¿Quién habita allá arriba, sobre las estrellas de oro? Las ondas
murmuran su sempiterno arrullo, supla el viento, vuelan las
nubes, los astros centellean fríos e indiferentes. Y, entretanto,
un pobre necio espera que se le conteste. –Enrique Heine-
Dice
Unamuno en su nivola ‘San Manuel
Bueno, mártir’ que todas las religiones son
verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que la profesan,
en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir. Unamuno era
un obseso de Dios y de la muerte. De la muerte, como tantos poetas, porque esa
postrimería tiene un gran relieve en la poesía española; en ella está enclavada
esa joya que a decir de Menéndez Pelayo ‘debiera estar escrita con letras de
oro’. Y nos referimos a la composición de Jorge Manrique a la muerte de su
padre el maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, la cual empieza así:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despiertee,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando.
Sí,
nuestro alma está dormida, y nuestro seso entumecido. Aberrantemente llegamos a
pensar en la juventud que tenemos mucho tiempo por delante hasta llegar a la
vejez. Sólo ésta tiene la experiencia de la brevedad de la vida, de la
vertiginosa velocidad del tiempo. Pudimos haber leído en nuestra juventud sobre
ello; yo, por ejemplo, en mi adolescencia leí ‘De la brevedad de la vida, de Cicerón, y otras obras al respecto,
pero rechazando imaginativamente tal idea de corta vida y de que el tiempo
vuela a velocidad supersónica. La juventud carece de buena visión para captar
estas realidades; dice Paul Sartre que siempre
se mueren los otros, y parafraseándole podemos asegurar que en la opinión
del joven únicamente son viejos los otros, su gran miopía para alcanzar a ver
que se llega a la senectud y no tardando.
En
nuestro otoño empezamos a percatarnos de que la juventud no está, por
desgracia, estancada, así lo mira Rubén Darío en su poema ‘Canción de otoño en
primavera’.
Juventud, divino tesoro,¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer.
Indefectiblemente,
todos lloramos la juventud perdida. Para el gran tribuno Emilio Castelar, en su
‘Vida de Byron’ considera que la juventud
es una grande enfermedad. Sobra el tiempo y se desperdicia. Se mira al
horizonte, se le ve dilatado, infinito,; y no se ven las sombras que lo manchan,
ni las tempestades que relampaguean por todos sus bordes. A la vida de la
familia, sustituye la amistad; a la tranquilidad, el amor; a la inocencia, las
pasiones. Cuando crecemos, cuando adelantamos en la vida, viene la serpiente a
echarnos del Paraíso. Acaso lo más aceptable de la vida sea la juventud,
cuando puede verse, y se ve, la vida bella. El filósofo por antonomasia del
pesimismo, Schopenhauer, así lo entiende al escribir las líneas siguientes:
Basta
mirar desinteresadamente a todo hombre, a toda escena de la vida, y
reproducirlos con la pluma o el pincel, para que en seguida aparezcan llenos de
interés y de atractivo, y realmente dignos de envidia. Mas si nos hallamos en
pugna con esa situación o somos ese hombre mismo, entonces, como suele decirse,
sólo podría soportarlo el diablo. Tal es el pensamiento de Goethe:
Entre
todo lo que nos apena en la vida la pintura nos place…
Cuando
yo era joven, hubo un tiempo en que me esforzaba sin cesar en representarme
todos mis actos cual si se tratase de otro; probablemente, para mejor gozar de
ellos.
Las
cosas no tienen atractivo más que en tanto que no tocan a nosotros. La vida
nunca es bella, y sólo son bellos los cuadros de la vida cuando los ilumina y refleja
el espejo de la poesía, sobre todo, en la juventud, cuando aún no sabemos que
es vivir.
Para
nuestro filósofo, el mundo es el
infierno, y los hombres se dividen en almas atormentadas y en diablos
atormentadores. Y, bueno, pues ya sabemos la pintura que a lo largo de su
obra hace de la vida.
En
opinión del filósofo danés Soren Kierkiegaard, aunque en verdad todos estamos igualmente desesperados, las personas
que estudian a vida son las que verdaderamente experimentan la desesperanza.
