jueves, 3 de mayo de 2018

Pinceladas a la relación familiar de los reinos peninsulares. Se relacionaban más bien mediante la guerra

Cada cultura  ha tenido un referente: los
griegos, el hombre; la Edad Media, Dios.
Ahora  el dinero. Para mí el referente es
la vida. Hemos recibido una vida y vamos
a vivirla hasta el final.
            - José Luís Sampedro -                                                                          


La Edad Media es, como la denomina el medievalista Marcelino Menéndez Pidal, 'la España de los cinco reinos'. Coronas de Castilla, Aragón, Portugal, Navarra y el emirato de Granada. Entablados continuamente en guerras, Navarra con la guerra de las Navarrerías, Castilla con la de Alfonso X el Sabio y su hijo Sancho. Que si sucedía al primogénito del rey, Fernando de la Cerda, Sancho, segundo hijo, o los <infantes de la Cerda> se lió la contienda entre padre e hijo. Alfonso X, sabio pero no muy político, se inclinó a Sancho, mas su esposa, doña Violante de Aragón, y Felipe III de Francia le disuadieron en parte. Decidió dar, en compensación, el reino de Jaén al mayor de los hijos de Fernando de la Cerda. Sancho y gran parte de la nobleza del reino se rebelaron a ceder la menor parte del reino y desposeyeron a Alfonso de sus poderes, aunque dejándole el título de rey. Murcia, Badajoz y Sevilla permanecieron fieles al rey, que maldijo y desheredó a Sancho. Con ayuda de los benimerines iba rehaciendo su posición, nobles y ciudades rebeldes iban abandonando a Sancho, cuando muere el Rey Sabio en Sevilla en abril de 1284. Sancho IV de Castilla, llamado el Bravo, que a partir de entonces reinará hasta 1295 en que prepara un ataque contra Algeciras. Unido a María de Molina, matrimonio que la Iglesia consideraba ilegítimo, la nombró tutora del hijo de ambos, Fernando IV de Castilla. Tuvieron también a Beatriz de Castilla, Isabel de Portugal e Isabel de Castilla. 

Fernando IV de Castilla, el Emplazado.  

Nueve años tenía de edad Fernando al morir su padre e iniciarse la regencia de su madre María de Molina, la cual implicó la anarquía de una larga minoridad. De un lado la nobleza negaba a Fernando la legitimidad aludiendo que el matrimonio de sus padres había sido anulado por el Papa a causa de parentesco; el infante don Juan se proclamó rey de Castilla; el infante don Enrique, hermano de Alfonso el Sabio, se considera regente y tutor; los infantes de la Cerda, desde Aragón, empiezan a reclamar pretendidos derechos, y los reyes de Aragón y Portugal se lanzan a invadir Castilla, en tanto los pueblos, en defensa de los atropellos de la nobleza, formaban las primeras Hermandades o Comunidades. 

He aquí como un viejo texto lo refiere:
El trono de Fernando IV retemblaba, y hubiera cdo al rudo embate de tan contrarios elementos, si no tendiera sobre él sus alas protectoras el espíritu fuerte y valeroso de su madre doña María de Molina. Procuró esta ilustre princesa conjurar ante todo los peligros exteriores, y para ello desarmó al rey de Portugal concertando el matrimonio de una de sus hijas con el joven Fernando, y satisfizo al de Aragón señalando a sus protegidos los infantes de la Cerda una renta decorosa. Para calmar la agitación interior, dio la regencia al infante don Enrique. Obtuvo del Papa la legitimación de su hijo.
Tal logró con Bonifacio VIII, bula que por fin legitimó su matrimonio, dio al traste con el hándicap matrimonial. Y, como dice un viejo texto,
... quitó su bandera a los rebeldes; y, sobre todo, buscó el apoyo del estado llano, siempre amigo y defensor de los reyes en la lucha contra el feudalismo. Presentó su hijo ante las Cortes de Valladolid, que juraron sostener la causa legítima, votando recursos con que atender a las necesidades del gobierno, y doña María de Molina pagó a los pueblos este apoyo con fueros, inmunidades y franquicias.
A los diez y seis años fue declarado mayor de edad, y dando crédito a hostiles rumores contra su madre de haber malversado fondos públicos, la obligó a presentar ante las Cortes de Medina del Campo cuentas de su administración. Resultó que había empleado bien los caudales de la nación, más aún, que había puesto parte del suyo, había vendido alhajas y fincas propias para atender a obligaciones perentorias y sagradas. 

