miércoles, 11 de diciembre de 2013

Juana I de Castilla, la reina propietaria que nunca reinó (I)

Juana de Castilla, denominada "La loca"

Juana de Trastamara y Trastamara nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479 y falleció en Tordesillas (Valladolid) el 12 de abril de 1555 a la edad, pues, de 75 años. Es el tercer vástago de Fernando de Trastamara Enríquez y de Isabel de Trastara Avis, los Reyes Católicos por la gracia del papa valenciano Alejandro Borja, otorgada a Fernando en un quid pro quo. Dicen que físicamente tenía gran parecido con su abuela paterna, Juana Enríquez, y que por ello su padre la llamaba jocosamente "mi madre", e Isabel "mi suegra". No sé si Isabel llegó a entender y dirigir a su hija; según su destacado biógrafo -en extensión de biografía de las múltiples existentes sobre Isabel la Católica- Tarsicio Azcona, nunca llegó a entender y dirigir". Lo que está claro es que siempre fue dirigida, primero por su marido, luego por su padre, posteriormente por su hijo Carlos.


Política matrimonial de los Reyes Católicos.

Lograron en principio las bodas que desearon para sus hijos, pero no alcanzaron, ni mucho menos la perspectiva deseada mediante las mismas. Como padres hubieron de sufrir mucho con los hijos; parece que la providencia les castigaba por lo que sin duda sufrirían Enrique IV y Juana de Portugal al ver cómo pretendían arrebatar la corona a su marido y, el día de mañana, a su hija -"su" de ambos-.

Casaron a Isabel con el príncipe heredero de Portugal, hijo de Juan II. Isabel y Alfonso celebraron su boda en Estremoz  el 3 de diciembre de 1490, y sólo dura el matrimonio hasta el 13 de julio de 1491 en que él muere de una caída de caballo. Ella vuelve a España y hace papel de viuda ejemplar, de su dolor por la muerte del amado esposo, cortándose su bella cabellera rubia y vistiendo una jerga. Solicita a sus padres permiso para meterse monja, pero ellos quieren  casarla con el rey de Portugal Manuel I, primo del primer marido. No deseaba otro camino ella que el de la religión pero  al final muy presionada por sus padres hubo de ceder a casarse con él. El 13 de septiembre de 1497 parte de Medina del Campo, acompañada de sus padres, hacia Valencia de Alcántara y el 30 se celebró la boda. El 6 de octubre de este año muere el infante Juan, príncipe de Asturias. Isabel se convierte por segunda vez en Princesa de Asturias.  Con este motivo vino a España, acompañada de su marido, convocados por los Reyes Católicos  al monasterio de Guadalupe el 7 de abril de 1498. En tal ocasión se hallaba embarazada de cinco meses, y el 23 de agosto a dio a luz en Zaragoza un niño al que pusieron por nombre Miguel de la Paz. Una hora después del nacimiento Isabel, Reina de Portugal y Princesa de Asturias, moría.

Esta primera hija de los Reyes Católicos en la que tan arraigada estaba la fe cristiana, impuso para casarse en segundas nupcias que en Portugal se expulsara a los judíos. Vaciló el rey, dado que eran hombre de conocimientos y, por otra parte, representaban para la corona servicios financieros, pero accedió. Otro error e injusticia como el de su madre respecto a España.

El príncipe Juan nació en los Alcáceres de Sevilla el 30 de junio de 1478. A los 19 años se casó en la catedral de Burgos con la archiduquesa Margarita de Austria, hija de Maximiliano de Habsburgo y de su esposa la duquesa María de Borgoña. Sólo disfrutaron del matrimonio seis meses, pues el 4 de octubre murió en Salamanca. Su sepulcro se encuentra en el Monasterio de Santo Tomás, Ávila, y tiene el epitafio siguiente:

Juan, Príncipe de las Españas, de virtudes y ciencia lleno, verdadero cristiano, muy amado de sus padres y de su patria, en pocos años realizó muchas obras buenas con prudencia y virtud. Descansa en este túmulo mandado hacer por su óptimo y padre Fernando, rey invicto y defensor dela Iglesia. Su madre, la Reina Isabel, purísima y depósito de todas las virtudes, mandó por testamento se hicie lugar de intentar se tal. Vivió diecinueve años y murió en 1407.

