jueves, 4 de junio de 2020

EN TORNO AL REFRÁN Y SU HISTORIA

                                                                        


Hay quien desprecia el refrán por lo que tiene de popular, despreocupándole aquello de ‘vox populis vox Dei’, voz del pueblo, voz de Dios –no deja de contar el acuerdo unánime de las opiniones del vulgo-, sin embargo, existe en numerosos escritores la tendencia de tomar y revalorizar no ya las reacciones e inquietudes del pueblo, sino incluso sus impresiones, ese lenguaje  en el qual el pueblo fablar a su vecino’, como dice Gonzalo de Berceo; Juan Hurtado y Ángel González Palencia en su <Historia de la literatura española>; lo testifican así:

El arraigo de lo popular en la letras medievales es muy frecuente Se observa en los elementos propiamente épicos (las gestas) y en sus derivaciones (crónicas, romances); en la incorporación de lo popular a a obras artísticas, por la inspiración o tendencia de escritores tales como don Juan Manuel y el arcipreste de hita: en remedos felicísimos de lo popular, hechos por poetas cultos; verbigracia, Santillana.

Es precisamente don Iñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, el primer recopilador de refranes, labor que efectuó por encargo de Juan II de Castilla y para enseñanza del príncipe don Enrique. Menéndez Pelayo considera al Marqués de Santillana como el mejor poeta del siglo XV, y en cuanto a su refranero manifiesta que ‘esta colección paremiológica es probablemente la más antigua que posee ninguna lengua vulgar’. La tituló <Refranes que dicen las viejas tras el fuego>.
                                         
   
Como hace notar Cotarelo, hasta mediados del siglo XV el refrán lleva los nombres de de fablas, fablillas, patraña, parlilla, verso, vieso, retraire, palabra, ejemplo y proverbio. La palabra refrán viene de la francesa <refrain>, que significa estribillo y por lo que éste tenía de sentencioso prevaleció el término. ¿Cómo se define el refrán? Para Julio Casares, en su ‘Diccionario Ideológico’, es un ‘dicho sentencioso de uso común’. Juan Valdés estima que son ‘dichos vulgares los más de ellos nacidos y criados entre viejas, tras el fuego hilando sus ruecas’. (¡Pobres viejas!, que  in ilo tempore, en aquel tiempo, lo eran, además, muy pronto).

Suele confundirse el refrán con el adagio y el proverbio. Shardi nos aclara que si el dicho es vulgar se llama refrán, y adagio y proverbio si no lo es. Cualidades distintivas del refrán son el chiste, la jocosidad, a veces la chocarrería, otras el simple sonsonete. Cualidades del adagio son la madurez y la gravedad propias de la moral. Ídem en cuanto al proverbio. Pero hay refranes que no son vulgares, que no rayan en la chocarrería, en la jocosidad, del proverbio y sinónimos. Algunas definiciones no vienen, ciertamente, a facilitarnos la clasificación, tal la que Cervantes da del proverbio, reputándole de ‘sentencia cierta, fundada en una larga experiencia’. Sabemos que muchos refranes reúnen estas características. El refrán en Francia se escenifica y se lama proverbio, son composiciones dramáticas desarrollando tales sentencias –Alfredo de Musset tiene muy buenos proverbios teatrales- ; ahora bien, en España se ha discriminado siempre entre el refrán y el proverbio, aun que éstos no sean en latín.

Cuando en 1555 Hernán Núñez, profesor de Retórica, en la Universidad de Alcalá y de Griego en la de Salamanca, coleccionó 8.331 refranes, tituló su obra: ‘Romances o proverbios en romance’. Siguiendo  esta colección, hizo un compendio de refranes el doctor Sorapán de Rieros bajo la denominación de ‘Medicina española contenida en proverbios vulgares de nuestra legua’ (1616). Son vulgares refranes y de los más prosaicos. –conste no hablo por tercera persona-. Cuando se equipara el refrán al proverbio es calificando a éste de vulgar. Y ya sabemos que los proverbios no son vulgares. Cervantes los definió como ‘Sentencia cierta, fundada en una larga experiencia’.  
                             
