Se implantó la dinastía Trastámara en Aragón a través de tal cónclave celebrado en esta localidad de la provincia de Zaragoza; en ella se reunieron los compromisarios, entre los que había cuatro letrados, dos obispos y tres failes. De este evento llevó la voz cantante San Vicente Ferrer, que finalmente fue quien leyó la declaración como rey del infante de Castilla, Fernando el de Antequera, con el nombre de Fernando I de Aragón. Sabido es lo importante que fue a su favor la intervención de dicho dominico en tal tipo de cónclave político, suscitado por la muerte del rey D. Martín el Humano, que había sucedido a su hermano Juan I -éste murió de una caída de caballo como su homólogo de Castilla- sin dejar descendencia. Al trono vacante aspiraron siete candidatos: 1. D. Jaime, conde de Urgel, biznieto por línea masculina de Alfonso IV el Benigno. 2. D. Alfonso, duque de Gandía, nieto, por línea paterna de D. Jaime II. 3. El hermano de Gandía, don Jua, conde de Prades. 4. El duque Luís de Calabria, nieto, por línea materna, de D. Juan I. 5. D. Fabrique de Sicilia, hijo natural de D. Martín el Joven, de Sicilia (que tal sería el que tenía in pecto D. Martín el Humano, su abuelo, sin atreverse a declararlo). 6. Dª Isabel, hija de Pedro IV el del Punyalet y mujer de D. Jaime de Urgel. 7. D. Fernando el de Antequera, el ilustre tutor de D. Juan II de Castlla, que alegaba como derechos ser nieto de materno de D. Pedro IV y sobrino de D. Juan I y D. Martín.
Vicente Ferrer, gozando de una fama envidiable y de una celebridad que iba aumentándose cada día , predicaba a la sazón en Toledo , donde tenía por sus oyentes más asiduos a la reina viuda de Castilla y al infante D. Fernando. El aspirante a la corona de Aragón sabía cuánta era la influencia de Vicente Ferrer en Valencia y en Cataluña. [...], que en Cataluña se le llamaba el Maestro y en Valencia el Santo, y que, en fin, los hombres más doctos y venerables por su saber o por sus canas, se inclinaban respetuosos ante él. [...] . Sobraba esto para que D. Fernando procurase atraerse las simpatías de de Vicente Ferrer. Lo cierto es que, mientras estuvo en Castilla, no tuvo oyente más asiduo, protector más decidido, discípulo más sumiso ni penitente más dócil que el infante.
A don Fernando se le dio la corona por sus bueno antecedentes como regente de Castilla. También fue apoyado por el papa. Pero el de Urgel no acepto la elección hecha y alzó bandera de rebelión. Fue vencido, hecho prisionero y condenado a prisión de por vida.
En su reinado hubo de intervenir en el Gran Cisma de Occidente, negando obediencia al aragonés D. Pedro de Luna -el Papa Luna- nombrado por Avignón con el nombre de Benedicto XIII, que en Peñíscola, con su cónclave, prolongaba el Cisma.
A pesar de que mostró poco respeto a los fueros aragoneses y dio cargos públicos a castellanos, se le tuvo en alta estima por su honestidad, no en balde es llamado Fernando el Justo y Fernando el Honesto. Estos apelativos no puede llevarlos ningún otro Trastamara; su hijo y sucesor Juan llevó el de Grande, y puede aplicársele en gran parte en sentido peyorativo, por lo demás le acompañó la buena suerte. La tuvo incluso en la operación de cataratas, quedando bastante bien, y aun en aquel tiempo. ¿Sobrepasa a grande el sobrenombre de Católico, que tienen Fernando e Isabel? Pues no, y en el caso de ellos es evidente. Tratando el tema de religión, ya he analizado que ser católido, como de la religión que fuere, no es garantía, ni mucho menos, de ser justo, de ser honesto. Notorio es que hay católicos muy faltos de Ética y de Moral. Por ende, de Moral católica. ¿Dónde está la de Juan II de Aragón? Quedé estupefacto al leer en una crónica las siguientes líneas:
En este sobrevolar por los Trastamara, y con referencia al tal Compromiso de Caspe, no dejaré de consignar algo que tiene gracia, y es que al desechar a don Fadrique, siendo el inmediato familiar del difunto rey, como hijo de su hijo, por ser bastardo, se debió reprobar también al infante Fernando de Trastamara, nieto de otro bastardo. En general lo es la dinastía Trastamara. Al ocupar el trono de Aragón no renunció a la regencia de Castilla, por ello y por sus grandes patrimonios en ella, gobernó de facto en los dos reinos.
Arma blanca en el campo de batalla o veneno en el banquete.