Quienes no estudian la vida no sienten la desesperación y se creen más
contentos.
A
la cabeza de los que se suele citar como pesimistas están: Thomas Hobbes, David
Hume, Inmanuel Kant, Federico Nietzsche, Heidegger, Juan Pablo Sartre,
Voltaire… Pero hay un incontable número escritores pesimistas. Lord Byron dice:
No soy pesimista. Soy un optimista bien
informado. Por citar un gran autor de nuestros días, lo haré de Antonio
Gala, el cual hace gala de su lucidez al afirmar que el optimismo bien podría ser una cuestión de ignorancia, que la
información que nos llega sobre el mundo exterior obliga a ser pesimista. Nada
más claro; veamos que el ignorante y de muy limitado intelecto suele ser más
alegre e incluso feliz a poco bien que tenga
La
religión es cuestión de fe. Tertuliano, escritor y doctor de la Iglesia latina sentencia::
Credo quia absurdum, creo porque es
absurdo, y se refiere a la existencia de Dios. No podemos creer en Él a través
de la razón
La Fe no deja de oscilar entre la creencia y la
duda, el poeta Amado Nervo, que define a dios como el Sublime Desconocido, expone: Y
a pesar de mi fe, cada día evidencio que detrás de la tumba ya no hay más que
silencio. El susodicho Unamuno manifiesta en su ‘Salmo II’:
Proclama:La fe que aparece inquebrantable, inconmovible, rectilínea, es hija de la ignorancia o es hija del fingimiento. El que no duda, no cree.Fe soberbia, impía,
la que no duda,
la que encadena a Dios a nuestra idea.
[…]
la vida es duda,
y la fe sin duda es sólo muerte.
Y es la muerte el sustento de la vida,
y de la fe la duda.
En
su libro ‘Mi religión y otras ensayos breves’ escribes este profundo
razonamiento:
Confieso
sinceramente que las supuestas pruebas racionales de la existencia de Dios no
me demuestran nada; que cuantas razones se quieran dar de que existe un Dios me
parecen basadas en paralogismos y peticiones de principio… Nadie ha logrado
convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no
existencia. Los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y
futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o por lo
menos creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista.
Más
adelante y concretamente en torno a la muerte expone:
El
que uno no crea que haya Dios ni que el alma sea inmortal me parece respetable;
pero el que no quiera que la haya me repugna profundamente. “Que un hombre no
crea en la otra vida, lo comprendo, ya que yo mismo no encuentro prueba alguna
de que sea, pero que se resigne a ello, y, sobre todo, que hasta no dese más
que esta y rechace la otra, eso sí que no lo comprendo”.
Pero
un tema es Dios, y otro muy distinto los feligreses y el clero, así lord Byron
dirá en su ‘Don Juan’, canto XV: Si
alguna vez Dios fue Hombre, o si alguna vez un hombre fue Dios, Jesucristo fue
uno y otro, jamás he censurado a los que en Él creen, sino el uso y el abuso
que de tl creencia se ha hecho. El mismo Unamuno no se sentía muy clerical,
que digamos, y es lógico y natural en quien conozca plus minusve, más o menos, la Historia en general, y en particular la de la Iglesia Católica, ésta tiene
demasiadas manchas y crímenes en sus anales. Él sostiene que muchos creen que es buen camino para llegar
al cielo romperle la cabeza al hereje aunque sea con el mismo crucifijo. Por
otra parte apunta que cuando uno va a misa,
la congoja espiritual viene al tener que aguantar las estupideces que está
diciendo el clérigo de turno.
