Recuerdo a este rey como aquel a quien un día para poder cenar tuvo que empeñar su gabán, porque los bienes del real patrimonio se habían esfumado a fuer de las mercedes otorgadas por sus tutores que le sumieron en la pobreza. Como contraste, aquella noche se celebraba en casa del arzobispo de Toledo un banquete entre los nobles que habían usurpado las rentas de la corona. Cuéntase que disfrazado de de criado presenció el festín. Al día siguiente citó a todos a su cámara, y preguntó al arzobispo cuántos reyes había conocido en Castilla. "Tres", contestó el prelado -Pues yo, con ser más mozo, he conocido más de veinte, y desde hoy no ha de haber más que yo. Haciendo salir a su guardia y al verdugo, amenazó a los nobles con quitarles la vida, si no le devolvían las rentas de la corona.
Reinó solamente dieciséis años pero, pese a que su reinado no fue largo y, por otra parte, su constitución física, o complexión, era débil y enfermiza -de aquí la la denominación con que ha pasado a la Historia: Enrique III el Doliente- era belicoso como evidencia el balance bélico de su reinado. Frenó a los portugueses, que muy envalentonados desde la Batalla de Aljubarrota, sin previo declaración de guerra, se apoderaron de Badajoz, cuya recuperación logró.
Se dio esta batalla en la población homónima de la Extremadura portuguesa , veinticinco leguas al norte de Lisboa; en ella las tropas anglo portuguesas -a lo largo de la Historia, Inglaterra ha apoyado a Portugal- al mando del Maestre de Avis infligieron una aplastante a los castellanos de Juan I , con lo que quedó asegurara la independencia de Portugal. Ya la perdimos hasta que Felipe II se la anexionó por el problema dinástico surgido a la muerte del rey luso D. Sebastián. Mas no fue por vía diplomática, ya que para impedirlo se valieron de de poner como sucesor al cardenal don Enrique y de éste al prior de Ocrato . Se oponían tenazmente por lo que nuestro monarca envió al duque de Alba al frente de un ejército de tierra, mientras la escuadra al mando del Marqués de Santa Cruz se dirigió a Lisboa. El Prior fue derrotado en Alcántara, se logró la unión ibérica.
Ésta, lamentablemente, se rompería en el reinado de su nieto Felipe IV, teniendo como inicio la rebelión de las fuerzas concentradas en Lisboa, que el Conde-duque de Olivares se disponía enviar contra la sublevación de Cataluña, y proclamar al duque de Braganza rey de Portugal con el nombre de Juan IV. Éste vacila en convertirse en un traidor, pero su esposa, hija del duque de Medina Sidonia, le disuade con esta frase célebre entre las históricas: 'Mejor quiero ser reina una hora que duquesa toda la vida'. Dejo, en fin, la problemática de Portugal más allá del ciclo trazado, y vuelvo al entorno de Enrique III de Trastámara.
Nuestro esforzado rey organizó una expedición a África apoderándose de Tetuán, que era refugio de piratas que invadían nuestros mares, ciudad que arrasó. Conventrizó, puede decirse, recordando Conventry, ciudad inglesa que en la Segunda Guerra Mundial arrasaron los alemanes y generó el vocablo.
Tanto al rey como a la reina les disgustaba el Cisma de Occidente, y decidieron apartarse de la obediencia al anti-papa Luna, Benedicto XIII, que de 1411 a 1423 tuvo su sede pontificia Peñíscola procedente de Aviñón donde fue designado papa a la muerte de Clemente VII -1394- y a quien en la Roca Levantina sucedió Clemente VIII -1423- , que abdicaría seis años después a favor de Marti V, papa nombrado en el concilio de Constanza., con lo que se puso fin a medio siglo de cisma en la Iglesia Católica. Obviamente Enrique III pretendió contribuir a la terminación del gran cisma, lo que todavía tan lejos estaba que ni la reina llegó a verlo. Él murió el día de Navidad de 1406 a la juvenil edad de 27 años. Su esposa, Catalina de Lancaster, que era seis años mayor, falleció en 1418. Tenía proyectada la conquista de Granada, que culminaría su nieta
Es hijo de Juan I, el cual tras la pérdida de Portugal se vio atacado por el duque de Lancaster quien, ayudado por el monarca de dicha nación, se apoderó de gran parte de Galicia. Era un rebrote del odio interminable, lucha de los descendientes de don Pedro I de Castilla contra los Trastámara. El rey para evitar una nueva guerra y extinguir este odio firmó un tratado de paz -1387- que dio al traste con la rivalidad de los descendientes de Alfonso XI. Éste compartió con su esposa, doña María de Portugal, su amante, la bellísima dama sevillana Leonor de Guzmán. El pacto implicaba el matrimonio de doña Catalina, hija del duque de Lancaster y nieta del rey don Pedro, con el infante don Enrique hijo de Juan I, connubio con el que se unían los derechos de la casa Lancaster y los de la familia bastarda. Los prometidos esposos tomaron el título de 'Príncipes de Asturias', que desde entonces han llevados los herederos de la corona de España.
