Fue como una extensión y remate de la lucha contra los moriscos. La amenaza árabe no había dejado de existir, se imponía abatir el pendón de la Media Luna, cuyo imperio turco con las escuadras de Selín II, que se había apoderado de Chipre, tras efectuarlo de otras islas, entrañaba visible alarme para Venecia y para España. Con la caída de Chipre, las rutas comerciales de Venecia en Oriente, y de todo el Mediterráneo, quedaban a merced de los turcos, quienes proyectaban la conquista de Malta, Peligraba el comercio, peligraba Venecia, Génova, Roma, o Estados pontificios, y principalmente nuestra Fe, de la que sus primeros paladines eran el Papa y Felipe II. Nuestro coetáneo historiado Fernando Díaz Plaja, en su ´Otra Historia de España´, comenta nuestra victoria de Lepanto de esta manera:
Se vencía al mismo tiempo al propugnador del culto de Mahoma , al depredador de las costas de italianas, el protector de los piratas de Argel que asaltaban los pueblos mediterráneos españoles. Era el enemigo del rey y también de su comercio. Pero, sobre todo, era el enemigo de Dios, el Anticristo. Por eso la preparación de su hundimiento se hace con una declaración más religiosa que política. El hecho de que el papa -también en su doble vertiente de jefe de la cristianad y jefe de unos Estados pontificios- contribuya con barcos y bendiciones a la empresa, hace ésta más santa. La tercera potencia, Venecia, defendía únicamente su interés comercial y la libertad de navegación de sus naves por el Mediterráneo oriental.
Creó el Papa Pío V la Santa Liga consolidada en la primavera de 1571, y Felipe II designó a Juan de Austria como jefe de la coalición, era el triunfador contra los moriscos; ahora bien, no se olvidó de don Álvaro de Bazán, que estaba considerado como el mejor marino de Europa, y a él quedó encomendadas las treinta galeras de Nápoles como reserva de socorro para remediar cualquier dificultad que surgiera en el encuentro con el turco. Tan ilustre marino nació en Granada en 1526, hijo de marino le dedicó su padre desde muy joven a la Armada, en la que pronto prestó importantes servicios, tal como en la lucha contra los piratas berberiscos.
A esta Batalla de Lepanto asistió en la galera Marquesa, de Andrea Doria, y combatió bizarramente, el soldado Miguel de Cervantes Saavedra, siendo herido en una mano, que le quedó inútil, por lo que recibió el apelativo de "el manco de Lepanto". En Él Quijote´ hace varias referencias a aquella gloriosa hazaña, que considera como ´la más memorable que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros. De hacer una irrupción en la Literatura, tendría que citar a varios destacados poetas que cantaron en versos inmortales esta epopeya acaecida a la once de la mañana del 7 de octubre de 1571.
La táctica en que se desenvolvió la batalla, perseguida por ambas partes, fue el acercamiento de los barcos para entablar lucha de tipo terrestre; por nuestra parte se persiguió facilitar la actuación de los arcabuceros y, seguidamente, de los piqueros en un cuerpo a cuerpo. Por lo que se refiere al enemigo se entiende que su idea era intentar mientras tanto acciones de flancos para envolver en centro mandada por don Juan. La galera de Ali Bey pretendió el abordaje de la Real y fue protegida a un costado por Sebastián Veniero, el general veneciano, y por el otro costado se pegó la nave de Marco Antonio Coloma, general del Papa. No obstante, una galera turca logró abordar por la popa a la Real, y los arcabuceros españoles hubieron de recurrir a la espada, pero he aquí que el marqués de Santa Cruz se presento rápidamente aferrándose a la galera enemiga, la separó e incendió. En la galera Real se combatió y saltando a la de Ali Bey izaron en su palo mayor la enseña de la Santa Liga y ofrecieron a dos Juan la cabeza del decapitado almirante turco. Cervantes, en ´Don Quijote´ (I - 38) lo expone así:
... a la hora y media que se combatía fue Dios servido dar la victoria a la Real de S. M. de la real del turco degollado al Bajá con más de quinientos turcos y derribados los estandartes y enarbolando la cruzTerminada la batalla se percataron todos de la que se daba entre Uluch Ali y Andrea Doria en el centro del golfo. Fue vencido el prior de Malta y corría el riesgo de ser apresado, peo Álvaro de Bazán llegó con sus galeras y lo impidió. Empezando entonces un temporal, facilitó la huida de Uluch; este superviviente del bando enemigo reconquistó Túnez un año después, por cuya negligencia en el cuidado de esta plaza reprendió duramente el rey a don Juan y al cardenal Granvela, y en 1573 se recuperó.