Pinciano Hernán Núñez (Valladolid 1475/ Salamanca 1553)

Igualmente suele confundirse el refrán con el apotegma y el aforismo, sobre todo con el primero, como dicho ‘dicho sentencioso, agudo y breve’ (Agudos son algunos refranes insisto).. Pero el apotegma y el aforismo han de ser pronunciados o escritos por alguna persona ilustre, y esta condición, sine qua non, es lo que verdaderamente les distingue del refrán cuando éste tiene calidad. El aforismo es un punto clave, condensación de un sistema, o, como en Derecho y en Medicina, expresión de una razón categórica y absoluta.  
                                  
Monumento a Cervantes y su obra cumbre en Madrid
 
La máxima por lo que tiene de norma de conducta puede también prestarse a confusión, pues normas de conducta nos dan los refranes. Es, en general, más breve que el refrán. No por su igual, sino por su parecida significación son términos sinónimos refrán, proverbio, adagio, apotegma, aforismo, máxima y otros análogos que pudiera citar; la costumbre de su lectura es lo que más facilita distinguirlos, la mejor ayuda para matizarlos. El refrán, desde luego, se presenta a sí mismo por cuanto al emitirle, ya que no podamos consignar el autor, hacemos constar que de tal dicho se trata expresándonos, más o menos, así: dice el refrán que <a Dios rogando y con el mazo dando>. O bien <de noche todos los gatos son pardos>, dice el refrán. = también: <Cada oveja con su pareja>, conforme reza el dicho vulgar.


Bien está leer el Refranero, e infinitamente mejor ‘El libro de los Proverbios’, de Salomón . Los de Erasmo; los Aforismos morales’, de Séneca;  los de Leonardo de Vinci; las máximas de Epitecto –o sea el el Enquiridion de Adriano en que resume las doctrinas de de su maestro- ; los apotegmas de Cesar; de cualquier otra gran figura de la Historia, y tantos otros proverbios, aforismos, máximas –‘La Máximas, de La Rochefoucauld, por ejemplo- y apotegmas.

Se ha exagerado la veracidad de los refranes; pone Cervantes en boca del padre del cautivo de Argel, en relato que refiere dicho cautivo, capitán Rui Pérez de Viedma, -capítulo XXXIX de la segunda parte del Quijote- estas palabras: <Hay un refrán en nuestra España a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la lengua y discreta experiencia …> pero cuando Sancho le dice a don Quijote que <más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena>, éste le responde: <Eso no,  Sancho, que el necio en su casa ni en la ajena sabe nada, a causa de que sobre el cimiento de la necedad no asienta ningún discreto edificio>.. Los refranes se contradicen:<Piensa mal y acertarás>, dice uno, y otro reza <No siempre lo peor es cierto>. Cualquiera puede presentar múltiples ejemplos sobre este particular. En esto no estoy de acuerdo con Sharddi, autor de del ‘’Refranero general español’. Otra obra suya es ‘Monografía sobre los refranes, adagios y proverbios castellanos’.

Es obvio que en el  límite de un artículo no puedo dar y comentar una amplia bibliografía del tema, que solo me es posible hacer un esquema del mismo. Pero a las obras citadas añadiré: ¿Refranero general ideológico español’, de Luís Martínez Kleiser, que resume 65.083. 
                                        

García Melchor editó en 1918 un Catálogo Paremiológico muy importante para orientarse en la bibliografía sobre esta materia. De nuestros años de Bachillerato todos recordamos , o conservamos aún, el modesto, y no obstante útil, ‘Refranero español’, editado por Biblioteca de Bolsillo, que contiene ocho mil refranes populares ‘ordenados, concordados y explicados’, precedida del ‘Libro de  los Proverbios morales’, de Alonso de Barros.

Don Quijote nos da la pauta del uso que debemos hacer de los refranes:  No me parece mal un refrán traído a cuento; pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja.                    
    

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