jueves, 23 de noviembre de 2017

Dos grandes reinas propietarias Trastamara, desemejantes en cuerpo y alma.

Isabel I de Castilla
Blanca I de Navarra
                                                                      
                                



Lo primero a considerar es que doña Blanca fue reina de Navarra por legítima herencia de su padre, mientras que doña Isabel debe el ser reina de Castilla a haber obtenido la victoria de una guerra de sucesión contra la hija y, por ende, sucesora del rey. Se lo debe, de modo irrefutable, al golpe de Estado que perpetró con ayuda de su cónyuge."Dos buenos católicos"
   
Se ha comparado a Blanca I de Navarra e Isabel la Católica, equiparándolas como dos grandes reinas propietarias. Partiendo de que las comparaciones son odiosas. paso a significar lo que va de una a otra. Moralmente una es la antítesis de la otra; todo lo que de apática tiene la esposa de Jua II de Aragón, la nuera de dicho rey y de su segunda esposa está, por el contrario, dotada de ferrea voluntad. Don Juan ejerció el machismo del reino de Aragón -no reinar la mujer-, doña Isabel no se lo permitió al hijo de éste, que inicialmente no dejó de pretenderlo, y para no romper relaciones hubieron de llega al <tanto monta - monta tanto, Isabel como Fernando>. Pero en primer lugar mandaba en Castilla, y era su reina, Isabel. Igualmente Fernando era el rey de Aragón, e Isabel la reina consorte. No hubo unificación de ambos reinos , y si Fernado, viudo y casado con Germana de Foix, hubiera conseguido descendencia, doña Juana la Loca no hubiera hererado el reino aragonés.

Blanca I de Navarra e Isabel la Católica eran tan desiguales moralmente como físicamente, la  primera era una mujer de pequeño cierpo, mientras la segunda era alta. José María Zavala, en 'Isabel, intima - las armas de la mujer y reina más célebre de la historia de España', la describe así. 
... una niña bellísima, de alta estatura, rostro ovalado y larga y sedosa melena rubia, que engatusaba a los hombres con su expresiva mirada, entre bondadosa y complaciente. Sus ojos eran azules, verdosos a cierta distancia, enmarcados por unas finas y largas cejas que señalaban el inicio de su proporcionada frente, de un blanco perlado como el resto de la piel; la nariz grande, sin los excesos borbónicos de Francia, y la boca bien perfilada, si acaso más protuberante el labio inferior. 
Para el cronista coetáneo Fernando del Pulgar no es de alta estatura, véamos su descripción en 'Claros varones de Castilla'.
Esta Reina era de mediana estatura, bien compuesta  en su persona y en la proporción de sus miembros, muy blaca y rubia; los ojos entre verdes y azules, el mirar gracioso y honesto, las facciones del rostro bien puestas, la cara muy hermosa y alegre
En el orden moral añade: 
Era mesurada en la continencia y movimiientos de su persona; no bebía vino; era muy buena mujer, y le placía tener cerca de sí mujeres ancianas que fuesen buenas y de linaje 
Esto sobre todo y plenamente justificado, porque en caso contrario cuernos al canto. A pesar de que se amaban, como dice en cronista.
Amaba mucho al rey su marido, y celábalo fuera de toda medida.
Harto motivo tuvieron madre e hija para ser celosas conpulsivas, ya que Fernando el Católico y Felipe el Hermso eran a cuál más mujeriego. El mismo cronista, en el capítulo destinado a 'Don Fernando el Católico', dice: 
Placíale jugar todos los juegos de pelota y ajedrez y tablas, y en esto gastaba algún tiempo más de lo que debía; e como quiera que amaba mucho a la Reina su mujer, pero dábase a otras mujeres.
¡Pues si no llega a amarla!... Isabel soportó hijos de su marido antes de estar casada y durante su matrimonio. El citado Zavala dice en su biografía
El doctor Enrique Junceda expresa en sus reservas sobre la completa seguridad de este regio enamoramiento. en lo que respecta al esposo.: "Es discutible que este enlace tuviese un fondo de amor, al menos por parte de don Fernando, a quien le nació un hijo natural el mismo año de sus bodas; ahora bien, no podríamos decir lo mismo por parte de ella, y la misma Isabel así lo reconoce cuando suyo aquel conocido romance: "El que se casa por amor, siempre vive con dolor". 
Refiere Zavala, siguiendo a Junceda, los hijos bastardos de Fernando. Ya casado tuvo a Ana de Aragón, cuya madre era de la villa de Tárrega, denominada <la muchacha de la media noche>. Tiene además dos niñas, las dos llamadas María, una con una señora vizcaína, y la otra con una portuguesa. Cita el autor de 'Isabel íntima' al historiador y coetáneo Lucio Marineo Sículo la prevencion que advierte: 
Amaba de tanta manera a su marido, que andaba sobre aviso con celos a ver si él amaba a otras, y si sentía que miraba a alguna dama o doncella de su casa con señal de amores, con mucha prudencia buscaba medios y manera con que despedir a aquella tal persona de su casa con mucha honra y provecho   
No conoció el matrimonio de su hija Leonor.

