jueves, 15 de septiembre de 2016

Acerca de la Religión, el hombre, la vida y la muerte (A través de la Filosofía y Literatura - Retazos)

Decidme ¿qué es el hombre? ¿De dónde viene ¿ ¿A dónde va?
¿Quién habita allá arriba, sobre las estrellas de oro? Las ondas
murmuran su sempiterno arrullo, supla el viento, vuelan las
nubes, los astros centellean fríos e indiferentes. Y, entretanto,
un pobre necio espera que se le conteste.  –Enrique Heine-  

Dice Unamuno en su nivola ‘San Manuel Bueno, mártir’ que todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que la profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir. Unamuno era un obseso de Dios y de la muerte. De la muerte, como tantos poetas, porque esa postrimería tiene un gran relieve en la poesía española; en ella está enclavada esa joya que a decir de Menéndez Pelayo ‘debiera estar escrita con letras de oro’. Y nos referimos a la composición de Jorge Manrique a la muerte de su padre el maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, la cual empieza así:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despiertee,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.
Sí, nuestro alma está dormida, y nuestro seso entumecido. Aberrantemente llegamos a pensar en la juventud que tenemos mucho tiempo por delante hasta llegar a la vejez. Sólo ésta tiene la experiencia de la brevedad de la vida, de la vertiginosa velocidad del tiempo. Pudimos haber leído en nuestra juventud sobre ello; yo, por ejemplo, en mi adolescencia leí ‘De la brevedad de la vida, de Cicerón, y otras obras al respecto, pero rechazando imaginativamente tal idea de corta vida y de que el tiempo vuela a velocidad supersónica. La juventud carece de buena visión para captar estas realidades; dice Paul Sartre que siempre se mueren los otros, y parafraseándole podemos asegurar que en la opinión del joven únicamente son viejos los otros, su gran miopía para alcanzar a ver que se llega a la senectud y no tardando.

En nuestro otoño empezamos a percatarnos de que la juventud no está, por desgracia, estancada, así lo mira Rubén Darío en su poema ‘Canción de otoño en primavera’.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer.
Indefectiblemente, todos lloramos la juventud perdida. Para el gran tribuno Emilio Castelar, en su ‘Vida de Byron’ considera que la juventud es una grande enfermedad. Sobra el tiempo y se desperdicia. Se mira al horizonte, se le ve dilatado, infinito,; y no se ven las sombras que lo manchan, ni las tempestades que relampaguean por todos sus bordes. A la vida de la familia, sustituye la amistad; a la tranquilidad, el amor; a la inocencia, las pasiones. Cuando crecemos, cuando adelantamos en la vida, viene la serpiente a echarnos del Paraíso. Acaso lo más aceptable de la vida sea la juventud, cuando puede verse, y se ve, la vida bella. El filósofo por antonomasia del pesimismo, Schopenhauer, así lo entiende al escribir las líneas siguientes:

Basta mirar desinteresadamente a todo hombre, a toda escena de la vida, y reproducirlos con la pluma o el pincel, para que en seguida aparezcan llenos de interés y de atractivo, y realmente dignos de envidia. Mas si nos hallamos en pugna con esa situación o somos ese hombre mismo, entonces, como suele decirse, sólo podría soportarlo el diablo. Tal es el pensamiento de Goethe:

Entre todo lo que nos apena en la vida la pintura nos place…

Cuando yo era joven, hubo un tiempo en que me esforzaba sin cesar en representarme todos mis actos cual si se tratase de otro; probablemente, para mejor gozar de ellos.
Las cosas no tienen atractivo más que en tanto que no tocan a nosotros. La vida nunca es bella, y sólo son bellos los cuadros de la vida cuando los ilumina y refleja el espejo de la poesía, sobre todo, en la juventud, cuando aún no sabemos que es vivir.

Para nuestro filósofo, el mundo es el infierno, y los hombres se dividen en almas atormentadas y en diablos atormentadores. Y, bueno, pues ya sabemos la pintura que a lo largo de su obra hace de la vida.