Fernando IV de Castilla contrajo matrimonio con Constanza de Portugal y tuvieron a Leonor, asesinada por orden de su sobrino Pedro I de Castilla, a Alfonso XI y a Costanza, que falleció en la infancia. Continuó la Reconquista, apoderándose de Gibraltar. Dirigiéndose a sitiar la plaza de Alcahudete al pasar por Martos vio a dos hermanos, llamados los Carvajales, de quienes supuso eran los asesinos de un amigo suyo que fue dado muerte en Palencia. Ya sin más ni más los hizo asesinar arrojándolos por el derrumbadero llamado Peña de Martos. 


Al pasar a ejecutarse tales muertes, uno de los hermanos emplazó al rey para transcurridos  treinta días se presentara ante el tribunal de Dios a responder de su injusta sentencia. Al término de tal plazo murió, hay quien achaca que debido a una indigestión.  

Surge otra minoridad. El aludido texto expone:
La cuestión de regencia se planteó con tumultuoso carácter, pues eran muchos los que aspiraban a ejercerla, y no pudiendo resolver este conflicto las Cortes de Palencia, instituyeron hasta cuatro regentes, que fueron: Dª Constanza y Dª María de Molina, madre la una y abuela la otra del rey niño, y sus dos tíos los infantes D. Pedro y D. Juan, decretando que cada ciudad obedeciera al que tuviera por conveniente. Muertos poco después ambos infantes en guerra contra los moros, envalentonados con la situación anárquica de Castilla, y muerta igualmente la reina Dª Constanza, aparecieron nuevos pretendientes a la tutoría; y para colmo de males, Dª María de Molina sucumbió también al peso de los años y al golpe de tantas amarguras. Quedó Alfonso XI bajo la custodia de los caballeros de Valladolid, que se apresuraron a declarar la mayor edad del rey cuando apenas tenía catorce años.
Alfonso XI, el Justiciero y su hijo y sucesor Pedro I el Justiciero o el Cruel.

Contrajo Matrimonio con  María de Portugal del cual nació su hijo sucesor Pedro I. Su gran y continuado amor fue Leonor Núñez de Guzmán con la que tuvo diez hijos. Fue llamado el Justiciero por la energía que desplegó contra revueltas e intrigas mobiliarias, mas ello persistió en el reinado de su hijo y lo manejó contra él su hijo adulterino Enrique venciendo al fin a su medio hermano; contra la batalla de Nájera la del campo de Montiel. Pero antes derrotado en dicha primera localidad, Enrique pasó a Francia que simpatizaba con él, creó un ejército mercenario y con él volvió a Castilla capturando Calahorra, Navarrete y Briviesca, coronándose rey de Castilla y León. A Pedro ayudó el Príncipe Negro, Eduardo, Príncipe de Gales, para evitar que Castilla pasara a ser aliada -dentro de la Guerra de los Treinta Años- de Francia contra los intereses de los Plantagenet. Se combatió nuevamente en Nájera, Bertrand Du Glesquín, jefe del ejército francés, cayó prisionero, pero, fue liberado y se refugió en Francia. Aun cuando la victoria fue  rotunda, consideró el Príncipe Negro que nada se había logrado al no caer prisionero el príncipe Enrique. La guerra le era favorable a Pedro I, pero quejoso el príncipe de Gales porque no le eran pagados los gastos de la campaña y, por otra parte, repugnándole las sanguinarias venganzas que Pedro tomaba contra los derrotados, contrarias al código del honor de la caballería bajomedieval, abandonó la península. Esta actuación del inglés es discutible bajo la versión  a la versión que hace de ello el cronista Pedro López de Ayala. El rey, ya debilitado su ejército, fue derrotado en la batalla de Montiel y, refugiado en su  castillo, cayó presa de la consabida trampa. Al acudir a la tienda de Enrique se entabla pelea entre ellos, Pedro, mucho más fuerte, le tiene bajo él, pero Du Glesquin les da la vuelta diciendo: Ni quito ni opongo rey, pero ayudo a mi señor.