Pero ha mucho tiempo que a saber dónde están sus restos; el mausoleo fue violado. Margarita había estado prometida al que fue Carlos VIII de Francia, que se casó con otra; también hubo un segundo fracaso de boda. Con el Príncipe Don Juan  a la tercera fue la vencida, pero en la travesía de Flandes a España estuvo en peligro de naufragar el barco en que venía a Santander. En tal peligro, ella serena escribió este auto-epitafio: Llorad, amores, llorad / por Margarita la bella, / que tres veces desposada, / hubo de morir doncella. Arribó al fin a dicho puerto de destino y los novios se encontraron en el valle de Toranzó.

Nuera de los Reyes Católicos


Juana casó con el hermano de su cuñada Margarita, que, por el contrario de ella, no era formal ni sensato. Cuando llega a Holanda, él no está esperándola, tardan más de un mes en encontrarse, Juana recorre Bergen, Amberes..., al fin en Lila se reúnen y se casan. Es 12 de octubre, la boda estaba fijada parados fechas después pero la llamada de la carne... Según el mejor biógrafo de Juana I y de su época, Ludwig Pfandl, que será nuestro mejor guía:

A la primera mirada -comenta el hispanista alemán Ludwig Pfandl- se encendió el apetito genésico de los dos jóvenes (ella tenía dieciséis años y el dieciocho), con tal fogosidad que no esperaron al casamiento fijado para dos días después, sino que mandaron traer el primer sacerdote que se encontrara para que les diese la bendición y poder consumar el matrimonio aquella misma tarde.

Es de suponer que la impaciencia partiría de Felipe, mujeriego empedernido. ¿Era físicamente bello? El apelativo que le ha dado la Historia dista bastante de la realidad; Vallejo-Nágera, en "Locos egregios", incluye el estudio psiquiátrico de doña Juana de Castilla y de Aragón, y en cuanto a la belleza de Felipe de escribe:

La segunda reflexión que nos trae la iconografía de doña Juana, la contemporánea, es la de la injusticia comparativa que con el apelativo de "El Hermoso" a su marido, se le hace a ella, como si no lo fuese. De los dos, la más guapa era doña Juana. Interesante y melancólica belleza, que se plasma con enigmático distanciamiento (a lo Mona Lisa) en el retrato de la col.
Sería hermoso, pero no de bella fisonomía
Veamos en que  estriba para nuestro médico e historiador la hermosura de Felipe I de España.

La "hermosura" de don Felipe debió de ser como la de tantos personajes encumbrados, de tipo dinámico: excelente bailarín, jinete y justeador, se prestaba a un cierto lucimiento al que su adorno hecho por los mejores sastres, joyeros y artífices de armaduras, colocado todo en el pedestal de su alcurnia y poderío dio aureola, que, una vez calificada de "hermosura", no dejó posible resquicio a la valoración objetiva en este terreno por sus contemporáneos, entre los que estaba su esposa.

¿Cómo era la prosopografía de doña Juana? Expone Carlos Fisas, en "Historia de reyes y reinas", que no era hermosa, pero, según los retratos de Juan de Flandes, tenía un rostro ovalado muy fino, ojos bonitos y un poco rasgados; el cabello fino y castaño, lo que le hacía muy atractiva.

María, nacida en Córdoba en 1482, contrajo matrimonio con el viudo de su hermana, Manuel de Portugal el Afortunado; tuvieron diez hijos, entre ellos la emperatriz Isabel esposa de Carlos V. Pese a su fecundidad, murió de sobreparto en 1517.