No cabe dejar de pensar, meditar, que la bisnieta del Fraticida pudo matar -si no con puñal, sí con un veneno- a su medio hermano para anticipar el reinar en Castilla, tras de lo cual anduvo siempre. Tal se sospechó; cábalas y conjeturas existen. Ya no es suponer, sino un hecho evidente, la usurpación, y además con violencia, que hizo del reino. La Historia nos muestra que este proceder les va de lleno a los Trastamara, quienes en corto espacio de tiempo se apropiaron de reinos que no les pertenecían: palmario es que no debía haber un Enrique II en la Corona de Castilla, ni una Isabel I de Castilla. Por supuesto que no son las únicas alteraciones de la Historia de España, pero ahora estamos hablando de los Trastamara. Fernando e Isabel fueron en principio dos logreros, dos pescadores en río revuelto. ¿Qué rey, español o extranjero, no lo es, ¿qué es, si no, la idea de imperio, aunque se le disfrace de colonización? El veneno -envenenar- venía a ser en la Edad Media un medio político: Leonor de Navarra a su hemana Blanca. Isabel I de Castilla a su medio hermano Enrique IV. Triste muerte la de ambos -Enrique y Blanca- dos buenas personas. Un numeroso etcétera presenta la Historia Universal.
Juan II de Castilla.
En recientes artículos he hablado de él y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, como padres de la controvertida Isabel Isabel la Católica y de Alfonso el utilizado por aquellos nobles de vergüenza de la farsa de Ávila. Omitiré hablar de este rey que al parecer murió de pesadumbre de haber permitido la muerte de quien repetidamente dio la vida por él, así como su mujer, un tanto delicada mentalmente, cayó en picado en la demencia, porque ella fue la que indujo a su enamorado esposo a que permitiera el crimen, el cual de modo primigenio quería evitar, pero su patológica abulia... Alfonso el Inocente pronto desapareció de escena, murió a la edad de catorce años, ya por la peste, tan corriente en aquel tiempo de suma carencia de higiene, ya envenenado; esta corte de Alfonso XII, radicada en Arévalo, fue efímera, duró poco más de tres años. En verdad este rey no cuenta en la Historia, ya que quien lleva el número ordinal de este nombre, o sea Alfonso XII, es el hijo de Isabel II y de su amante Enrique Puigmoltó. Por otra parte se considera que el reinado de Enrique IV, hijo de Juan II y de su prima hermana y esposa María, infanta de Aragón, fue del 22 de julio de 1454 al 11 de diciembre de 1474, fecha inicial, obviamente, la de la muerte de su padre. La Cronología, pues, no tiene en cuenta el pequeño reino de Arévalo (Ávila), donde crecieron Alfonso y su hermana Isabel en la compañía de su enferma madre.
Enrique IV el Liberal, en Historia cierta; el Impotente, en política de intereses creados.
La dinastía Trastamara es una dinastía enferma, unos de ellos más, otros menos, obviamente. No solo Enrique IV era un enfermo; de Juan I dice el cronista Pedro López de Ayala que era ´no grande cuerpo, y blanco, y rubio, y manso y sosegado, y franco y de buena conciencia, y hombre que pagaba mucho de estar en consejo; y era de pequeña complexión, y había muchas dolencias'. Acudió a la batalla de Aljubarrota muy enfermo, además la presentó contra la opinión de expertos capitanes. Como escribe José Calvo Poyato, en 'Enrique IV, el Impotente y el final de una época'.
El difamado rey era esencialmente bueno. humanitario. Su reivindicación reciente.
Continúa diciéndonos Maganto Pavón:
Esta reacción de indignación fue enorme, alcanzó, incluso, al clero medio, que desde los púlpitos rechazó el vil proceder de hacer befa del trono. Se presentaron al rey a ofrecerle ayuda el Condestable de Castilla, Don Luís Lucas, el conde de Cabra, el prior de san Juan, don Pedro de Córdoba con sus hijos, don Diego D. Diego, mariscal de Castilla y don Martín, comendador de Estepa, Valenzuela, el conde de Alba, don Íñigo Hurtado de Mendoza, Marqués de Santillana; los condes de Almazán y Medinaceli, y tantos otros. Las ciudades, salvo Burgos, Valladolid y Toledo, también se adhirieron al monarca escandalizadas, puesto que se tenía por inconcluso que un rey no podía ser destronado, a excepción de caso de herejía. Contó Enrique IV con apoyo suficiente para dar la batalla a los sediciosos -éstos tenían su cuartel general en Valladolid-, pero... no la dio, era pacifista totalmente, le horrorizaba el derramamiento de sangre. Al obispo de Cuenca, que le instaba a la guerra, le dijo: 'Los que no habéis de pelear, sois muy pródigos de las vidas ajenas'.