Leonor contrajo matrimonio con el conde Gascón IV de Foix en 1442, o sea, después de la muerte de su madre. En 1445  es declarada por  Juan II, su padre, heredera de la corona a la muerte de su hermana Blanca, que había caído en desgracia por su separación matrimonial con el Príncipe de Asturias a finales del 1453. Ya separada conoció la muerte de su ex suegro y al príncipe Enrique como Enrique IV. Su hermana  Leonor se convierte en el arma  del rey de Aragón contra ella.. Proclamó don Juan a Leonor y a Gascón de Foix herederos del reino. Por estos años con la guerra gobiernan más bien Martín y Pierres de Peralta, jefes de los agramontes. En abril de 1462 Juan II , su hija y su yerno firman el Tratado de Ólite por el que se concede rey a Juan -no suelta el reino ni a tiros- al que sucederá Leonor. Como para ello constituye obstáculo la legítima heredera, ésta es entregada a su cuñado y presa en la torre de Moncada, fallece en 1464, a decir de Zurita, 'con gran nota e infamia del conde Foix y de y de la infanta doña Leonor, su mujer '. Ya indiqué recientemente, pues que de de los Tratámara venimos hablando,  lo que al respecto expone el P. Florez en 'Memorias de las reinas católicas de España':
El mismo rey don Juan fue el que entregó a la inocente hija en víctima de la ambición de su hermana doña Leonor, y ésta, por no perder lo que ideaba usurpar, la sacrificó en el castillo de Orrtes, en Bearne, donde la tuvo en miserable prisión más de dos años, desde esta muerte civil hasta que llegó la natural el 2 de diciembre de 1464, en que se publicó la muerte, sin ocultarse el modo, de haber sido con veneno por medio de una dama de la condesa de Foix, que la asistía.
Mientras otros historiadores dejan entrever que fue envenenada, Florez de Setien lo expone sin ambages.
 

Al año siguiente padre e hija entran en pugna por el trono; el rey se apoya en los agramonteses, y ella en los beamonteses. Juan II destituye a Leonor del cargo de lugarteniente, y lo pasa al hijo de ella, Gascón. Cuando murió, hubo de designar nuevamente a Leonor. Pero la guerra del reino continuó. Gascón de Foix falleció en julió de 1472. ¡Y esta era la hija predilecta y sumisa de Juan II! Leonor I de Navarra, tercera hija de la entonces infanta heredera Blanca y de su segundo marido, el infante Juan de Aragón, duque de Peñafiel. salió a imagen y semejanza del autor de sus días.  

La truncada satisfacción del matrimonio de la infanta homónima de su madre.