En opinión del filósofo danés Soren Kierkiegaard, aunque en verdad todos estamos igualmente desesperados, las personas que estudian a vida son las que verdaderamente experimentan la desesperanza. Quienes no estudian la vida no sienten la desesperación y se creen más contentos.

A la cabeza de los que se suele citar como pesimistas están: Thomas Hobbes, David Hume, Inmanuel Kant, Federico Nietzsche, Heidegger, Juan Pablo Sartre, Voltaire… Pero hay un incontable número escritores pesimistas. Lord Byron dice: No soy pesimista. Soy un optimista bien informado. Por citar un gran autor de nuestros días, lo haré de Antonio Gala, el cual hace gala de su lucidez al afirmar que el optimismo bien podría ser una cuestión de ignorancia, que la información que nos llega sobre el mundo exterior obliga a ser pesimista. Nada más claro; veamos que el ignorante y de muy limitado intelecto suele ser más alegre e incluso feliz a poco bien que tenga

La religión es cuestión de fe. Tertuliano, escritor y doctor de la Iglesia latina sentencia:: Credo quia absurdum, creo porque es absurdo, y se refiere a la existencia de Dios. No podemos creer en Él a través de la razón

La Fe no deja de oscilar entre la creencia y la duda, el poeta Amado Nervo, que define a dios como el Sublime Desconocido, expone: Y a pesar de mi fe, cada día evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que silencio. El susodicho Unamuno manifiesta en su ‘Salmo II’:
Fe soberbia, impía,
la que no duda,
la que encadena a Dios a nuestra idea.
[…]
la vida es duda,
y la fe sin duda es sólo muerte.
Y es la muerte el sustento de la vida,
y de la fe la duda.
Proclama:La fe que aparece inquebrantable, inconmovible, rectilínea, es hija de la ignorancia o es hija del fingimiento. El que no duda, no cree.

En su libro ‘Mi religión y otras ensayos breves’ escribes este profundo razonamiento:

Confieso sinceramente que las supuestas pruebas racionales de la existencia de Dios no me demuestran nada; que cuantas razones se quieran dar de que existe un Dios me parecen basadas en paralogismos y peticiones de principio… Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia. Los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista.

Más adelante y concretamente en torno a la muerte expone:

El que uno no crea que haya Dios ni que el alma sea inmortal me parece respetable; pero el que no quiera que la haya me repugna profundamente. “Que un hombre no crea en la otra vida, lo comprendo, ya que yo mismo no encuentro prueba alguna de que sea, pero que se resigne a ello, y, sobre todo, que hasta no dese más que esta y rechace la otra, eso sí que no lo comprendo”.

Pero un tema es Dios, y otro muy distinto los feligreses y el clero, así lord Byron dirá en su ‘Don Juan’, canto XV: Si alguna vez Dios fue Hombre, o si alguna vez un hombre fue Dios, Jesucristo fue uno y otro, jamás he censurado a los que en Él creen, sino el uso y el abuso que de tl creencia se ha hecho. El mismo Unamuno no se sentía muy clerical, que digamos, y es lógico y natural en quien conozca plus minusve, más o menos, la Historia en general, y en particular la de la Iglesia Católica, ésta tiene demasiadas manchas y crímenes en sus anales. Él sostiene que muchos creen que es buen camino para llegar al cielo romperle la cabeza al hereje aunque sea con el mismo crucifijo. Por otra parte apunta que cuando uno va a misa, la congoja espiritual viene al tener que aguantar las estupideces que está diciendo el clérigo de turno.