Nuevamente le engañó el marqués de Villena, que le llevó a la idea de que su hermanastro el infante Alfonso estaba decidido a solicitar su perdón por haberse prestado al papel que hizo en el Auto, siendo obligado a ello. Los revoltosos siguieron en su treta, y el pueblo se mostró sumamente disgustado por la debilidad del rey, quien a poco decidido que hubiero sido hubiera domeñado la rebelión de la nobleza, que en primer lugar perseguía sus propios intereses. Como ya he dicho, los rebeldes decidieron fijar la corte de Alfonso XII en Arévalo. Sería por estar en la misma localidad de la madre del rey de pacotilla, hecho ad libitum, a gusto, a voluntad, de la levantisca nobleza. El papa envió un nuncio para que los nobles acataran a su rey y, al negarse éstos, les excomulgó. Estos excomulgados enviaron unos embajadores a Roma, pero Paulo II se negó a recibirlos, y en cuanto a entrar en la ciudad habían de jurar antes que desistiera de llamar Alfonso XII al infante. Se negaron, y entonces, en consistorio dio orden el Papa a sus delegados de comunicar a los enviados de Castilla "que sentía mucho que aquel príncipe mozo, por pecados ajenos, sería castigado con muerte antes de tiempo". Cumpliose la profecía el 8 de julio de 1468 en la aldea de Cardeñosa, a diez kilómetros de Ávila. La causa de la muerte ha quedado en el dilema de si fue por la peste o envenenado por el marqués de Villena con unas hierbas le hizo dar en una trucha.
Tratado de los toros de Guisando.
Cuando muere Alfonso la infanta Isabel contaba dieciséis años y se encontraba en el bando de su hermano, al cual traidormente se había pasado, siguiendo el partido de Alfonso de oposición a los derechos de la hija de su hermanastro el rey. Los nobles rebeldes la ofrecieron el trono vacante, mas ella manifestó que renunciaba a él mientras viviera Enrique, no así tras su muerte como heredera única que era al ser reconocida por todos como ilegítima hija del rey la de su esposa Juana de Portugal. 'Todos' para ella eran sus compinches. Entonces el baqueteado monarca hizo que se reuniesen los principales jefes de su bando enriqueño y el de ahora isabelino y se concertara la paz, admitiendo a su hermanastra como heredera (ello ocurría a pesar de haber jurado otrora Alfonso e Isabel a la hija del rey como Princesa se Asturias). Otra de las condiciones estipuladas era la entrega de las ciudades de Ávila y Úbeda y las villas de Medina del Campo. Olmedo y Escalona a doña Isabel bajo juramento de no casarse sin consentimiento del rey. Sabido es que quedó como perjura, y las peripecias ocurridas al respecto de varios proyectos de enlace matrimonial, cómo se escapó de Ocaña y se planeó, contra lo pactado en Guisandos, la boda a escondidas con Fernando, hijo de Juan II de Aragón y de su segunda esposa Juana Enriquez. Se consignó también en el convenio el divorcio de don Enrique y doña Juana, la cual sería enviada a Portugal, juntamente con su hija. Esto no se cumplió por ser contrario a la voluntad del arzobispo Carrillo, pues estaban bajo su custodia en el castilllo de Buitrago.
Burló una vez más Isabel a su hermanastro no sin ayuda -en cuyos detalles no entro- de los isabelinos, casándose con Fernando en Valladolid el 19 de octubre de 1469; ella se lo notificó por carta siete días antes de celebrar la boda en dicha ciudad. Don Enrique recibió la carta en Trujillo y juró hacer un fuerte escarmiento en tan desobedientes príncipes. Empezó por revocar, cerca del monasterio del Paular, que él fundada en Segovia, la concordia de la Venta de los Toros de Guisando, proclamando de nuevo Princesa de Asturias a doña Juana de Trastamara Avis, su hija legal, nacida de legítimo matrimonio, pero, tristemente, ello quedó en agua de borrajas, dada la preponderancia que tomaba la causa de Isabel y Fernando, que contaba con el apoyo de Aragón, a la vez que se producía, consecuentemente, deserciones entre los que sostenían los derechos de la Princesa de Asturias. Ya el rey no cedió nunca en sentido contrario, pero se dejó engañar por su hipócrita hermanastra.
Si no hubiera hecho paces con ella, si no hubiera accedido a la entrevista en Segovia preparada por Andrés Cabrera, mayordomo mayor de la Corte y alcaide del alcázar, persona de confianza del monarca, aconsejándole perdón y benevolencia hacia su hermanastra, insistiéndole en que ello no implicaba dar un paso atrás en defensa de su hija; si no hubiera consentido -digo- aquella propuesta de reconciliación -tan rara partiendo de quien tan pérfida fue siempre, y acababa de serlo, quizá no se hubiera adelantado el reinado de los Reyes Católicos, mientras, por otra parte, podía haberse hecho más dificultoso, Enrique seguía luchando por asegurar el trono a su hija y en pos de ello conseguir para ella un importante casamiento. Su muerte fue muy perjudiclal para la Princesa de Asturias a la que tras una larga guerra de cinco años el resultado de la misma le fue adverso; triunfó contra la fuerza de la razón, que, evidentemente, radicaba en doña Juana, la "razón" de la fuerza, que era el visible atropelló y hurto del trono. La misma Isabel era consciente de que tal había cometido, de aquí el querer tener a Juana lo más reducida y vigilada posible.