En las capitulaciones recibió doña Catalina de su suegro la ciudad de Soria con las villas de Atienza, Almazán, Deza y Molina. A su madre, doña Constanza, se le adjudicaron Guadalajara, Medina y Olmedo mientras viviese; ello a cambio de que los duques renunciasen al título y derechos que sostenían respecto a los reinos y señoríos de Castilla a favor en favor del rey don Juan y de su primogénito don Enrique. A continuación de los tratados fue recibida en Fuenterrabia la princesa Catalina y acompañada hasta Palencia donde el rey le esperaba con su Corte, celebrándose la boda de los príncipes en la catedral La duquesa vino poco después a Medina del Campo donde se encontraba el rey y éste la recibió tiernamente, regalándole joyas y dándole por toda su vida la villa de Huete. Le envió entonces el duque de Lancaster la corona de oro que tenía preparada para coronarse rey de Castilla. Nuevos obsequios se cruzaron, la nueva relación familiar, la concordia, la paz, había nacido.
Prematuramente murió Juan I a causa de una caída de caballo en Alcalá de Henares el 9 de octubre de 1390, a los once años de ser proclamado rey en el Monasterio de Las Huelgas de Burgos, y seguidamente el funeral fue erigido en Madrid como rey de Castilla Enrique III. Contaba la edad de catorce años y su esposa veinte. Fácticamente celebra las bodas con la reina doña Catalina, su mujer, ya tienen el cetro y viven juntos. Vendrán ahora los hijos: dio la reina a luz en Segovia (1401) a la princesa María a la que su padre en el testamento dejó desposada con su sobrino don Alfonso, hijo de su hermano el infante don Fernando, es decir, andando el tiempo Alfonso V de Aragón. En corto intervalo nació otra niña que recibió el nombre de su madre; esta hija casó con don Enrique, hermano de don Alfonso. El 6 de marzo de 1405, nació, en Toro, un hijo al que pusieron el nombre de Juan en memoria de los abuelos -el paterno y el materno, pues este se llamaba Juan de Gante- En Valladolid fue jurado, por los distintos reinos, sucesor del rey de Castilla. No llegó a conocer a su padre de visu, pues no había cumplido dos años cuando le ciñó la orfandad paterna.
Quedó doña Catalina viuda con poco más de treinta años, viudedad que mantuvo de por vida -como la segunda esposa de su suegro, Beatriz de Portugal- y con tres hijos pequeños. (Se dice que fue pareja lesbiana con Isabel Torres). Hubo de compartir la tutoría con su cuñado el susodicho infante don Fernando, deslizándose la misma en armonía y, consecuentemente, sufriendo contrariedad, como asimismo Castilla, cuando, por el fallecimiento de D. Martín el Humano, fue elegido en Compromiso de Caspe para ocupar el trono de Aragón. Surgieron entonces turbaciones e intrigas palaciegas, que ambos tutores superaron. Fue para Catalina la etapa más desagradable los dos dos años que sobrevivió a don Fernando, ya que al morir éste quedó como única tutora creándola problemas, por la custodia y crianza del mayor, don Juan de Velasco y y don Diego López de Zuñiga a quienes por el testamento correspondía tener y educar al príncipe. Habían recibido estos señores doce mil florines de oro para que desistieran de ello, lo que aceptaron por intercesión de Fernando I de Aragón, pero al hallarse sola la reina vuelven a la carga apoyándoles en esta ocasión el arzobispo de Toledo, don Sancho de Rojas, y la reina accede por no ir contra la voluntad de testamentaria de su amado esposo. Satisfechos de que no se negara, desisten de su pretensión pero el haberse llegado a esta resolución sin contar la reina con don Alfonso Enriquez, almirante; don Ruiz López Dávalos, condestable, y don Pedro Manrique, adelantado de León, que eran del Consejo, motivó descontentos.