San Pablo en su Carta 1ª a los Corintios, donde hace esa bellísima definición del amor, versión caridad, cuatro versículos después: Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo imágenes oscuras, pero entonces lo veremos cara a cara. Yo no lo conozco ahora sino imperfectamente; mas entonces lo conoceré con una visión clara, a la manera que soy yo conocido.  Retomamos el tema de la duda y continuando en el criterio de Schopenhauer, quien, tras denostar a la religión judía, rechaza de plano nuestra inmortalidad. En su ‘Historia de la Filosofía’ podemos leer

 El elemento esencial de una religión, en cuanto tal, consiste el la seguridad que nos da de que nuestra existencia propiamente dicha, no se limita a nuestra vida sino que es infinita. […] La verdadera religión judía, tal como se presenta y enseña en el Génesis y todos los libros históricos hasta la Crónica. Es la más grosera de todas las religiones, porque es la única que carece en absoluto de la doctrina de la inmortalidad y de todo rasgo de ella.  

Lo  fundamental será si le importamos a Dios o no; Schopenhauer lo interpreta así:

Hay dos puntos que preocupan, no sólo a todo hombre que piensa, sino también a los partidarios más decididos de cada religión, y en los que,  por eso, residen la fuerza y el sostén de las religiones. En primer lugar, la significación moral transcendente de nuestra conducta; en segundo, nuestra continuidad después de la muerte. Cuando una religión ha cuidado bien estos dos puntos, el resto es accesorio. Por eso, examinaré el teísmo en relación con el primer punto, y después con el segundo.

Transcribo de éste lo esencial:

Con el teísmo, nuestra continuidad después de la muerte no se encuentra en una postura mucho mejor que la libertad de la voluntad. Lo que ha sido creado por otro, ha tenido un comienzo de existencia. El que ahora, después de no haber existido un tiempo infinito, deba continuar durante toda la eternidad, es una hipótesis excesivamente audaz. Si en mi nacimiento, vine y fui creado de la nada, es muy probable que, en la muerte, vuelva a ser nada. Duración infinita a parte ‘a parte post’, y nada ‘a parte ante’ no concuerdan.

Bien, dejemos al filósofo filosofando y pasemos a la afirmación que Castelar hace en esas bellas páginas que dedica al cementerio de Pisa, y que dice: … lo que creemos inmortalidad [es] una ilusión; sólo hay de real, de seguro, la muerte; y la historia humana es una procesión de sombras que pasan como los murciélagos entre el día y la noche, para caer todas, unas tras otras, en ese abismo oscuro, vacío, insondable, que se llama la nada, atmósfera única del universo. Queda evidente que no cree en el Más Allá, no hay otra vida, no hay otro mundo. En la citada biografía del igualmente  citado poeta presenta la muerte como algo que nos va a sorprender en nuestra existencia:

Creéis que es imposible morir. Pero un día, en la primavera de la vida, en la flor de la adolescencia, empezáis por ver morir una de las personas más queridas, la joven que habéis amado, la madre de cuyo santo seno habéis recibido el calor de la vida, el amigo con quién habéis compartido vuestras alegrías. Ese contrasentido de la muerte os hiere en mitad de la frente y en mitad del corazón. Lo que más admira en presencia de un cadáver es la facilidad con que mueren los seres. Lo que más extraña es la continuación de vuestra vida, después de la desaparición de aquellas vidas sin las cuales creíais imposible respirar. Pero si no morís de pronto en esas horas supremas de las separaciones eternas, comenzáis a morir.

Como estima la pintora y escritora rusa María Bashkirtsef, una vida que acaba en la muerte está llena de amargura. Hay, además, vidas verdaderamente patéticas, en personas vulgares y en relevantes. La de ella fue en verdad dolorosa, triste, como queda reflejado en ‘Diario de mi vida’, en el que estampa las siguientes líneas: ¡Cuando pienso que vivimos una sola vez y que cada minuto nos acerca a la muerte, me siento enloquecer¡ Hizo un gran empleo de su vida, pero se truncó ésta a los a sus veinticuatro años. Previniendo que se aproximaba lo muy cercana que tenía su muerte, dada su enfermedad, quue no su edad, exclama: ¡Vivir, tener tanta ambición, sufrir, llora, combatir, y al fin… el olvido… Como si yo nunca hubiera existido ¡