San
Pablo en su Carta 1ª a los Corintios, donde hace esa bellísima definición del
amor, versión caridad, cuatro versículos después: Al presente no vemos a Dios sino como en un espejo, y bajo imágenes
oscuras, pero entonces lo veremos cara a cara. Yo no lo conozco ahora sino
imperfectamente; mas entonces lo conoceré con una visión clara, a la manera que
soy yo conocido. Retomamos el tema
de la duda y continuando en el criterio de Schopenhauer, quien, tras denostar a
la religión judía, rechaza de plano nuestra inmortalidad. En su ‘Historia de la Filosofía’ podemos leer
El elemento esencial de una religión, en
cuanto tal, consiste el la seguridad que nos da de que nuestra existencia
propiamente dicha, no se limita a nuestra vida sino que es infinita. […] La
verdadera religión judía, tal como se presenta y enseña en el Génesis y todos
los libros históricos hasta la Crónica. Es
la más grosera de todas las religiones, porque es la única que carece en
absoluto de la doctrina de la inmortalidad y de todo rasgo de ella.
Lo fundamental será si le importamos a Dios o no;
Schopenhauer lo interpreta así:
Hay
dos puntos que preocupan, no sólo a todo hombre que piensa, sino también a los
partidarios más decididos de cada religión, y en los que, por eso, residen la fuerza y el sostén de las
religiones. En primer lugar, la significación moral transcendente de nuestra conducta;
en segundo, nuestra continuidad después de la muerte. Cuando una religión ha
cuidado bien estos dos puntos, el resto es accesorio. Por eso, examinaré el
teísmo en relación con el primer punto, y después con el segundo.
Transcribo
de éste lo esencial:
Con
el teísmo, nuestra continuidad después de la muerte no se encuentra en una
postura mucho mejor que la libertad de la voluntad. Lo que ha sido creado por
otro, ha tenido un comienzo de existencia. El que ahora, después de no haber
existido un tiempo infinito, deba continuar durante toda la eternidad, es una
hipótesis excesivamente audaz. Si en mi nacimiento, vine y fui creado de la
nada, es muy probable que, en la muerte, vuelva a ser nada. Duración infinita a
parte ‘a parte post’, y nada ‘a parte ante’ no concuerdan.
Bien,
dejemos al filósofo filosofando y pasemos a la afirmación que Castelar hace en
esas bellas páginas que dedica al cementerio de Pisa, y que dice: … lo que creemos inmortalidad [es] una ilusión;
sólo hay de real, de seguro, la muerte; y la historia humana es una procesión
de sombras que pasan como los murciélagos entre el día y la noche, para caer
todas, unas tras otras, en ese abismo oscuro, vacío, insondable, que se llama
la nada, atmósfera única del universo. Queda evidente que no cree en el Más
Allá, no hay otra vida, no hay otro mundo. En la citada biografía del
igualmente citado poeta presenta la
muerte como algo que nos va a sorprender en nuestra existencia:
Creéis
que es imposible morir. Pero un día, en la primavera de la vida, en la flor de
la adolescencia, empezáis por ver morir una de las personas más queridas, la
joven que habéis amado, la madre de cuyo santo seno habéis recibido el calor de
la vida, el amigo con quién habéis compartido vuestras alegrías. Ese
contrasentido de la muerte os hiere en mitad de la frente y en mitad del
corazón. Lo que más admira en presencia de un cadáver es la facilidad con que
mueren los seres. Lo que más extraña es la continuación de vuestra vida,
después de la desaparición de aquellas vidas sin las cuales creíais imposible respirar.
Pero si no morís de pronto en esas horas supremas de las separaciones eternas,
comenzáis a morir.
Como
estima la pintora y escritora rusa María Bashkirtsef, una vida que acaba en la
muerte está llena de amargura. Hay, además, vidas verdaderamente patéticas, en
personas vulgares y en relevantes. La de ella fue en verdad dolorosa, triste,
como queda reflejado en ‘Diario de mi vida’, en el que estampa las siguientes
líneas: ¡Cuando pienso que vivimos una
sola vez y que cada minuto nos acerca a la muerte, me siento enloquecer¡ Hizo
un gran empleo de su vida, pero se truncó ésta a los a sus veinticuatro años.
Previniendo que se aproximaba lo muy cercana que tenía su muerte, dada su
enfermedad, quue no su edad, exclama: ¡Vivir,
tener tanta ambición, sufrir, llora, combatir, y al fin… el olvido… Como si yo
nunca hubiera existido ¡
Veamos
su idea y/o creencia de Dios, que huelga decir, coincide con numerosos autores:
…
Toda la semana he trabajado honradamente hasta las diez de la noche del sábado.