Todas las grandezas humanas, sean de la índole que fueren, engendran enemigos, y así los engendró el auge de España. No solo a Guillermo de Orange hizo pupa la trascendental victoria obtenida por España y sus aliados en el Golfo de Lepanto, sino que las principales potencias trataron de frenar el auge español. Por ello, ´después de la Victoria de Lepanto, Flandes se convirtió, durante la década de los setenta del siglo XVI, en el gran problema, la gran pesadilla de España", por decirlo con palabras de Ricardo de la Cierva.
Don Juan de Austria |
La Armada Invencible.
Todos hemos aprendido desde niños que la destruyó una tempestad y que el rey dijo: ´No envié yo mis naves a luchar contra los elementos´. No, evidentemente, pues las había enviado contra Inglaterra y la reina Isabel I favorecedora de la insurrección de Flandes y, por otra parte, confabulada con el corsario Drake con quien partía el botín de la depredaciones de este pirata inglés que asaltaba nuestras naves cargadas de oro americano-
Constaba la Invencible de ciento cincuenta bajeles y veinte mil hombres de desembarco. La preparó en Lisboa, estuario del Tajo, don Álvaro de Bazán que había de asumir su mando en la invasión de Inglaterra, pero le sorprendió la muerte aquel invierno. Cabe preguntarse si de haber vivido se hubiera producido también el desastre o si, por el contrario, Felipe II hubiera conseguido su propósito, quedado una vez más justificados estos versos que figuran en el pedestal de la estatua del susodicho marqués de Santa Cruz en la Plaza de la Villa, de Madrid:
´El fiero turco en Lepanto / en la tercera el francés / en todo el mar el inglés / tuvieron de verme espanto. / Rey servido y patria honrada / dirán mejor quién he sido, / por la cruz de mí apellido / y con la cruz de mi espada.
Lo que sabemos es que su muerte no deja de achacarse por algunos historiadores -y no extranjeros- a Felipe II. Uno de ellos dice: "Encargado de organizar (don Álvaro de Bazán) la Armada Invencible, con la que debía ir contra Inglaterra, como no hiciera los aprestos con tanta lentitud como deseaba el rey, fue tan ásperamente recibido y amonestado por éste, que el anciano general murió de pesadumbre y tristeza (1568) antes de alistarse la famosa escuadra". Disensiones entre ellos había, el marqués se mostraba en desacuerdo en cuanto a recalar en los puertos de Flandes, su idea era partir directamente de de la Península, dirigiéndose la escuadra al sur de Inglaterra por donde iniciaría la invasión. El rey debió dejar la empresa a su total arbitrio y no apremiarle, a pesar de los graves acontecimientos que surgieron como, por ejemplo, el asesinato de por la reina Isabel de la reina de Escocia, la católica María Estuardo.