Veamos su idea y/o creencia de Dios, que huelga decir, coincide con numerosos autores:

… Toda la semana he trabajado honradamente hasta las diez de la noche del sábado. He vuelto y me he puesto a llorar. Hasta ahora me he dirigido siempre a Dios, pero como no me hace el menor caso, no creo, casi.
Solamente los que han experimentado este sentimiento comprenden todo su horror. No es que quiera predicar la religión por virtud. Pero Dios es una cosa muy cómoda. Cuando no hay a quien dirigirse, cuando se carece de recursos, queda Dios. Esto no compromete a nada y no inquieta a nadie, y se tiene un consuelo supremo.
Exista o no, debe creerse absolutamente en Él, o si no ser muy feliz; entonces puede no hacer falta. Pero en el pesar, en la desgracia, en todas las cosas desagradables vale más morir que no creer.
         
Insisto en que sobre la vida y la muerte se ha escrito en clave pesimista casi en su totalidad. Incrementado el tema, paso a recordar que el actor inglés Charles Chaplin escribió este aserto: La vida ha dejado de ser un chiste para mí, no le veo la gracia. Y en cuanto al nacimiento: Algo hay tan inevitable como la muerte, y es la vida. Calderón de la Barca,  en su drama  ‘La vida es sueño’, hace decir al príncipe Segismundo que el mayor delito del hombre es haber nacido. Pero de este delito no tiene culpa ningún hombre. Uno de los aforismos morales de Séneca dice: Nadie aceptaría la vida si al tiempo de recibirla tuviese entendimiento. El susodicho Castelar y Ripoll, apud ‘Recuerdos de Italia’, escribe: Nacemos y morimos tan desgraciados, que nos parece mentira el cumplimiento de un deseo, mentira la realización de una esperanza, como si triste experiencia nos hubiera enseñado que solamente es en el mundo verdad es dolor.

Miedo a venir a la Vida no podemos tener, nada sabemos de este viaje, pero el que indefectiblemente hemos de emprender desde este Más Acá al Más Allá,  este <ser para la muerte>, de Heidegeer, es aterrador de por vida. Algún que otro autor trata de dorar la píldora, más bien eclesiásticos –en su ministerio u oficio está-, pero ya hemos visto algo de cómo hiere. No quiero dejar de poner de relieve que también en ellos hay protestas de esta vida; ahora bien, polarizadas en la humanidad, así, por ejemplo, Baltasar Gracián. También Fray Luís de Granada en ‘Guía de Pecadores’ He aquí lo que ve desde la atalaya de la atalaya:  
        
… sube tú ahora, hermano, a este mismo monte y extiende un poco los ojos por las plazas, por los palacios, por las audiencias y por las oficinas del mundo, y verás ahí tantas maneras de pecados, tantas mentiras, tantas calumnias, tantos engaños, tantos perjurios, tantos robos, tantas envidias, tantas lisonjas, tanta vanidad y, sobre todo, tanto olvido de Dios y tanto menosprecio de la propia salud, que no podrás dejar de maravillarte y quedar atónito al ver tanto mal.

Verás maltratados inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos, honrados y sublimados los malos; verás los pobres y humildes abatidos y poder más en todos los negocios el favor que la virtud.
   
Estamos hasta la coronilla hartos de ver a la llamada ‘inútil casta política’ de nuestros días conceder a sus familiares y amigos importantes cargos a dedo, y aun siendo éstos no idóneos para ocuparlos. Honrar y sublimar la maldad está a la orden del día, ver que el Gobierno condonó deudas a estafadores de Hacienda. O que el presidente del Gobierno, bajo el disfraz de oponerse a la corrupción, la encubre, así, por ejemplo, aquel ridículo exclamar de Rajoy: ‘Rita, tú eres la mejor’. Pues si es la mejor, ¿cómo será la peor? O su defensa y aliento a su amigo, protegido y hombre de su confianza, Luís Bárcenas, de lo que aún debe explicación. ¡Y este manantial que no cesa de corrupción del Partido Popular! Corrupción por robos, corrupción de todo tipo. Notorio es que el mismo partido político se halla siendo investigado y que tanto más comprometida va a ser su situación si no sigue gobernando. ¡Y que baldón para España que tras haber quedado el PP en pelotas moralmente, y visible que no cabe peor moral, continuara gobernando! Con él hemos visto lo que añade nuestro fraile dominico, que todo debe a la protección de Iñigo López de Mendoza:

