda, por el enlace matrimonial de su hijo con Catalina de Lancaster, nieta del rey asesinado y por cuanto es hija de Juan, duque de Lancaster, y de Constanza, hija del susodicho Pedro y de María de Padilla. 

Juan II tuvo un rasgo de fortaleza con quien mucho brillaba en la Corte, don Enrique de Aragón, marqués de Villena, descendiente por vía paterna de la Casa Real de Aragón, y por la materna, de la de Castilla, despojándole en 1414 del maestrazgo de Calatrava, de títulos y de gran parte de sus bienes. Mas este extraño personaje de la Literatura y de la Historia, tan intrigante y adecuado para manejar el cubileteo al ser, de una parte, melifluo y suntuoso y, de otra, ladino y artero, hizo mucho daño en aquella caótica política. De este cortesano se decía una aleluya que define su carácter: Del marqués de Villena, ni palabra mala ni obra buena. 

De la espada a la pluma. 

Enrique IV hizo unflaco servicio al "autoritarismo monmárquico". Muy mal le trataron los nobles. Recordemos la vergonzosa carta que le dirigieron, llena de imposiciones y exigencias, rechazando a la niña Juana en calidad de heredera de la Corona por no ser hija legítima. Se acobardó frente a esta desleal actitud y firmó su propia deshonra reconociendo por heredero del trono a su hermanastro don Alfonso. Era el desprestigio dela institución real, contra lo que el rey reaccionó declarando nulo lo pactado, pero entonces los magnates de la Liga se reunieron en Ávila y celebraron la grotesta ceremonia de destronar al rey y proclamar al infante don Alfonso. 

Es ignominia despertó el sentimiento monárquico en otras clases y principalmente en el estado llano, siempre leal a los reyes y enemigo de la nobleza. Sin emrgo, don Enrique, increíblemente paciente, no se atrevió a recurrir a las armas y entró en negociaciones con su antiguo favorito, el ya citado marqués de Villena y jefe de la Liga.

Por fin, haciéndose eco del clamor público a su favor, salió al encuentro de los rebeldes y tuvo lugar la batalla de Olmedo, en la que las tropas reales obtuvieron la victoria. (Me refiero a la segunda batalla de Olmedo, pues en la primera se batió contra su padre y fue derrotado). Pero al poco tiempo los nobles se apoderaron de Segovia donde, a la sazón, se hallaba la infanta Isabel. 

Con los Reyes Católicos la nobleza, y especialmente los grandes cortesanos, se inclinan a la cultura intelectual. Como escribe Pablo Giovio, "no es tenido por noble el español que muestra aversión a las Letras y a los estudios". Ya no se aprende sólo a guerrear, y se hacen intelectuales los títulos jóvenes; algunos de ellos obtuvieron cátedras en Salamanca y Alcalá, como los hijos de los condes de Haro y de Paredes o los del duque de Albay. Esta metamorfosis queda definida en el hecho de que siendo mayor el marqués de Denia aprendió latin para poder entregarse al conocimiento de los clásicos. 

Ha cambiado la nobleza; el rey ha conseguido su plena autoridad, que emana de Dios, y es más respetado, por ser también más fuerte y, como tal, temido. Esta obra fue de Isabel para disgusto de antifeministas. Ya quedó atrás la Edad Media, aunque la reina Isabel no vería la unidad de España, quedaba el reino de Navarra. Y en peligro estuvo desgajarse el de Aragón si en el segundo matrimonio de Fernando, con Germana de Foix, hubieran tenido descendencia. (La tuvo pero con Calos V, quien sostuvo relaciones amorosas con la viuda de su padre). 

Lo que va de lo vivo a lo pintado.