Fue torpemente sustituido por don Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medinasidonia, yerno de la princesa de Éboli. Él, aludiendo honestamente a su falta de competencia naval y militar, se opuso al nombramiento, además de desaconsejar la empresa en unas condiciones que no encontraba idóneas. Ante el aferramiento del rey -:"yo tengo ofrecido a Dios este servicio. Alentaos, pues, en lo que os toca"- hubo de aceptar disciplinadamente. Alejandro, por otro lado, al mando de los Tercios que habían de desembarcar, esperaba que la Armada despejase el canal de barcos ingleses y, posteriormente, se limitara a proteger al transporte de aquéllos en embarcaciones ligeras. El rey mantuvo su opinión de que la Armada transportara la tropa; tenazmente se oponía Farnesio hasta que la disciplina le hizo callar. El resultado de sus errores y obcecación fue que Inglaterra, bastante débil por tierra, se salvó de ser invadida por España. Su situación de isla ha contado a su favor a lo largo de Historia.
El 9 de mayo de 1583 partió del estuario del Tajo la Armada Invencible, pero el temporal se había propuesto ayudar a su enemigo. Tuvo que volver a Lisboa para hacerse de nuevo a la mar el 28 de mayo; a la altura de Finisterre no pudo avanzar. El 19 de junio parte de ella hizo arribada forzosa a la Coruña, y otros barcos en distintos puertos de Galicia. Al fin pudo navegar el 21 de julio; obviamente no era como para sorprender a los ingleses, los cuales la estaban esperando. El 30 de julio alcanzaba en Canal de la Mancha y al día siguiente se avistaron ambas escuadras, yendo la británica al mando de lord Charles Howard of Effinghan. Sin mirar, por imperativo de espacio, en los vaivenes de las distintas operaciones o combates, diré que resultó imposible el combate por abordaje, tan favorable en Lepanto. Lord Effinghan se lo temía y lo evitó combatiendo de escuadra a escuadra, cuidando de que ningún barco fuese abordado. Según Fernando Díaz Plaja ´los ingleses usaron, por vez primera, un táctica que duraría hasta nuestros días. Las batallas navales las ganan los buque con mejores cañones y habilidad de maniobra´.
Transcribe el susodicho historiador unas líneas de la carta que Medinasidonia -Díaz Plaja gusta de escribir ´Medina Sidonia´- escribió a don Felipe el 21 de agosto a la que también hacen referencia otros autores, por constituir la clave del fracaso. "Se perdió -dice- por ser tan superior la Armada de la Reina, en el género de pelear de ésta por ser su fuerza la de la artillería y los bajeles tan grandes como navíos de vela, y la de V. M. lo es en la arcabucería y mosquetería tenía ventaja; y no viniéndose a las manos, podía valer esto poco como la experiencia ha demostrado". Si el planteamiento e inflexibilidad del rey fue nefasto, no ocurrió menos con la carta que dirigió a Alejandro Farnesio ordenándole arrollar a los soldados de Leicester: encallaron en Irlanda, donde los ingleses les acribillaron. El final fue la pérdida de la mitad de los barcos, y los dos tercios de los hombres- Quedó España y las Indias expuesta a la venganza inglesa, que no se hizo esperar, pues enseguida atacaron la Coruña, siendo valerosamente rechazado el desembarco, defensa en la que quedó como heroína María Pita. No obstante, nuestra escuadra venció a los ingleses en las Azores y apresó al navío de Francis Drake. Murió Felipe II obsesionado en sacarse la espina; ahora sí que con mejores barcos, más ligeros, y con mejor artillería.
Un enamoramiento de Felipe II origina turbaciones con Aragón y movimiento protestante.
El enamoramiento del rey de la princesa de Eboli había de ser funesto para ella y su amante Antonio Pérez. Éste sustituyó a su padrecomo secretario de Felipe II, era su confidente, y habiéndose enterdado por Juan Escobedo, secretario de Juan de Austria, que este vencedor de Lepanto pensaba erigirse un trono, le sentó muy mal, no quería a su hermanastro como rey, y le ordenó matar a Escobedo, lo que Pérez cumplió rápido buscando asesinos mercenarios. Sabía el monarca que la tal doña Ana de Mendoza tenía contactos de sexo con su secretario, y procedió a verse libre de él. Para ello hizo que un hijo de Escobedo le denunciara como asesino de su padre. Fue preso y coonfesó el crimen, pero alegó que le había cometido obedeciendo el mandato del rey. Éste ya se había apoderado de todo papel comprometedor. Consciente Antonio Pérez de lo que le esperaba, se evadió de la cárcel y se fue a Aragón, su país, acogi´endose al refugio de Manifestación.