Mal empezó el matrimonio de la princesa Blanca con el príncipe de Asturias al perder a su madre al año siguiente, a poco más de medio año de la boda. Con tal motivo se trasladó a Castilla, acompañando a su hija, celebrándose la ceremonia en Valladolid el 15 de septiembre de 1440, y ya aprovechó para mediar en las disputas de su marido con los nobles de Castilla y efectuar una perigrinación al monasterio de Guadalupe (Extremadura)  

Narra los detalles de la boda el citado autor en sus 'Memorias de las reinas católicas de España'. 
La Corte, que estaba en Valadolid, los salió a recibir a media legua de la ciudad, con lucimiento y aparato mayor de lo que se puede referir . La reina de Castila, doña María, esperaba a la pprincesa y a su madre con gran comitiva de señoras, y allí quedaron aposentadas la reina de Navarra y la princesa. El infante don Enrique (hijo del rey don Fernando, infante de Castilla) pasó desde Toledo a Vallladolid con mucha celeridad para hallarse en las bodas.  
El tal infante don Enrique estaba predestinado  a morir cinco años después en Calatayud de huida de la primera batalla de Olmedo. Sigamos leyendo el relato.
La víspera por la noche, entre las diez y once, el rey de Navarra, el príncipe don Enrique, el almirante, condes, caballaros y gentileshombres fueron a la posada de la princesa doña Blanca, que estaba vestida de mil preciosidades, y montando ésta en una hacanea y la reina, su madre, en una mula ricamente enjaezadas, fueron con muchas damas a las casas de San Pablo, donde el rey y la reina posaban, y luego que hablaron a la reina, fueron al cuarto que dentro de palacio les tenían ricamente preparado. Al otro día, jueves, por la mañana, inieron el rey y la reina de Navarra al palacio del rey y llevaron a la princesa a una sala adornada con magnificiencia, donde el cardenal don Pedro de Cervantes, obispo de Ávila, les dijo misa y veló a los príncipes , siendo sus padrinos el almirante y doña Beatriz. 
Tan minuciosamente describe esta boda, de proyección infausta, que nos da noticias del principio al fin. 
Pasó luego la princesa a la cámara de la reina doña María, su suegra, y comieron con ellas el rey y la reina de Navarra, el príncipe y la princesa, el almirante y doña Beatriz, faltando el rey de Castilla por sentirse indispuesto.
Prosigue el autor hablando de la salida en público de la princesa. Nada expone de los doce años que duró el matrimonio, pasa a decir algo del consabido problema de separación, sí apunta la desgraciada suerte que, tras la misma,  siguió; el final patético de que varias veces he hablado, y que no omite nadie de cuantos de ella escribieron. 
                                                                           
Princesa Blanca de Navarra




A Castilla vinieron madre e hija, ésta para quedarse de por vida, y aun muerta;  aquélla para regresar a su reino, mas se detuvo demasiado y el hado determinó que fuera para siempre. Para ello hubo de morir, y su viudo no efectuar el traslado del cadáver, incumpliendo su disposición testamentaria de ser enterrada en su reino. Tampoco cumplió el que todavía no era Juan II de Aragón, que el hijo de ambos -y aquí no hacía falta que figurase como disposición testamentaria- ocupase el trono de Navarra, mas de esta post mortem, después de la muerte, es decir, de la pérdida de su sepultura y de la no consecución de heredar la corona su hijo, hablaré próximamente. 

Tanto la gran reina de Navarra como la de Castilla fueron dos reinas singulares, en cuanto a extraordinarias en su oficio, pero sin que en este aspecto fuera la una ni la otra perfecta. En lo que atañe a la calidad  humana, y con perdón de los panigiristas a sueldo de Isabel la Católica, está muy por encima doña Blanca. Acerca de una y de otra he esctito algunas páginas y continuaré escribiéndolas, ambas cuentan con bastante bibliografía, especialmente Isabel la Católica, que en biografías bate el récord  como Napoleón, aspecto este de que se puede construir un extenso comentario.  
             

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