Cabe pensar que en aquella reunión en Segovia fue envenenado, ya que desde aquellas fechas el bonachón don Enrique se sintió muy mal de salud y un año después (11 de diciembre de 1474) falleció en Madrid, dándose el caso de morir a la misma edad de su progenitor. Según Zurita, la enfermedad que le causo la muerte es atribuida a veneno 'que se le dio en Segovia en las fiestas y vistas que tuvo con su hermana en dicha ciudad'. Doña Juana también hace mención de ello cuando trató de evitar la guerra de sucesión y propuso que se sometiera a votación, dirigiendo a las ciudades y villas este manifiesto: Luego que por los tres estados de estos dichos mis reinos y por personas escogidas de ellos de buena fama y conciencia que sean sin sospecha, se vea y libre y determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores y rompimientos de guerra'. Maldito el caso que hizo su medio tía -a pesar de lo asegurado que se creía tenía el trono-. En la misma carta le acusa de haber producido con veneno la muerte de Enrique IV y apoderádose de sus tesoros.
Enrique IV ei Indulgente.
No puedo dejar de consignar este epígrafe y este adjetivo calificativo que viene a confirmar el alto grado de sentimiento humanitario que había en él, el cual puso de releve en tantos hechos y detalles.
Arrancó su reinado con gran indulgencia. El ya citado José Calvo Poyato, y su biografía 'Enrique IV el Impotente y el final de una época', nos recuerda -y paso a exponerlo textualmente- que
Era muy devoto y católico cristiano celoso del oficio divino, y señaladamente era devotísimo de Nuestra Señora, por cuyo servicio confirmó y de nuevo mandó , so graves penas, se guardase la pragmática del rey don Juan de Aragón, su tío, en la cuual se manda celebrar y solemnizar la fiesta de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, y que nadie ose predicar (so las dichas penas) que la Señora haya sido en nada maculada de la original culpa. Oía devotamente la misa y no se le pasaba día sin oirla. Reverenciaba mucho a los eclesiásticos.Bueno, que era tan santo como su nuera Isabel la Católica. Pues que se luche también por la canonización de su suegro. Tremendo fariseísmo es el de la casi totalidad de la humanidad. Acéptese como homenaje a lla virtud, ya dice una de las 'Máximas' de La Rochefoucauld que 'la hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la v irtud'.
En este sobrevolar por los Trastamara, y con referencia al tal Compromiso de Caspe, no dejaré de consignar algo que tiene gracia, y es que al desechar a don Fadrique, siendo el inmediato familiar del difunto rey, como hijo de su hijo, por ser bastardo, se debió reprobar también al infante Fernando de Trastamara, nieto de otro bastardo. En general lo es la dinastía Trastamara. Al ocupar el trono de Aragón no renunció a la regencia de Castilla, por ello y por sus grandes patrimonios en ella, gobernó de facto en los dos reinos.
Arma blanca en el campo de batalla o veneno en el banquete.
No cabe dejar de pensar, meditar, que la bisnieta del Fraticida pudo matar -si no con puñal, sí con un veneno- a su medio hermano para anticipar el reinar en Castilla, tras de lo cual anduvo siempre. Tal se sospechó; cábalas y conjeturas existen. Ya no es suponer, sino un hecho evidente, la usurpación, y además con violencia, que hizo del reino. La Historia nos muestra que este proceder les va de lleno a los Trastamara, quienes en corto espacio de tiempo se apropiaron de reinos que no les pertenecían: palmario es que no debía haber un Enrique II en la Corona de Castilla, ni una Isabel I de Castilla. Por supuesto que no son las únicas alteraciones de la Historia de España, pero ahora estamos hablando de los Trastamara. Fernando e Isabel fueron en principio dos logreros, dos pescadores en río revuelto. ¿Qué rey, español o extranjero, no lo es, ¿qué es, si no, la idea de imperio, aunque se le disfrace de colonización? El veneno -envenenar- venía a ser en la Edad Media un medio político: Leonor de Navarra a su hemana Blanca. Isabel I de Castilla a su medio hermano Enrique IV. Triste muerte la de ambos -Enrique y Blanca- dos buenas personas. Un numeroso etcétera presenta la Historia Universal.
Juan II de Castilla.
En recientes artículos he hablado de él y de su segunda esposa, Isabel de Portugal, como padres de la controvertida Isabel Isabel la Católica y de Alfonso el utilizado por aquellos nobles de vergüenza de la farsa de Ávila. Omitiré hablar de este rey que al parecer murió de pesadumbre de haber permitido la muerte de quien repetidamente dio la vida por él, así como su mujer, un tanto delicada mentalmente, cayó en picado en la demencia, porque ella fue la que indujo a su enamorado esposo a que permitiera el crimen, el cual de modo primigenio quería evitar, pero su patológica abulia... Alfonso el Inocente pronto desapareció de escena, murió a la edad de catorce años, ya por la peste, tan corriente en aquel tiempo de suma carencia de higiene, ya envenenado; esta corte de Alfonso XII, radicada en Arévalo, fue efímera, duró poco más de tres años. En verdad este rey no cuenta en la Historia, ya que quien lleva el número ordinal de este nombre, o sea Alfonso XII, es el hijo de Isabel II y de su amante Enrique Puigmoltó. Por otra parte se considera que el reinado de Enrique IV, hijo de Juan II y de su prima hermana y esposa María, infanta de Aragón, fue del 22 de julio de 1454 al 11 de diciembre de 1474, fecha inicial, obviamente, la de la muerte de su padre. La Cronología, pues, no tiene en cuenta el pequeño reino de Arévalo (Ávila), donde crecieron Alfonso y su hermana Isabel en la compañía de su enferma madre.