Murió D. Fernando el 2 de abril de 1416, reinó cuatro años escasos, había sido proclamado rey el 28 de junio de 1412 , y Doña Catalina le hizo suntuosos funerales en Valladolid a los que asistió personalmente, a pesar de estar bastante delicada de salud. Muchos e intrincados problemas habían resuelto de mancomún, y su agradecimiento y afecto eran grandes por la acrisolada lealtad al príncipe, su sobrino, rechazando la corona al serle ofrecida por muchos nobles, mientras, por otro lado, no entró en las maquinaciones de la reina madre, Doña Leonor de Aragón, dominada por su favorita, Leonor de López, que hubieran suscitado luchas civiles. Funestas para nuestra Historia han sido las tutorías ; no obstante, en la de Juan II de Castilla se dio la excepción de que hubo paz interior y engrandecimiento exterior.
Juan II
A este Trastámara, padre de Enrique IV, Isabel I y Alfonso el rey Inocente, he dedicado bastantes páginas. Como rey era una calamidad, gracias a que contó con un valido de empuje y de fidelidad: Don Álvaro de Luna. aunque no se olvidase del 'pro domo sua', es decir, su modo egoísta. Esto es una constante en la Historia, así podemos leer en 'Historia de Guadalajara y sus Mendozas', de Francisco Layna Serrano':
Enrique II -de 1369 al 29 de mayo de 1379.
Juan I - de 1379 al 9 de octubre de 1390.
Enrique III -de 1390 al 25 de diciembre de 1406.
Juan II -de 1406 al 21 de julio de 1454.
Enrique IV 1454 al 11 de diciembre de 1474.
(Alfonso) 1465 - 1468.
Isabel I -de 1474 al 26 de noviembre de 1504.
El reinado de Juan II fue de estancamiento en la Reconquista; como dice el citado cronista, 'fue 'estéril la vida de Castilla durante medio siglo, pues solo en muy contadas ocasiones pudo continuar su misión histórica de combatir a los musulmanes. Asimismo señala que por falta de cohesión resultó baldí, que la nobleza castellana no estaba atenta al interés nacional, sino a envidias y luchas internas. Pinta así la situación:
Es hijo de Juan I, el cual tras la pérdida de Portugal se vio atacado por el duque de Lancaster quien, ayudado por el monarca de dicha nación, se apoderó de gran parte de Galicia. Era un rebrote del odio interminable, lucha de los descendientes de don Pedro I de Castilla contra los Trastámara. El rey para evitar una nueva guerra y extinguir este odio firmó un tratado de paz -1387- que dio al traste con la rivalidad de los descendientes de Alfonso XI. Éste compartió con su esposa, doña María de Portugal, su amante, la bellísima dama sevillana Leonor de Guzmán. El pacto implicaba el matrimonio de doña Catalina, hija del duque de Lancaster y nieta del rey don Pedro, con el infante don Enrique hijo de Juan I, connubio con el que se unían los derechos de la casa Lancaster y los de la familia bastarda. Los prometidos esposos tomaron el título de 'Príncipes de Asturias', que desde entonces han llevados los herederos de la corona de España.