En cuanto al total mal gobierno de Enrique IV y el grandioso de los Reyes Católicos habría mucho que hablar, ya que ello cojea grandemente. No dejaré de apuntar la importancia del hado como encadenamiento fatal de los sucesos en la Historia. En este terreno hay una notable diferencia: Enrique fue el perdedor, su hija Juana -paternidad biológica discutible y discutida; ahora bien, indudable bajo el punto de vista del Derecho-, que siempre se firmó Juana I de Castilla, perdió la guerra de sucesión, que duró cinco años, contra su tía y madrina y, como es sabido, es sumamente adverso el trato al vencido. Recordemos la respuesta que el galo Brenon dio a los romanos cuando éstos se quejaron de que los pesos celtas eran mayores que los suyos: el citado jefe vencedor colocó su espada en la balnza y exclamó con toda arrogancia: Vae victis!, ¡Ay de los vencidos! Entonces fue así y siempre lo fue a través de los siglos, a través de todas las civilizaciones; no hay que ir a la histotoria antigua a buscar ejemplos, lo tenemos hasta en la más próxima. En corroboración de que lo peor para aquella  época para constituir su final fue que Juana I de Castilla fue vencida.En la biografía de "Enrque IV el impotente y el final de una época", de José Calvo Poyato, podemos leer: 
Las crónicas que ha llegado hasta nuestros días  -excepción de la que fue  escrita por el que fuera capellán del rey, Enriquez del Castillo, fueron redactadas bajo el reinado de doña Isabel y don Fernando y tenían como principal objetivo cantar las ecelecias de estos monarcas. En dichas crónicas todo indicio que pudiese favorecer la articulación de un texto que llevase a una conclusión que invalidase los derechos de la princesa doña Juana era bueno. 
Evidentemente, la historia la escriben los vencedores ad limitum, a su voluntad. ¿Quién en ese momento se atreve a escribir lo contrario por cierto que ello sea? Y como queda dicho, ya los Reyes Católicos eran fuertes, se habían impuesto como monarcas, eran respetados por miedo, que es el más eficaz medio de hacerse respetar, la nobleza dejó de ser contrincante de los reyes.  

Sobre Enrique IV pesó siempre el estigma de su impotencia sexual, tan debatida y que fue básica para que su hermanastra concibiera la idea de heredarle. Su hijastra y sobrina Juana era, cuando menos, era hija reconocida por el rey y, por tanto, es evidente que Isabel usurpó el trono. Anhelante de ello esta tanto ella como Fernando. Las relaciones familiares no eran buenas, fluctuaban entre la hostilidad y la hipocresía, la cosa iba por épocas. Un buen día Isabel quiso entrevistarse con Enrique en Segovia, brindarle un banquete en el Alcázar. Tras éste, "Enrique IV no tuvo problema para, en un gesto de galantería caballeresca, pasear a su hermanita por las calles de Segovia llevando de las riendas el palafrén en que ésta iba montada". El rey ya estaba captado sentimentalmente, y acaso envenenado por Isabel y sus compinches. Eran éstos en primer lugar Andrés Cabrera y su mujer Beatriz de Bobadilla, consejera mayor y amiga. Su padre era el guardián de la fortaleza de Arévalo donde estaba recluida la reina Isabel de Portugal con sus dos hijos. Existe la versión de que allí los tenía recluidos el hijastro pero la verdad es que lo estaba también como enferma mental y que su enfermedad fue en crescendo. Llegó el rey a quitar de su compañía a Alfonso y a Isabel para darles un mejor horizonte en todos los terrenos. En Arévalo murió la madre de Isabel la Católica totalmente loca, ocultándose el rostro para que no la viera su hija al visitarla.    

Respecto a esta reunión escribe el citado biógrafo: 

Es pobible que el enuentro de doña Isabel con Enrique IV fuese cordial y en el mismo sólo se hablase de cuestiones intrascendentes y baladíes, pero que el arzobispo Carrillo, Andrés Cabrera, Beatriz de Bobadilla y otros personajes que estaban en el centro de las decisiones que afectaban al reino, sí tratasen eltema de la sucesión y llegasen a un acuerdo, resulta evidente. De no sea así, será muy difícil explicar la actitud que en este momento tiene el marqués de Villena. 
Sobradamente estaba enterado de los tejemanejes existentes desde tiempo atrás para que doña Isabel fuera la sucesora: Entonces don Juan Pacheco: 

