Me gusta ir a los sitios lejanos y remotos, pero como Madrid, nada.
- Eugenia Martínez de Irujo -
Por el motivo que fuere, la vida en un pueblo es siempre a fortiori, quien puede evadirse de él -por grande que sea, y Santa María de Nieva (Segovia) no lo es- lo realiza con inmensa alegría para ir a la capital de provincia o cualquier otra, no digamos si se trata de Madrid. Claro está que el nativo se aclimata mejor al medio rural que el de ciudad de provincia. Muy a duras penas el de una megalópolis va a parar a un pueblo, hablo por praxis, siendo de Madrid y habiendo tenido que residir equis años, aunque alternativamente, en el mencionado pueblo segoviano, creo con Fernando Fernán Gómez que 'los pueblos y las bicicletas son para el verano' No le demos vueltas, la vida en un pueblo es incómoda, tediosa e intelectualmente asfixiante.
Yo no trato de despreciar al del pueblo, el hecho de nacer en él nada tiene que ver con la inteligencia, honestidad y sentimientos. inteligente,, talentosos, superdotados o corto, obtuso, torpe, zote, hay en todas partes, así como honrados rectos, íntegros, o, por el contrario, sinvergüenza, inmoral, canalla. Y en cuanto a sentimientos, buenas personas o de malas entrañas.No comprendo, esto sí, al protagonista de 'El amor a la tierrruca', de José María de Pereda, ese no querer salir de su lagarejo. De pueblo era Quevedo y cuando fue arbitrariamente preso -aquellas detenciones de monarquía absolutista llamadas 'orden reservada', y llevado al convento Real de San Marcos, en León, escribió:
Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos, pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos. / Si no siempre entendidos, siempre abiertos, /o entiendan o fecundan mis asuntos / y en músicos callados contrapuntos / / al sueño de la vida hablan despiertos, / Las grandes almas que la muerte ausenta. /de injurias de los años vengadora/ libra o gran don Iosetph, docta la imprenta. / En furia irrevocable huye la hora; / pero aquella el mejor cálculo quenta / que en la lección y estudios nos mejora.
Él estaba habituado a la Corte, a ella se habitúa en seguida cualquiera que la pise, aunque en otro aspecto quepa aquello de 'tú has entrado en Madrid, pero Madrid no entra en ti'.
Nuestro gran novelista Pérez Galdós si ve contraproducente el nacer en pueblos, de tal manera manifiesta: 'Se ha declamado mucho contra el positivismo de las ciudades, plaga que entre las galas y el esplendor de la cultura, corroe los cimientos morales de la sociedad; pero hay una plaga más terrible, y es el positivismo de las aldeas, que petrifica millones de seres, matando en ellos toda ambición noble y encerrándoles en el círculo de una existencia mecánica, brutal y tenebrosa'. Muchos son los autores que detestan de los pueblos y sus gentes, sin ir más lejos su compañera y pareja, Emilia Pardo Bazán, asegura: 'La aldea cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece'.
Balisa, núcleo urbano de Santa María de Nieva (Segovia) |
Veamos algunas muestras más: Otro gran novelista del siglo XIX, es Juan Valera, quien en su más célebre novela 'Pepita Jiménez' pinta así: 'Aquí, como en todas partes, la gente es muy aficionada al dinero, y digo mal como en todas parte; en las ciudades populosas en los grandes centros de civilización,, hay otras distinciones que se ambicionan tanto o más que el dinero , porque abren camino y dan crédito y consideración en el mundo; pero en los pueblos pequeños, donde ni la gloria literaria o científica ni tal vez la distinción en los modales, ni la elegancia ni la discreción y amenidad en el trato, suelen estimarse ni comprenderse, no hay otros grados que marquen la jerarquía social sino el tener más o menos dinero o cosa que lo valga'.
Desagradable es también en los pueblos el ser controlado por el convecino, 'lo malo de vivir en un pueblo pequeño es que todos creen conocerte,pero lo peor es que de verdad te conocen', como dice Luís de Amezaga en su libro 'Aforismos sin espina'. Y, bueno, otro escritor afirma tajantemente: 'La gente de los pueblos no es buena, es envidiosa, rencorosa, resentida'. Lo incuestionable es que el cotilleo es su alimento mental.
En los pueblos todo es negatividad con referencia a la vida material, numerosas son las carencias también en este aspecto, por lo que aún sigue siendo necesario trasladarse a la capital de la provincia con la mayor frecuencia que a cada cual le sea posible, y ello por razón principal de compras, ya que el comercio del lugar se reduce a lo de primaria necesidad: las viandas. Pero 'no solo de pan vive el hombre', también necesita ropa y diversos utensilios, sin excluir libros para quien persona de ellos sea.