En las capitulaciones recibió doña Catalina de su suegro la ciudad de Soria con las villas de Atienza, Almazán, Deza y Molina. A su madre, doña Constanza, se le adjudicaron Guadalajara, Medina y Olmedo mientras viviese; ello a cambio de que los duques renunciasen al título y derechos que sostenían respecto a los reinos y señoríos de Castilla a favor en favor del rey don Juan y de su primogénito don Enrique. A continuación de los tratados fue recibida en Fuenterrabia la princesa Catalina y acompañada hasta Palencia donde el rey le esperaba con su Corte, celebrándose la boda de los príncipes en la catedral La duquesa vino poco después a Medina del Campo donde se encontraba el rey y éste la recibió tiernamente, regalándole joyas y dándole por toda su vida la villa de Huete. Le envió entonces el duque de Lancaster la corona de oro que tenía preparada para coronarse rey de Castilla. Nuevos obsequios se cruzaron, la nueva relación familiar, la concordia, la paz, había nacido.
Prematuramente murió Juan I a causa de una caída de caballo en Alcalá de Henares el 9 de octubre de 1390, a los once años de ser proclamado rey en el Monasterio de Las Huelgas de Burgos, y seguidamente el funeral fue erigido en Madrid como rey de Castilla Enrique III. Contaba la edad de catorce años y su esposa veinte. Fácticamente celebra las bodas con la reina doña Catalina, su mujer, ya tienen el cetro y viven juntos. Vendrán ahora los hijos: dio la reina a luz en Segovia (1401) a la princesa María a la que su padre en el testamento dejó desposada con su sobrino don Alfonso, hijo de su hermano el infante don Fernando, es decir, andando el tiempo Alfonso V de Aragón. En corto intervalo nació otra niña que recibió el nombre de su madre; esta hija casó con don Enrique, hermano de don Alfonso. El 6 de marzo de 1405, nació, en Toro, un hijo al que pusieron el nombre de Juan en memoria de los abuelos -el paterno y el materno, pues este se llamaba Juan de Gante- En Valladolid fue jurado, por los distintos reinos, sucesor del rey de Castilla. No llegó a conocer a su padre de visu, pues no había cumplido dos años cuando le ciñó la orfandad paterna.
Quedó doña Catalina viuda con poco más de treinta años, viudedad que mantuvo de por vida -como la segunda esposa de su suegro, Beatriz de Portugal- y con tres hijos pequeños. (Se dice que fue pareja lesbiana con Isabel Torres). Hubo de compartir la tutoría con su cuñado el susodicho infante don Fernando, deslizándose la misma en armonía y, consecuentemente, sufriendo contrariedad, como asimismo Castilla, cuando, por el fallecimiento de D. Martín el Humano, fue elegido en Compromiso de Caspe para ocupar el trono de Aragón. Surgieron entonces turbaciones e intrigas palaciegas, que ambos tutores superaron. Fue para Catalina la etapa más desagradable los dos dos años que sobrevivió a don Fernando, ya que al morir éste quedó como única tutora creándola problemas, por la custodia y crianza del mayor, don Juan de Velasco y y don Diego López de Zuñiga a quienes por el testamento correspondía tener y educar al príncipe. Habían recibido estos señores doce mil florines de oro para que desistieran de ello, lo que aceptaron por intercesión de Fernando I de Aragón, pero al hallarse sola la reina vuelven a la carga apoyándoles en esta ocasión el arzobispo de Toledo, don Sancho de Rojas, y la reina accede por no ir contra la voluntad de testamentaria de su amado esposo. Satisfechos de que no se negara, desisten de su pretensión pero el haberse llegado a esta resolución sin contar la reina con don Alfonso Enriquez, almirante; don Ruiz López Dávalos, condestable, y don Pedro Manrique, adelantado de León, que eran del Consejo, motivó descontentos.
Murió D. Fernando el 2 de abril de 1416, reinó cuatro años escasos, había sido proclamado rey el 28 de junio de 1412 , y Doña Catalina le hizo suntuosos funerales en Valladolid a los que asistió personalmente, a pesar de estar bastante delicada de salud. Muchos e intrincados problemas habían resuelto de mancomún, y su agradecimiento y afecto eran grandes por la acrisolada lealtad al príncipe, su sobrino, rechazando la corona al serle ofrecida por muchos nobles, mientras, por otro lado, no entró en las maquinaciones de la reina madre, Doña Leonor de Aragón, dominada por su favorita, Leonor de López, que hubieran suscitado luchas civiles. Funestas para nuestra Historia han sido las tutorías ; no obstante, en la de Juan II de Castilla se dio la excepción de que hubo paz interior y engrandecimiento exterior.