Una vez que estuvo convencido de la situación real, actuó con rapidez: informó a Enrique IV y pidió una reunión del consejo real en la que propuso medidas enérgicas. Por un lado indicaba que era imprescindible detener a doña Isabel y, por otro, señalaba la necesidad de destituir a Andrés Cabrera de su cargo y que se alejase de la corte al cardenal Mendoza.
 La trama contra contra el rey y su hija era grande y como puntos muy negativos tenía el haber captado Isabel a su causa a los Mendoza y a don Beltrán de la Cueva. En medio de tanta desgracia se agarró don Enrique como a un clavo ardiendo, cual suele decirse, a la perspectiva de hallar marido a su hija que, al morir él, defendiera los derechos de ésta. Fue, como sabemos, Alfonso V de Portugal, y, como también es notorio, la suerte les fue adversa, ¡cuántas injusticias se han cometido manu militari, es decir, atropellando por la fuerza, la fuerza de la razón! Y cuán triste es también que la misma esté indefectiblemente en el vencedor, ya en lides judiciales, ya castrenses, aunque, como dice Camilo José Cela, nadie, impunemente, puede fingir porque el tiempo es ácido que corroe lo no auténtico para mostrar, a quien quiera mirarlo, el indeleble grabado de lo verdadero. Indudablemente, a veces salen a flote verdades que en su día se consiguió vencer, destruir. 

Enigmática muerte de Enrique IV. 

Ya he aludido a la sospecha de envenenamiento, era éste en aquellos siglos un recurso habitual para dirimir cuestiones políticas y/o familiares. ¿Cómo desapareció el príncipe Alfonso de Trastamara en Cardeñosa en 1468? Murió de la noche a la mañana por causa desconocida. Se dijo que le suministraron una trucha envenenada. La tesis de que el monarca castellano fue envenenado es sostenida por varios autores; por ejemplo, Gregorio Marañón, en su Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo. En el manifiesto que hizo doña Juana no deja de exponer que "por codicia desordenada de reinar acordaron y trataron ellos, y otros por ellos y fueron en habla y consejo de hacerle dar y le fueron dadas, yerbas y ponzoña de que después falleció". Se certificó "un flujo de sangre". Su amor por Segovia le compartía con Madrid y es en él donde muere el 11 de diciembre de 1474. No obstante su traición, el cardenal Mendoza ofició en el entierro, siendo inhumado en el monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe al lado de su madre. Dicho prelado le costeó el monumento funerario. Luego lucharía en el bando de Isabel como también lo hizo Beltrán de la Cueva. Juana de Portugal le sobrevivió medio año, y se dice murió por causa desconocida. Hay quien lo atribuye a que fue envenenada por orden de su hermano. Tengo en la mente dedicar algún escrito a esta segunda esposa de Enrique IV como he hecho de la primera; Florez de Setien, en su obra "Memorias de las reinas católicas de España", le dedica gran espacio.

Segovia al fondo.

Siempre estuvo Enrique IV vinculado a Segovia, se debieron mucho mutuamente. El palacio real de San Martín le fundó Juan II para él, por lo que, aun nacido en Valladolid, se sentía muy segoviano, quería a Segovia y era correspondido por la ciudad. Aparte de hacer mejoras en el Alcázar, levanto El Campillo, o sea, San Antonio el Real. Los aposentos reales del monasterio del Parral, que llegó a habitar su hermanita. Lamentablemente, el palacio real de Segovia es monumento a desaparecer. Tanto este rey "segoviano", que mucho residió en Segovia, como todos los Trastamaras, incluidos los Reyes Católicos, hicieron grandes obras en la ciudad, así como coadyuvar al enriquecimiento del Alcázar, que también habitaron por temporadas. Entrar en el detalle, como igualmente cubrir lagunas que me dejo, escapa a lo que no es más que dar unas pinceladas -no más permite un artículo- sobre la vida de Enrique IV tan patética como la de su primera esposa. Por supuesto que desde otros ángulos, temas de la historia de esta familia irán apareciendo e iré tratando lo que queda sin tratar.

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