Catalina, natural de Alcalá de Henares (1485) contrajo matrimonio con el príncipe Arturo de Gales, que murió pocos meses después de la boda. Transcurridos siete años se desposó con el hermano de su difunto marido, que se convirtió en Enrique VIII, y fue una "reina triste" entre las tristes reinas en general. Es la madre de María Tudor, segunda esposa de Felipe II. El papa Clemente VII no concedió al monarca inglés el divorcio con su esposa, por lo que éste reaccionó erigiéndose cabeza de la Iglesia de Inglaterra, y así pudo contraer segundo matrimonio con Ana Bolona, con todo el drama que de ello se derivó. Su primera mujer al menos, y por respeto al sobrino de ésta, el emperador Carlos V, murió de muerte natural a los 50 años de edad en el castillo de Kimbolton -7 de enero de 1536-, siendo sepultada en la Abadía Peterborough. A las restantes esposas, en número de siete, en seguida las cambiaba y alguna -Ana Bolena y Catalina Howard- fue decapitada. Según el P. Florez de Setien, en sus "Memorias de la reinas católicas", La reina doña Catalina falleció en enero de 1535 (según algunos por veneno), después de los disgustos tan graves y ruidosos como fueron los de Enrique VIII.


Como vemos, la parca Atropos desvió tremendamente el planteamiento político de los Reyes Católicos en cuanto al matrimonio de sus hijos. En primer lugar con el fallecimiento del único varón. Es muerte que generalmente los historiadores han lamentaron, a excepción del citado Ludwig Pfandl -biografía básica de "Juana la Loca" en que bebe todo biógrafo de esta desventurada reina-, quien escribe:

No es posible decidir si la temprana muerte de este príncipe fue una desdicha o una ventura para España. Si nos atenemos al juicio de Jerónimo Münzer, que lo conoció cuando tenía diecisiete años, casi podemos asegurar lo segundo, pues este heredero del trono era tartamudo y todavía no tenía bastante expedita la lengua para hablar con soltura. Este defecto, junto con el del labio inferior, que le colgaba de manera no natural, la forma misteriosa de su fallecimiento y la escasa viabilidad del niño engendrado por él, permiten suponer que en su espíritu y en su cuerpo no funcionaba todo en orden.

Básico viraje de la trayectoria política lo constituyen también las muertes que siguieron y que así considera el citado biógrafo:

Con la muerte de don Juan murió también, por decirlo así, el último sucesor del trono de esta dinastía española. En efecto, su esposa dio a luz, en el segundo mes de su viudez un niño que, apenas nacido, se despidió de este mundo. La hermana mayor de don Juan [lo vimos en su lugar] esperaba, por esta desgracia, una hermosa herencia, que hubiera sido también para Portugal, cuya reina era. Pero también ella rindió tempranamente tributo a la muerte, en agosto de 1498. El derecho de sucesión recayó, por este motivo, en su único hijo, el pequeño infante Miguel. Mas también éste murió tempranamente a la tierna edad de veintidós meses, en julio de 1500. [...]  Parece como si la muerte hubiera querido abrir violentamente paso a una dinastía extranjera.


Conflictiva sucesión al trono. 

Se hizo necesario que los duques de Borgoña (título que ostentaban Felipe y Juana antes de ser reyes de Castilla) vinieran a Castilla para su reconocimiento como herederos. Lo efectuaron en 1502, y el 22 de mayo d dicho año tuvo lugar la ceremonia en Toledo. Cinco meses después, concretamente el 27 de octubre, las Cortes de Aragón, reunidas en Zaragoza, les juran como herederos del reino. "El Hermoso", un tanto desagradecido y carente de elegancia ética, toma en 1503 la decisión de regresar a Flandes, aunque quede en Castilla su esposa embarazada. Juana siente añoranza y celos de él, celos fundamentados por cuanto le fue infiel desde el principio del matrimonio. En el ambiente moral de absoluta laxitud en que se había criado y entregado a la lujuria, no concebía Felipe la rebeldía de Juana ante sus continuas infidelidades. Obviamente tampoco quiso nunca darse por enterado, ver el contraste en este aspecto entre Castilla y su país. La desavenencia conyugal dio lugar, obviamente, a la enemistad entre Felipe y sus suegros.

Permanece Juana con sus padres hasta 1504, año en que muere su madre el 26 de noviembre, y a la que ocasionó, pese a encontrarse muy enferma, enormes disgustos con sus despropósitos y anhelante deseo de estar junto a su esposo, cuya marcha desde el primer día le fue desgarradora.