Verás vendidas las leyes, despreciada la verdad, perdida la vergüenza, estragadas las artes, adulterados los oficios y corrompidos en muy gran parte los Estados.

¡Cuán visto lo tenemos en este siglo XX y lo que va del XXI!, tan magistralmente pintado por Enrique Santos Discépolo en su tango ‘Cambalache’: ‘…que el siglo XX / es un despliegue / de maldad insolente, / ya no hay quien lo niegue. […] Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, / ignorante, sabio o chorro, / generoso o estafador… / ¡Todo es igual! / ¡Nada es mejor! /Lo mismo un burro / que un gran profesor.

Verás a muchos perversos –continúa Fray Luís de Granada- y merecedores de grandes castigos, los cuales, con hurtos, con engaños y con otras malas maneras, vinieron a tener grandes riquezas, y a ser alabados y temidos de todos.

En esta situación están en primer plano hoy día los políticos, éstos eligieron la política –así lo han declarado algunos y lo han demostrado todos- para enriquecerse. ¡Menuda vocación! Desvergüenza al canto. Se asignan exorbitantes sueldos y encima roban. Y en esto de robar, sálvese el que pueda.        
           
No buena idea se desprende que tiene de este mundo Santa Teresa de Jesús al definir así nuestra existencia: La vida es una mala noche pasada en una posada. Es muy parecida a la definición de Castelar: El mundo es para el hombre una tienda de campaña levantada en un instante para albergarle un día.

Pertenecer al clero regular o al diocesano quiero recalcar- no es, ni mucho menos, garantía de honradez y de buenos sentimientos como cree el vulgo, aunque ya no tanto, y ellos se esfuerzan en aparentar. Recordemos que la Celestina era trotaconventos y, asimismo, los meapilas que existen verdaderos bichos. Por encima de la fe están las buenas obras –el Catecismo dice han de acompañar a la fe para salvarnos- , por encima de la fe la otra virtud cardinal, la caridad, que ésta radica en el Más Acá y está muy escasa, lo que generalmente se practica es devorar al semejante; a tal efecto dice José Cadalso en una de sus ‘Cartas Marruecas’, que apenas pueden llamarse hombres los que no cultivan la razón, y sólo se valen de una especie de instinto que les queda para hacer daño a todo cuanto se le presente, amigo o enemigo, débil o fuerte, inocente o culpado.

He versado algo sobre Religión, quizá un día lo haga de Filosofía para lo que también, siendo sus tres pilares Dios, el mundo y el ser, es fundamental nuestra aniquilamiento terrenal, la muerte –según Schopenhauer- es el genio inspirador, el musagetes de la filosofía… Sin ella, difícilmente se habrá filosofado. Y cuando habla de Religión empieza diciendo:

No cabe duda; el conocimiento de la muerte, la consideración del sufrimiento y de la miseria de la vida son los que dan el impulso más fuerte al pensamiento filosófico y a las interpretaciones metafísicas del mundo.
Si nuestra vida no tuviese límites ni dolores, tal vez a ningún hombre se le hubiese ocurrido la idea de preguntarse por qué existe el mundo y se encuentra constituido precisamente de esta manera; todo se comprendería por sí mismo.
Así se explica también el interés que nos inspiran los sistemas filosóficos y los religiosos.

Opina Voltaire que si Dios no existiera, sería necesario inventarlo. Quizá sí existe, quizá lo inventamos. Pero yo pienso con Pascal que: prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo.

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