Enrique IV el Liberal, en Historia cierta; el Impotente, en política de intereses creados.
La dinastía Trastamara es una dinastía enferma, unos de ellos más, otros menos, obviamente. No solo Enrique IV era un enfermo; de Juan I dice el cronista Pedro López de Ayala que era ´no grande cuerpo, y blanco, y rubio, y manso y sosegado, y franco y de buena conciencia, y hombre que pagaba mucho de estar en consejo; y era de pequeña complexión, y había muchas dolencias'. Acudió a la batalla de Aljubarrota muy enfermo, además la presentó contra la opinión de expertos capitanes. Como escribe José Calvo Poyato, en 'Enrique IV, el Impotente y el final de una época'.
Juan I, cuyo espíritu era de una sensibilidad rayana en lo escrupuloso, vivió ya atormentado por el desastre de Aljubarrota. En las Cortes de Guadalajara (1390) anunció su propósito de abdicar en favor de su hijo Enrique los derechos sobre los reinos de Castilla y León, reservándose para sí Andalucía, Murcia y el señorío de Vizcaya. Fueron muchos los que se opusieron a este deseo, pero todo concluyó de una manera fulminante al sufrir el rey un grave accidente que le produjo la muerte a causa de una caída de caballo en Alcalá de Henares el 9 de octubre de 1390.Como expone Emiliano Maganto Pavón, apud 'Enrique IV de Castilla un singular enfermo urológico. Retrato morfológico y de la personalidad de Eniique IV "el Impotente" en las crónicas y escritos contemporáneos'.
Enrique IV fue un enfermo en el más amplio sentido del término, con una enfermedad crónica grave, progresiva, casi invalidante y padecida desde su juventud (la acromagalia), lo que le originó un enorme cortejo de síntomas, de entre los cuales los urológicos y psicológicos tuvieron una gran preponderancia a lo largo de su vida. [...] El principal síntoma urológico de su afección -la impotencia- fue utilizado como argumento por los partidiarios y seguidores de los Reyes Católicos para lograr sus propósitos en torno a la sucesión.Enfermedad aparte, la meta de sus enemigos era la usurpación del trono a la legítima heredera, y así que corroborado por quien, independientemente de su dictamen medico, coincide en el fin que se perseguía. Leemos:
En 1930 el gran médico e historiador Gregorio Marañón planteó la idea de que Enrique IV fue un enfermo, y que muchos de los síntomas de su enfermedad, como su declarada impotencia, o su presunta homosexualidad -hoy casi totalmente descartada- influyeron notablemente en sus actos y fueron aprovechados por sus enemigos para mancillar su imagen y lograr cambiar la línea de sucesión a favor de sus hermanos.Consigna también Maganto Pavón:
A principios del siglo XX, Sitges apuntaba que toda la memoria histórica del reinado de Enrique IV había sido manipulada, falseádose incluso algunos monumentos oficiales a fin de justificar una usurpación que privó a doña Juana, hija del rey y conocida después como la Beltraneja, de sus derechos sucesorios.En que Isabel y Fernando, por muy Católicos que los hiciera el papa Alejandro VI, se apoderaron, y, para mayor escándalo, con violencia, del trono de la legítima hija del monarca castellano, están de acuerdo todos los autores. Ya ha quedado patente la existencia de una leyenda negra que se tejió sobre Enrque IV, y así podemos leer, entre otras manifestaciones, de Maganto Pavón.
Aunque hasta hace poco más de un siglo el rey Enrique IV de Castilla, apodado 'el impotente' , había sido catalogado por la mayoría de los historiadores como un personaje nefasto e indigno y el periodo de su reinado (1454-1474) uno de los más calamitosos de todos los que Castilla sufrió a lo largo de su historia, se va abriendo camino entre los investigadores la idea de que el controvertido monarca se vio envuelto en una trama política y una leyenda negra que se urdió en su contra para degradar su imagen y su memoria.El reinado de Enrique IV, que yo más que 'el Impotente', llamaría 'el difamado', 'el traicionado' se mueve en estos parámetros:
El difamado rey era esencialmente bueno. humanitario. Su reivindicación reciente.