Las relaciones de Felipe con Fernando fueron malas, sobre todo, desde que éste desautorizó las concesiones que Felipe hizo a los flamencos al negociar el Tratado de Lyon (1503). No obstante, al morir la reina proclamará a los duques de Borgoña, y él se erige regente mientras ellos estuvieran en Flandes. No deja de significarse que doña Juana ya había enloquecido debido a los celos padecidos por la conducta de visible infidelidad de su amado esposo, cuyo amor no era recíproco. Por la Concordia de Salamanca se establece para Castilla un gobierno tripartito con Fernando, Felipe y Juana, a lo que Felipe se opone y, en consecuencia, hizo acto de presencia en La Coruña con un ejército alemán y agrupó al mismo los nobles descontentos desde la usurpación de la corona a Juana la Beltraneja. El 27 de junio en el encuentro en Villafáfila (Zamora), aquí Fernando, en Benavente (Valladolid) Felipe, se verificó mediante el arzobispo de Toledo, un documento.

El documento es leonino por demás, le exige el yerno que reconozca la regencia de Castilla en doña Juana y don Felipe, reservándose únicamente las rentas señaladas por el testamento de la reina Isabel juntamente con la administración de los maestrazgos de las órdenes militares. Declarar la incapacidad de doña Juana y, por consiguiente, que quedaba a cargo de don Felipe regir el reino. Por si ello fuera poco, continuaba el escrito obligándole a que en el caso de que doña Juana intentara entremeterse en el gobierno, sola o apoyada por alguien, se obligaban los dos reyes a impedirlo ayudándose mutuamente. Para salir al encuentro de esta última cláusula formula Fernando un protesta previa semisecreta ante tres testigos: mícer Tomás de Malferit, regente de la chancillería de Aragón, mosén Juan Cabrero, su camarero, y el secretario Miguel Pérez de Almazán, en la cual se hacía constar que iba a firmar la concordia contra su voluntad y sólo para salir de la peligrosa situación en que se hallaba, pero que su ánimo y resolución era rescatar del cautiverio a su hija y recobrar la administración del reino tan pronto pudiese.

El rey, para evitar la guerra, se retira como regente de Castilla. Seguidamente Felipe se dirige a Valladolid para ser coronado, pero algunos nobles y la negativa de los procuradores le obligan a hacer la entrada en la ciudad junto a su mujer. Trató con ahínco de que las Cortes de Castilla incapacitaran a su mujer, y, así, poder asumir legítimamente la Corona de Castilla. Obtuvo firme negativa. Entonces concibe la idea de encerrarla en un castillo, y Juana lo sospecha, es el caso que nos refiere Pedro Mártir de Anglería:

Cuando en la aldea por nombre Cójeces, en campo abierto se detuvo la Reina Juana, montando a caballo, entró en sospechas de que la dejaran encerrada en el castillo de aquella pequeña villa, que era muy seguro; porque estaba plenamente convencida, bien por su estado mental, bien por las indicaciones de algún delator, de que su marido y los consejeros, a los que profundamente odiaba, la iban a encerar en un castillo.

Pasó la noche en el poblado y

Pasó, por tanto -añade Mártir de Anglería-, la noche entera a caballo, sin que los ruegos ni las amenazas pudieran inducirla a penetrar en la aldea. 

Felipe estaba aferrado a la idea de eliminar a su esposa como reina, a pesar de que "gobernaba a su antojo, proveyendo los destinos públicos en sus cortesanos flamencos, lo cual era contra la ley, y dejando a la nobleza recuperar sus antiguos privilegios". No consiguió la pretendida reclusión; el almirante y el conde de Benavente se opusieron y visitándola en el castillo de Villa Mucientes, donde se encontraba con su marido, acompañada cuando llegaron, de Garcilaso y del arzobispo Cisneros, comprobaron no había motivo para ello y, según un escrupuloso historiador, "dijéronle con mucha valentía al rey su esposo que se mirase bien en eso de recluirla, ni apartarla siquiera un instante de su lado, pues se llevaría muy a mal en el reino, y siempre que los grandes se alterasen o descontentasen, pedirían la liberta de su reina". Felipe desistió en lo de la reclusión y se determinó a llevarla consigo a Valladolid.