Había dejado sin acción a los jueces reales, únicamente el Justicia de Aragón, Juan de Lanuza, tenía pleno poder.. Ello constituía enojo para el monarca, pero disimuló, de momento, y a través de sus agentes formuló ante el primer magistrado de la nación aragonesa denuncia de la muerte de Escobedo. Pérez, creyéndose ya seguro, se envalentonó e hizo saber al rey que aún conservaba suficientes documentos para probar su complicidad en este y otros crímenes. Procede aquél a que sea acusado por el Tribunal de la Inquisición de herjíía y apoyo a los herejes, y vuelve a ser apresado, esta vez en la cárcel de la Alfadería, a esta clase de presos destinada. de donde, tras tumultos, Pérez es liberado y escapa a Francia, donde protegido por Enrique IV pasará el resto de su vida. Entoces el monarca, soslayando los fueros de Aragón, recurre a la intervención bélica, mandando un ejército de doce mil hombres que toman Zaragoza. Y Lanuza es decapitado por orden de Felipe II, disponiendo que su cabeza sea expuesta al público en la plaa del mercado durante dos años. (Carlos V destruyó las libertades castellanas, y su hijo vulneró los fueros de Aragón, los reyes absolutista son así).
Carlos V desde su retiro de Yuste le escribía: ´quemar vivos a los contumaces; y a los que se reconciliaran, cortarles la cabeza, sin excepción de persona alguna. Evidentemente era supérfluo tal consejo, ya que lo primero que hizo su hijo cuando regresó a España desde Flandes fue celebrar en Valladolid un gran Auto de fe, en que fueron quemadas 49 personas, hubo 112 penitentes y algunos cadáveres exhumados y luego quemados sus huesos. En este Auto de fe que presenció en Valladolid, y según un viejo texto:
Afirman algunos historiadores que fue procesado como hereje el príncipe don Carlos, primogénidto de Felipe II. En el auto de fe que éste preseció en Valladolid, había dicho: ´Si mi propio hijo fuera hereje, yo levaría la leña para quemarle´; execración que acaso hubo de cumplirse. El príncipe Carlos mostró desde joven simpatías por el pueblo flamenc, excitó a su padre a conceder lo que pedían los insurrectos, y aun quiso ir de gobernador a los Países Bajos en lugar del duque de Alba; trató luego de escaparse, y, ya que no pudo, sostuvo correspondencia con Guillermo de Orange, notificándole cuanto se tramaba contra los flamencos y vertiendo ideas favorables a la doctrina luterana. Su padre, en vista de esto, le hizo prender en su mismo cuarto, la Inquisición entabló proceso, y, antes de pronunciar la sentencia murió el príncipe, dando lugar su muerte a sospechas de haber sido ordenada por por Felipe II; pero nada de esto puede afirmarse como seguro.El autor hace una llamada para aclarar:
Caben muchas suposiciones y dictámenes sobre la muerte del príncipe, afirmando unos que fue debida a sus doctrinas heréticas, y sosteniendo otros que no fue esta la causa ´ni hubo proceso, ni intervino en nada la Inquisición.Se ha escrito mucha Historia y mucha Literatura, incluida la ´leyenda negra´, sobre este tema, que indefectiblemente había de resultarle a Felipe II triste, dolororo, enojoso, difícill de soportar.
La dama que motivó este problema político-religioso -así fue principalmente la política de aquela época- es la princesa de Eboli ya viuda, a la que el rey llamaba la hembra, y que era de extraordinaria belleza.