Continúa diciéndonos Maganto Pavón:
Otro de los elementos que definen su personalidad fue el amor que siempre profesó a sus vasallos, reflejado en las actitudes que tuvo encaminadas a evitar los horrores de la guerra con su secuela de calamidades para los más menesterosos, y a procurar que no hubiese derramamiento de sangre.Rey sorprendente por antonomasia, ya que como dice el poeta y dramaturgo inglés, Jhon Dryden, 'la guerra es el oficio de los reyes'. Máxime en la Edad Media. Su amor a la soledad no tiene, en principio, que tildarse de enfermedad; 'la soledad es el patrimonio -Schopenhauwer dixit- de todos los espíritus superiores'. También Séneca afirma que 'aunque el mundo contiene muchas cosas decididamente malas, la peor de todas ella es la sociedad'. ¿Qué nobles le rodeaban, qué lealtad había en ellos? Y, como también piensa el citado filosofo alemán, en presencia de imbéciles y de insensatos, no hay más que una manera de demostrar que se tiene razón: no hablar con ellos. Continuando la transcripción del punto interrumpido, vemos que:
Prefería el contacto con las personas sencillas y humildes, a la relación con los cortesanos y la gente más encumbrada del reino. [...] Sin embargo, en sus huidas a los bosques y lugares solitarios buscaba la compañía de las gentes sencillas, de los lugareños y de los campesinos. Sus enemigos para referirse a esta actitud del monarca señalaban que gustaba de juntarse con rufianes o individuos de baja estofa.¿Quienes peores que sus enemigos? Gente intrigante, desleal, desagradecida, traidora, belicosa, odiada por el pueblo, cuando no dedicada al bandidaje, y no precisamente mendigos, sino señores de los castillos El cronista Hernando del Pulgar refiere que los gobernadores y alcaídes de los castillos practicaban desvastaciones, por lo que los concejos de las ciudades y villas se vieron obligados a devengarles una cantidad fija en concepto de seguro que ponía a cubierto sus tierras y términos de asaltos rapaces y correrías destructoras. Lógicamente los pueblos se encontraban indignados de la nobleza y deseaban acabar con ella. Como el honesto cronista-y ya sabemos quien es- dice:
Enrique IV fue un rey largos años amado por las clases populares. En varias ocasiones en que se vio en peligro por los ataques urdidos a través de alguna conjura mobiliaria, auténticas multitudes acudieron rápidamente en su auxilio.Quedó demostrado cuando la farsa de Ávila protagonizada por Juan Pacheco, marqués de Villena; Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo; el conde de Plasencia, el conde de Benavente, el conde de Paredes de Nava, Diego López de Zúñiga y el Maestre de Alcántara. El cronista Diego Enriquez del Castillo lo describe así:
Mandaron hacer un cadalso fuera de la ciudad en un gran llano, y encima del cadalso pusieron una estatua sentada en una silla, que decían representar la persona del Rey, la cual estaba cubierta de luto, Tenía en la mano una corona y un estoque delante de sí y estaba con un bastón en la mano. Así pues, los nobles rebeldes había colocado un muñeco al que le adjuntaron los diversos símbolos de su soberanía. Poco después se leyó una carta en la que acusaban con mucha dureza al monarca Enrique IV. Después de aquella lectura, el arzobispo Alfonso Carrillo quitó la corona del muñeco, el conde de Plasencia le arrancó el estoque, el conde de Benavente, el bastón y, por último, Diego López de Zúñiga derribó la estatua de la silla en la que estaba. Una vez concluida aquella ceremonia, los nobles rebeldes llevaron al príncipe Alfonso al cadalso, en donde le proclamaron rey de Castilla.¡De vergüenza ajena! Esta gamberrada -por decirlo con un término moderno- reavivó el sentimiento monárquico, y principalmente se indignó la clase popular, leal a los reyes y enemigos de la nobleza. En Simancas (Valladolid) se montó, como respuesta, un similar espectáculo, arrastrando por las calles la efigie de don Alfonso Carrillo y quemándole después, mientras cantaba el pueblo: 'Esta es Simancas, - Don Opas traidor - : esta es Simancas. - que no Peñaflor '.
La farsa de Ávila - óleo de Pérez Rubio, Antonio. Museo del Prado. |
Esta reacción de indignación fue enorme, alcanzó, incluso, al clero medio, que desde los púlpitos rechazó el vil proceder de hacer befa del trono. Se presentaron al rey a ofrecerle ayuda el Condestable de Castilla, Don Luís Lucas, el conde de Cabra, el prior de san Juan, don Pedro de Córdoba con sus hijos, don Diego D. Diego, mariscal de Castilla y don Martín, comendador de Estepa, Valenzuela, el conde de Alba, don Íñigo Hurtado de Mendoza, Marqués de Santillana; los condes de Almazán y Medinaceli, y tantos otros. Las ciudades, salvo Burgos, Valladolid y Toledo, también se adhirieron al monarca escandalizadas, puesto que se tenía por inconcluso que un rey no podía ser destronado, a excepción de caso de herejía. Contó Enrique IV con apoyo suficiente para dar la batalla a los sediciosos -éstos tenían su cuartel general en Valladolid-, pero... no la dio, era pacifista totalmente, le horrorizaba el derramamiento de sangre. Al obispo de Cuenca, que le instaba a la guerra, le dijo: 'Los que no habéis de pelear, sois muy pródigos de las vidas ajenas'.