He vuelto y me he puesto a llorar. Hasta ahora me he dirigido siempre a Dios,
pero como no me hace el menor caso, no creo, casi.
Solamente
los que han experimentado este sentimiento comprenden todo su horror. No es que
quiera predicar la religión por virtud. Pero Dios es una cosa muy cómoda.
Cuando no hay a quien dirigirse, cuando se carece de recursos, queda Dios. Esto
no compromete a nada y no inquieta a nadie, y se tiene un consuelo supremo.
Exista
o no, debe creerse absolutamente en Él,
o si no ser muy feliz; entonces puede no hacer falta. Pero en el pesar, en la
desgracia, en todas las cosas desagradables vale más morir que no creer.
Insisto
en que sobre la vida y la muerte se ha escrito en clave pesimista casi en su
totalidad. Incrementado el tema, paso a recordar que el actor inglés Charles
Chaplin escribió este aserto: La vida ha
dejado de ser un chiste para mí, no le veo la gracia. Y en cuanto al
nacimiento: Algo hay tan inevitable como
la muerte, y es la vida. Calderón de la Barca, en
su drama ‘La vida es sueño’, hace decir
al príncipe Segismundo que el mayor delito del hombre es haber nacido. Pero de
este delito no tiene culpa ningún hombre. Uno de los aforismos morales de
Séneca dice: Nadie aceptaría la vida si
al tiempo de recibirla tuviese entendimiento. El susodicho Castelar y
Ripoll, apud ‘Recuerdos de Italia’, escribe: Nacemos y morimos tan desgraciados, que nos parece mentira el
cumplimiento de un deseo, mentira la realización de una esperanza, como si
triste experiencia nos hubiera enseñado que solamente es en el mundo verdad es
dolor.
Miedo
a venir a la Vida
no podemos tener, nada sabemos de este viaje, pero el que indefectiblemente
hemos de emprender desde este Más Acá al Más Allá, este <ser para la muerte>, de Heidegeer, es aterrador de por vida. Algún que otro autor trata de dorar la
píldora, más bien eclesiásticos –en su ministerio u oficio está-, pero ya hemos
visto algo de cómo hiere. No quiero dejar de poner de relieve que también en
ellos hay protestas de esta vida; ahora bien, polarizadas en la humanidad, así,
por ejemplo, Baltasar Gracián. También Fray Luís de Granada en ‘Guía de
Pecadores’ He aquí lo que ve desde la atalaya de la atalaya:
…
sube tú ahora, hermano, a este mismo monte y extiende un poco los ojos por las
plazas, por los palacios, por las audiencias y por las oficinas del mundo, y
verás ahí tantas maneras de pecados, tantas mentiras, tantas calumnias, tantos
engaños, tantos perjurios, tantos robos, tantas envidias, tantas lisonjas,
tanta vanidad y, sobre todo, tanto olvido de Dios y tanto menosprecio de la
propia salud, que no podrás dejar de maravillarte y quedar atónito al ver tanto
mal.
Verás
maltratados inocentes, perdonados los culpados, menospreciados los buenos,
honrados y sublimados los malos; verás los pobres y humildes abatidos y poder
más en todos los negocios el favor que la virtud.
Estamos
hasta la coronilla hartos de ver a la llamada ‘inútil casta política’ de
nuestros días conceder a sus familiares y amigos importantes cargos a dedo, y
aun siendo éstos no idóneos para ocuparlos. Honrar y sublimar la maldad está a
la orden del día, ver que el Gobierno condonó deudas a estafadores de Hacienda.
O que el presidente del Gobierno, bajo el disfraz de oponerse a la corrupción,
la encubre, así, por ejemplo, aquel ridículo exclamar de Rajoy: ‘Rita, tú eres
la mejor’. Pues si es la mejor, ¿cómo será la peor? O su defensa y aliento a su
amigo, protegido y hombre de su confianza, Luís Bárcenas, de lo que aún debe
explicación. ¡Y este manantial que no cesa de corrupción del Partido Popular!