El príncipe de Eboli
Ruiz Gómez de Silva, o Rui Gomes de Silva en portugués, príncipe de Eboli, marqués de Dieno, duque de Estremera, Grande de España, y IV señor de Chamusca (1516-1573). Nació en Chamusca (Portugal) y murió -ignórase la causa- en Madrid. Felipe II trató de casarle inmejorabemente; al fallar Teresa de Toledo, hermana del marqués de Velada, por optar ésta ser monja, pensó en en Ana de Mendoza y de la Cerda (1540-1592), hija de Diego Hurtado y de la Cerda y de María Catalina de Silva u Álvarez de Toledo. Se concertó el matrimonio cuando tenía 12 años de edad y se verificó a los 14. Tuvieron diez hijos a lo largo de sus diecinueve años de matrimonio, quedando viuda, como nos indica la aritmética, a los 33 años de edad, muriendo él de 57. Es de suponer que estaría de buen ver, a pesar de sus diez partos, dado lo que ocasionó, y ya queda dicho, su atracción física. A ella volveré a referirme al efectuarlo de las amantes que tuvo el gran paladin del catolicismo, ahora continuaré hablando de su único marido.
Fue paje de Felipe II, a quien infundió síimpatía y confiannza, por lo que hizo una carrera política relámpago, en cuyo detalle no hace al caso entrar, sí en cuanto significar que encabezó uno de los dos partidos políticos en que se denvolvía la Corte de Felipe II.
Para la articulación de sus decisiones se aapoyaba en una red de Consejeros y en un grupo reducido de consejeros. Quienes a su vez formaban parte de dos grandes, aunque ocultos, partidos de Corte, herederos directos de los que alternaban influencias durante el reinado e Carlos I. Encabezado por el duque de Alba, y con los consejeros Vazquez, Granvela y Chinchón, un primer partido, que ahora es imperialista. <descendiente sin embargo de la línea castiza, rabiosamente castellana, de los comuneros>. Pretendían el control de Europa, la sujeción de Francia, la centralización relativamente intolerantede todos los reinos peninsulares y extrapeninsulares, de Europa y América.Tanto bajo este punto de vista como desde el contrario
El partido contrario, encabezado por Ruiz Gómez de Silva, príncipe de Éboli, contaba con el omnipotente secretario Antonio Oérez y el inteligente Luís Requesens. Si el otro partido tenía corte y talante militar, éste era diplomático y tolerante; deseaba mantener la hegemonía española, pero sin alterar la actual situación europea; propugnaba la desentralización , con el pricipal objertivo estratégico de anular la creciente potencia de los turcos. [...] Es posible que esta doble dirección se mantenga a través d los consejeros de los Austrias hasta la configución de los dos grandes partidos del siglo XVIII: el partido militar del conde de Aranda y el partido civil del conde de Floridablanca.El príncipe de Éboli gozaba de tan gran influencia en la Corte que le llamaban "Rey Gómez", estaba, como ya he reflejado, el partido ebolista y el partido albista, o sea, el del duque de Alba. Ruy era pacifista -no obstante respecto a Inglaterra deseaba la guerra, que no el duque-, mientras que, por el contrario, su contrincante, belicista, únicamente confiaba en la fuerza y reprensión. Era temido en Flandes, pero a la larga,¿de que valió tanto dinero gastado y tanta sangre vertida? Al fin, como queda expuesto, la paz de Chateau Cambresis, la entrega de Felipe II a su hija Isabel Clara Eugenia, casada con Alberto de Austria, de los Países Bajos y el ducado de Borgoña. No tuvieron hijos, y al morir -- las gestiones de Felipe II respecto a Francia fueron infructuosas, se unieron católicos y hugonotes y Enrique IV subió al trono, renunciando al protestantismo, porque, según la famosa frase que se le atribuye: ´París, bien vale una misa´. De seguidos de Calvino pasó a serlo del catolicismo.
Entrada triunfal de Enrique IV en París, por Rubens |
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