Nuevamente le engañó el marqués de Villena, que le llevó a la idea de que su hermanastro el infante Alfonso estaba decidido a solicitar su perdón por haberse prestado al papel que hizo en el Auto, siendo obligado a ello. Los revoltosos siguieron en su treta, y el pueblo se mostró sumamente disgustado por la debilidad del rey, quien a poco decidido que hubiero sido hubiera domeñado la rebelión de la nobleza, que en primer lugar perseguía sus propios intereses. Como ya he dicho, los rebeldes decidieron fijar la corte de Alfonso XII en Arévalo. Sería por estar en la misma localidad de la madre del rey de pacotilla, hecho ad libitum, a gusto, a voluntad, de la levantisca nobleza. El papa envió un nuncio para que los nobles acataran a su rey y, al negarse éstos, les excomulgó. Estos excomulgados enviaron unos embajadores a Roma, pero Paulo II se negó a recibirlos, y en cuanto a entrar en la ciudad habían de jurar antes que desistiera de llamar Alfonso XII al infante. Se negaron, y entonces, en consistorio dio orden el Papa a sus delegados de comunicar a los enviados de Castilla "que sentía mucho que aquel príncipe mozo, por pecados ajenos, sería castigado con muerte antes de tiempo". Cumpliose la profecía el 8 de julio de 1468 en la aldea de Cardeñosa, a diez kilómetros de Ávila. La causa de la muerte ha quedado en el dilema de si fue por la peste o envenenado por el marqués de Villena con unas hierbas le hizo dar en una trucha.
Tratado de los toros de Guisando.
Cuando muere Alfonso la infanta Isabel contaba dieciséis años y se encontraba en el bando de su hermano, al cual traidormente se había pasado, siguiendo el partido de Alfonso de oposición a los derechos de la hija de su hermanastro el rey. Los nobles rebeldes la ofrecieron el trono vacante, mas ella manifestó que renunciaba a él mientras viviera Enrique, no así tras su muerte como heredera única que era al ser reconocida por todos como ilegítima hija del rey la de su esposa Juana de Portugal. 'Todos' para ella eran sus compinches. Entonces el baqueteado monarca hizo que se reuniesen los principales jefes de su bando enriqueño y el de ahora isabelino y se concertara la paz, admitiendo a su hermanastra como heredera (ello ocurría a pesar de haber jurado otrora Alfonso e Isabel a la hija del rey como Princesa se Asturias). Otra de las condiciones estipuladas era la entrega de las ciudades de Ávila y Úbeda y las villas de Medina del Campo. Olmedo y Escalona a doña Isabel bajo juramento de no casarse sin consentimiento del rey. Sabido es que quedó como perjura, y las peripecias ocurridas al respecto de varios proyectos de enlace matrimonial, cómo se escapó de Ocaña y se planeó, contra lo pactado en Guisandos, la boda a escondidas con Fernando, hijo de Juan II de Aragón y de su segunda esposa Juana Enriquez. Se consignó también en el convenio el divorcio de don Enrique y doña Juana, la cual sería enviada a Portugal, juntamente con su hija. Esto no se cumplió por ser contrario a la voluntad del arzobispo Carrillo, pues estaban bajo su custodia en el castilllo de Buitrago.
Burló una vez más Isabel a su hermanastro no sin ayuda -en cuyos detalles no entro- de los isabelinos, casándose con Fernando en Valladolid el 19 de octubre de 1469; ella se lo notificó por carta siete días antes de celebrar la boda en dicha ciudad. Don Enrique recibió la carta en Trujillo y juró hacer un fuerte escarmiento en tan desobedientes príncipes. Empezó por revocar, cerca del monasterio del Paular, que él fundada en Segovia, la concordia de la Venta de los Toros de Guisando, proclamando de nuevo Princesa de Asturias a doña Juana de Trastamara Avis, su hija legal, nacida de legítimo matrimonio, pero, tristemente, ello quedó en agua de borrajas, dada la preponderancia que tomaba la causa de Isabel y Fernando, que contaba con el apoyo de Aragón, a la vez que se producía, consecuentemente, deserciones entre los que sostenían los derechos de la Princesa de Asturias. Ya el rey no cedió nunca en sentido contrario, pero se dejó engañar por su hipócrita hermanastra.