Corrupción por robos, corrupción de todo tipo. Notorio es que el mismo partido
político se halla siendo investigado y que tanto más comprometida va a ser su
situación si no sigue gobernando. ¡Y que baldón para España que tras haber
quedado el PP en pelotas moralmente, y visible que no cabe peor moral,
continuara gobernando! Con él hemos visto lo que añade nuestro fraile dominico,
que todo debe a la protección de Iñigo López de Mendoza:
Verás
vendidas las leyes, despreciada la verdad, perdida la vergüenza, estragadas las
artes, adulterados los oficios y corrompidos en muy gran parte los Estados.
¡Cuán
visto lo tenemos en este siglo XX y lo que va del XXI!, tan magistralmente
pintado por Enrique Santos Discépolo en su tango ‘Cambalache’: ‘…que el siglo XX / es un despliegue / de
maldad insolente, / ya no hay quien lo niegue. […] Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, / ignorante,
sabio o chorro, / generoso o estafador… / ¡Todo es igual! / ¡Nada es mejor! /Lo
mismo un burro / que un gran profesor.
Verás
a muchos perversos –continúa Fray
Luís de Granada- y merecedores de grandes
castigos, los cuales, con hurtos, con engaños y con otras malas maneras,
vinieron a tener grandes riquezas, y a ser alabados y temidos de todos.
En
esta situación están en primer plano hoy día los políticos, éstos eligieron la
política –así lo han declarado algunos y lo han demostrado todos- para
enriquecerse. ¡Menuda vocación! Desvergüenza al canto. Se asignan exorbitantes
sueldos y encima roban. Y en esto de robar, sálvese el que pueda.
No
buena idea se desprende que tiene de este mundo Santa Teresa de Jesús al
definir así nuestra existencia: La vida
es una mala noche pasada en una posada. Es muy parecida a la definición de
Castelar: El mundo es para el hombre una
tienda de campaña levantada en un instante para albergarle un día.
Pertenecer
al clero regular o al diocesano quiero recalcar- no es, ni mucho menos,
garantía de honradez y de buenos sentimientos como cree el vulgo, aunque ya no
tanto, y ellos se esfuerzan en aparentar. Recordemos que la Celestina era
trotaconventos y, asimismo, los meapilas que existen verdaderos bichos. Por
encima de la fe están las buenas obras –el Catecismo dice han de acompañar a la
fe para salvarnos- , por encima de la fe la otra virtud cardinal, la caridad,
que ésta radica en el Más Acá y está muy escasa, lo que generalmente se practica
es devorar al semejante; a tal efecto dice José Cadalso en una de sus ‘Cartas
Marruecas’, que apenas pueden llamarse
hombres los que no cultivan la razón, y sólo se valen de una especie de
instinto que les queda para hacer daño a todo cuanto se le presente, amigo o
enemigo, débil o fuerte, inocente o culpado.
He
versado algo sobre Religión, quizá un día lo haga de Filosofía para lo que
también, siendo sus tres pilares Dios, el mundo y el ser, es fundamental
nuestra aniquilamiento terrenal, la
muerte –según Schopenhauer- es el
genio inspirador, el musagetes de la filosofía… Sin ella, difícilmente se habrá
filosofado. Y cuando habla de Religión empieza diciendo:
No
cabe duda; el conocimiento de la muerte, la consideración del sufrimiento y de
la miseria de la vida son los que dan el impulso más fuerte al pensamiento
filosófico y a las interpretaciones metafísicas del mundo.
Si
nuestra vida no tuviese límites ni dolores, tal vez a ningún hombre se le
hubiese ocurrido la idea de preguntarse por qué existe el mundo y se encuentra
constituido precisamente de esta manera; todo se comprendería por sí mismo.
Así
se explica también el interés que nos inspiran los sistemas filosóficos y los
religiosos.
Opina
Voltaire que si Dios no existiera, sería
necesario inventarlo. Quizá sí existe, quizá lo inventamos. Pero yo pienso
con Pascal que: prefiero equivocarme
creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que
existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me
hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar
cuenta de mi actitud de rechazo.
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