Ante la evidencia del sacrificio que supone vivir en un pueblo, me quedé estupefacto al leer la exposición de una señora que arribó en Santa María al asegurar que en este pueblo había encontrado alta calidad de vida. Se trata de un imposible , en los pueblos, repito y nunca se repetirá lo bastante, no hay calidad de vida ni mediana, se vive con innúmeros sacrificios como dejo presentado. Y para sufrir mayor alucinación ver que procedía de Madrid. Quizá sería porque Santa María tiene más teatros. Hay que preguntarse qué entiende tal persona por calidad de vida; no se haya de acuerdo por supuesto con la RAE, cuyo diccionario la define así: 'conjunto de condiciones que contribuyen a hacer la vida agradable, digna y valiosa. Ya hemos visto que en ningún orden lo es pueblo alguno., en ellos no se vive, se vegeta.
Otra cosa es que pueda ser digna y valiosa, cual así resulta la del labrador -precisamente un labrador llegaría a ser patrón de Madrid-, de su trabajo le dice la Biblia que no ha de quejarse por penoso que sea.y en distintos pasajes trata de ellos. Isidro X X tuvo la suerte de ser labrador en Madrid, algo que desearían la casi totalidad de su colegas Los primeros oficios fueron el de pastor -Abel- y el de labrador -Caín-
La agricultura ya quedó muy atrás de ser la básica fuente de la economía, no se da la la circunstancia que apunta León Tolstói en Ana Karenina: 'La riqueza de un país debe aumentar de modo uniforme, y de tanta manera que otras fuentes de riqueza no sobrepasen a la agricultura'. Ésta es en cualquier caso de absoluta necesidad como nos dice este agricultor:
En mí opinión tiene mucho de sacrificada, heroica, la vida del labrador, empezando por estar anclada en un pueblo. Al campo acude, y no para pasear, para trabajar el ingeniero agrícola, y el perito, mas éstos esporádicamente, por tanto no tienen que residir en el pueblo. Aunque como ya he dicho, no sean tan duras como antaño las faenas agrícolas, hoy como ayer obligan a vivir en un pueblo. Antes había labranza en ciertas ciudades, lo que fue devorado por el crecimiento de las mismas.
Solo gusto de lo bucólico en literatura, pero no idealizo el campo y que me perdone nuestro Fray Luís de León. Para mí, no es descansada vida la del campo,sino lo que ya he dicho. Con ello no es que lo excluya radicalmente, admito el ir de campo y aun pasar algunos en un pueblo, pero... ¡vivir en él! Como mucho, compartirlo con la ciudad En y por todo estoy de acuerdo con el poema de Bretón de los Herreros titulado 'Madrid y el campo'. Encuentra linda la pradera (de san Isidro) un día de primavera
pero, en definitiva, se inclina por la comodidad de Madrid. Termina su composición así: 'Buen provecho a los secuaces/ de placeres montaraces; / mas yo a la Corte me atengo; / que es bello el campo convengo, / delicioso, encantador... / pero Madrid es mejor'.
Retomando en esta mirada echada a los pueblos lo que expuse referente a la higiene he de recordar que hasta después de la guerra civil, hacia mediados del siglo pasado, no tuvieron agua en sus casas, había que ir con cántaros al grifo. Consecuentemente faltaba la debida higiene. Madrid ya hacia mucho tiempo que había pasado del 'agua va' -excrementos arrojados desde el balcón a la calle-; si bien es cierto que el cuarto de baño se fue implantando con lentitud, siendo increíble que en el Palacio de Oriente no se instalaran hasta Alfonso XIII y Victoria Eugenia.
En esta faceta es grande la diferencia que va de la vida de pueblo a la de ciudad, y abismal respecto a la capital del Estado. Ya puede el labrador ducharse cuando acaba su tarea diaria que es bastante sucia físicamente. Ello vino a mitigar la sacrificada vida de pueblo. Sí, indubitadamente, el del pueblo se somete con resignación a su vida desagradable, molesta, triste. No es descansada porque falte el mundanal ruido, sino solitaria, de silencio sepulcral. El ruido es vida, el silencio, muerte. En cuando a la soledad hay que ir y venir (a mis soledades voy, de mis soledades vengo), cual Lope de Vega. El estribillo con la soledad en que se quedan los muertos, de la rima de Bécquer dedicada a Consuelo, la hija de del general Narváez, voy a transpolar de Bécquer: ¡Dios mio que solos se quedan los que viven en los pueblos!
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