Si no hubiera hecho paces con ella, si no hubiera accedido a la entrevista en Segovia preparada por Andrés Cabrera, mayordomo mayor de la Corte y alcaide del alcázar, persona de confianza del monarca, aconsejándole perdón y benevolencia hacia su hermanastra, insistiéndole en que ello no implicaba dar un paso atrás en defensa de su hija; si no hubiera consentido -digo- aquella propuesta de reconciliación -tan rara partiendo de quien tan pérfida fue siempre, y acababa de serlo, quizá no se hubiera adelantado el reinado de los Reyes Católicos, mientras, por otra parte, podía haberse hecho más dificultoso, Enrique seguía luchando por asegurar el trono a su hija y en pos de ello conseguir para ella un importante casamiento. Su muerte fue muy perjudiclal para la Princesa de Asturias a la que tras una larga guerra de cinco años el resultado de la misma le fue adverso; triunfó contra la fuerza de la razón, que, evidentemente, radicaba en doña Juana, la "razón" de la fuerza, que era el visible atropelló y hurto del trono. La misma Isabel era consciente de que tal había cometido, de aquí el querer tener a Juana lo más reducida y vigilada posible.
Cabe pensar que en aquella reunión en Segovia fue envenenado, ya que desde aquellas fechas el bonachón don Enrique se sintió muy mal de salud y un año después (11 de diciembre de 1474) falleció en Madrid, dándose el caso de morir a la misma edad de su progenitor. Según Zurita, la enfermedad que le causo la muerte es atribuida a veneno 'que se le dio en Segovia en las fiestas y vistas que tuvo con su hermana en dicha ciudad'. Doña Juana también hace mención de ello cuando trató de evitar la guerra de sucesión y propuso que se sometiera a votación, dirigiendo a las ciudades y villas este manifiesto: Luego que por los tres estados de estos dichos mis reinos y por personas escogidas de ellos de buena fama y conciencia que sean sin sospecha, se vea y libre y determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores y rompimientos de guerra'. Maldito el caso que hizo su medio tía -a pesar de lo asegurado que se creía tenía el trono-. En la misma carta le acusa de haber producido con veneno la muerte de Enrique IV y apoderádose de sus tesoros.
Enrique IV ei Indulgente.
No puedo dejar de consignar este epígrafe y este adjetivo calificativo que viene a confirmar el alto grado de sentimiento humanitario que había en él, el cual puso de releve en tantos hechos y detalles.
Arrancó su reinado con gran indulgencia. El ya citado José Calvo Poyato, y su biografía 'Enrique IV el Impotente y el final de una época', nos recuerda -y paso a exponerlo textualmente- que
sus primeros actos de gobierno fueron liberalidad y generosidad. lo que nos indica que, pese a la debilidad de su carácter, Enrique debía sentirse fuerte en estos momentos. Una de sus primeras decisiones consistió en poner en libertad a los condes de Triviño y de Alba que se encontraban presos por causa de las rebeliones que habían protagonizado contra su padre. A la vez que la libertad, les devolvía sus tierras y fortalezas que también les habían sido confiscadas. Asimismo renovó la antigua amistad de los monarcas castellanos con los reyes de Francia. [...]. También formalizó los tratados de paz con Navarra que habían quedado pendientes de ajustarse en el momento del fallecimiento de su padre; en virtud de los mismos, el rey de Navarra renunciaba a las villas fortalezas y lugares que tenía en Castilla y que había sido la principal fuente de discordias del reinado anterior.Ya dejé sentado que lo perdieron todo tras la derrota sufrida por los infantes de Aragón en la batalla de Olmedo, incluso el más belicoso, el infante don Enrique, perdió la vida en Calatayud, un mes después, en su huida y a causa de una herida en la mano. Su bondad con ellos se extendió a darles alguna renta por sus bienes perdidos. Además -continuando la referencia aludida:
El almirante Enriquez y los demás nobles que se encontraban desterrados y que tenían sus bienes confiscados por haberse alineado junto a rey de Navarra en las luchas sostenidas contra Juan II fueron perdonados, restituidos en sus bienes y se les autorizó a regresar a CastillaHablar mal de él como persona es tan inexacto como efectuarlo en la faceta de político; entre tanto reivindicador con que cuenta, transcribo estas líneas de la charla dada por Julio Valdeón Baduque, titulada 'Enrique IV y Segovia'.
La más reciente historiografía ha puesto de manifiesto cómo en en transcurso del reinado de Enrique IV se dieron pasos de suma importancia en diversos terrenos, y en particular en lo que al fortalecimiento del poder regio se refiere. Es más, algunos de los éxitos de los Reyes Católicos no pueden explicarse si prescindimos de la herencia legada por el reinado de Enrique IV, como ha señalado el historiador norteamericano Willian D Philips, fue decisivo en lo que se refiere al incremento del papel de los letrados en las actividades propias de la corte regia, lo que contribuyó a profesionalizar y a objetivar de forma notable el aparato del poder monárquico.Le destrozó, inequívocamente, el no ser belicoso -en este aspecto fue anacrónico a su tiempo- y los hermanastros que el segundo matrimonio de su padre le dio. Por ser desposeido de sus derechos y demás, le expoliaron hasta su esposa. En esta faceta he dejado el vacío de hablar de su vida amorosa con la idea de efectuarlo exclusivamente sine die.
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