Juan II
A este Trastámara, padre de Enrique IV, Isabel I y Alfonso el rey Inocente, he dedicado bastantes páginas. Como rey era una calamidad, gracias a que contó con un valido de empuje y de fidelidad: Don Álvaro de Luna. aunque no se olvidase del 'pro domo sua', es decir, su modo egoísta. Esto es una constante en la Historia, así podemos leer en 'Historia de Guadalajara y sus Mendozas', de Francisco Layna Serrano':
Se me podrá argüir que la política de los Mendozas fue egoísta ya que siempre trataron de acrecentar bienes, títulos y honores hasta un grado inconcebible, tasando muy alto sus servicios y asegurando de antemano el pago de ayudas y colaboraciones mediante compromisos escritos o valiosas prendas como por ejemplo el depósito de Juana la Beltraneja y la cesión de muchas villas y lugares antes de juntar sus numerosas huestes a las de don Enrique, vencedoras en Olmedo.[...] ¿Pretendo con esto asegurar que los Mendoza siempre jugaron limpio? En modo alguno.En tal sentido expone que 'favorecieron b ajo cuerda el matrimonio de Isabel con Fernando a cambio de conseguir el obispo de Calahorra que fue el negociador, el capelo cardenalicio como premio de una neutralidad benévola y hasta sospechosa de secreta traición. A Enrique IV todos le traicionaron. Pero trata de disculpar a los Mendoza:
... no eran seres perfectos desde el punto y hora en que fueron seres humanos, de suerte que nada tiene de extrañar encontrar algunas faltas entre sus muchas virtudes; y metidos en aquel lodazal inmundo donde toda inmoralidad tenía tenía asiento, junto a la permanentemente sucia actuación de casi todos los grandes, bien puede considerarse limpia la tenida por ellos.Mil perdones por la digresión y continúo con esta dinastía cuyos reyes en Castilla, cual vengo indicando, son:
Enrique II -de 1369 al 29 de mayo de 1379.
Juan I - de 1379 al 9 de octubre de 1390.
Enrique III -de 1390 al 25 de diciembre de 1406.
Juan II -de 1406 al 21 de julio de 1454.
Enrique IV 1454 al 11 de diciembre de 1474.
(Alfonso) 1465 - 1468.
Isabel I -de 1474 al 26 de noviembre de 1504.
El reinado de Juan II fue de estancamiento en la Reconquista; como dice el citado cronista, 'fue 'estéril la vida de Castilla durante medio siglo, pues solo en muy contadas ocasiones pudo continuar su misión histórica de combatir a los musulmanes. Asimismo señala que por falta de cohesión resultó baldí, que la nobleza castellana no estaba atenta al interés nacional, sino a envidias y luchas internas. Pinta así la situación:
Desde 1420 a 1445 abarca el periodo histórico denominado de las guerras de los infantes de Aragón (proseguidas luego por los magnates hasta conseguir la indigna decapitación del condestable), durante la cual, aquéllos tratan de derrocar a don Álvaro mientras éste se defiende aumentando día tras día su poder llevado más que de su ambición del afán de conseguir para la corona autoridad y prestigio.Su primera esposa dejó mucho que desear como tal, pues se inclinaba a sus hermanos, y la segunda, Isabel de Portugal le enamoró a tal extremó que consiguió enemistarlo con el condestable. De ello he hablado largo y tendido en artículos anteriores, y dado que igualmente lo he efectuado de los medios hermanos Enrique IV, Isabel I y Alfonso, pienso, considero, que en este articulo de hoy ya son suficientes los juicios y consideraciones expuestos. No más, pues, en este artículo de la Casa que va de los campos de Montiel a la Cautiva de Tordesillas inclusive. Porque, como expone Antonio Gala, apud 'El pedestal de las estatuas', los Trastámara ni entraron ni salieron con buen pie. Era una familia desequilibrada cuando llegó, o quizá antes: brutal, violenta y voluptuosa, con alguna excepción, quizás una sola: Fernando el de Antequera'. Fernando fue protector de su sobrino, pero los hijos de éste ... ¡que familia!
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