Había quedado quebrantada la disposición testamentaria de Isabel la Católica. El tesorero de doña Juana, Matín de Móxica, llevó un diario, que se ha perdido, en el que anota los sucesos de cada día y las anormalidades, cada vez mayores, de ella, y lo envía a los Reyes Católicos. El efecto que produjo nos lo podemos imaginar cuando la reina Isabel, tres años antes de su muerte, modificara su testamento indicando que si su querida y amada hija, aun estando en España, no quisiera o no pudiera desempeñar las funciones de gobierno, el rey Fernando debe reinar, gobernar y administrar en su nombre hasta que su nieto Carlos fuera mayor de edad. Nombró como testamentarios a Cisneros, Fonseca, Juan Velázquez, Fray Diego de Deza y Juan López de Zárraga, mas ya hemos visto cómo Felipe de Habsburgo eliminó políticamente a su suegro y en modo alguno con anuencia de Juana, que prefería gobernara su padre.

El 17 de septiembre, y tras de esa noche toledana, llega el matrimonio a Burgos, se alojan en la Casa del Cordón, que es propiedad de los Velasco. Se ausentaron para evitar relación de la reina con la duquesa de Frías, hija ilegítima del Rey Católico. Felipe tras jugar a la pelota bebió gran cantidad de agua muy fría, cayendo en cama para ya no levantarse; padece alta fiebre. Se certificó neumonía infecciosa, epidemia existente en Castilla desde 1502. La reina se hace instalar una cama a su lado y estuvo sin separarse de él un solo instante, cuidándole abnegadamente, hasta su muerte el 25 de septiembre de 1506.


Efecto que causa la muerte de Felipe el Hermoso.

Nos le detalla Ludwig Pfandl de esta manera:

Entre los españoles no despertó sentimiento alguno de especial aflicción la repentina muerte de Felipe el Hermoso. Nunca fueron verdaderos amigos del extranjero, que además no se recataba en manifestar su desafecto a las cosas de España. Sobre todo no podían olvidar la prisa que se había dado, en su primer viaje a España, para abandonar el país. Para ellos, Felipe era apto tan sólo para el papel de príncipe consorte, cuyo cometido era sencillamente el de propagación de la dinastía. [...]

De manera muy diferente pensaban los extranjeros que vinieron a España en el séquito de Felipe el Hermoso. Para ellos, la reina Juana era como la furia infernal, culpable de la muerte del noble príncipe [...]  Lo cierto es que ella, la presunta culpable, recibió este inesperado golpe con aterradora pesadumbre. La desventurada psicópata amó con indecible ardor y vehemencia a su marido, muy hermoso y demasiado libre. Pero los devaneos de él despertaron en la vida espiritual de ella, ya enferma, al lado del amor, un sentimiento de odio de mala especie. 


Matrimonios presididos por la infidelidad conyugal, pero con distinta reacción.

Establece este hispanista seguidamente comparación entre madre e hija, ambas engañadas constantemente por sus respectivos maridos, pero mientras la primera afronta estas borrascas resignadamente y procurando no afloren al exterior, cubrir las formas, no así la segunda:

En Juana, y acaso en esto estriba precisamente su anormalidad, perduran juntos el amor y el odio con igual violencia. Quiere amargar hasta lo sumo la vida al hombre en cuyo amor se consumía. Quiere rebajarlo ante todo el mundo en Flandes, en Inglaterra y en España. No quiere que él gobierne en Castilla; ella misma renuncia a la herencia y se impone el estigma de extranjera. [...] Sólo en un punto se muestra complaciente, y éste es el tálamo nupcial. Allí no conoce odio ni deseo de represalia; allí es solamente una sierva sumisa del amor. La muerte de su codiciado esposo la hirió por eso de tal manera, que en lo sucesivo fue su vida una desdicha infinita. 

Desdichada fue en su matrimonio y en su viudez.   
                                                       

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