Avanzando la cronología,  surgió  con el asesinato del rey en manos de Enrique la dinastía Trastámara, dinastía usurpadora. Enrique II el de las Mercedes -hubo de hacer muchas  el Fratricida para mantenerse en el trono- se vió por su crimen atado de pies y manos contra el moro, contra la Reconquista. En el reinado de su hijo se rebelaron los Lancaster al  haber contraído matrimonio la infanta Constanza, hija de Pedro I y de María de Padilla, con Juan de Gante. La derrota de Juan I en la batalla de Aljubarrota, dada por él para ocupar el trono de Portugal que debía heredar su esposa Beatriz de Portugal, benefició a dicho Juan de Gante, hijo de Eduardo III de Inglaterra, que se alió a los portugueses contra los Trastámaras. No llegó a enconarse más las disensiones entre los Castilla, protegidos por los Lancaster, y los Trastámara, rama usurpadora, porque Juan I y el inglés concertaron el matrimonio de sus vástagos, Catalina y Enrique, respectivamente, creándose entonces el título de 'Príncipe de Asturias'. Fueron los primeros, pues, Enrique III y Catalina de Lancaster.  Ya Juan y Constanza habían sido reconocidos por el monarca inglés como reyes de Castilla. Se alió el inglés con el rey de Portugal, y se presentó en La Coruña con su esposa y la hija de ambos, Catalina de Lancaster.

La guerra de sucesión entre la nieta y la bisnieta de los primeros Príncipes de Asturias. 

Fue la guerra civil entre Juana de Trastamara y Avis, hija de Enrique IV y de su segunda esposa Juana de Portugal y Barcelos, por consiguiente, heredera del trono, y su medio tía Isabel de Trastámara. Ello es así porque Enrique es hijo único del primer matrimonio de Juan II con su prima hermana María de Aragón, mientras Isabel lo es del segundo, contraído con Isabel de Portugal, la que consiguió, de su enamorado marido, la desaparición, no ya de la política, que pudiera haber tenido alguna explicación, también de la vida,  del condestable don Álvaro de Luna y de la manera más cruel: Tras un simulacro de juicio, fue decapitado públicamente en la Plaza Mayor de Valladolid. No tardó mucho, y ya viuda, en convertirse la madre de Isabel la Católica en  la loca de Arévalo. En el castillo de esta localidad de Ávila la confinó su hijastro Enrique IV, al quedarse viuda,y en él sobrevivió a Juan II cuarenta y dos años. Se cuenta que algunas noches desde el río Adaja, que circundaba el castillo, se podía escuchar a Isabel gritar ¡Don Álvaro! ¡Don Álvaro! ¿Pesaría sobre ella el remordimiento?  Existe asimismo la versión de que la reina y sus hijos vivieron también en la villa; según los habitantes de Arévalo, en unos palacios hoy desaparecidos ubicados en lo que ahora es la plaza del Ayuntamiento. El castillo había servido antes de enclaustramiento de la reina Blanca de Borbón, esposa de Pedro I de Castilla. 

Según el P. Enrique Florez de Setien, en sus 'Memoria de las Reinas Católicas de España', falleció en Arévalo en el día de la Asunción de la Virgen, lunes 15 de agosto del año 1496, reinando ya su hija doña Isabel. Enterraronla en la misma villa de Arévalo, en el convento de San Francisco, donde se mantuvo ocho años y nueve meses, hasta que su hija doña Isabel la Católica la trasladó al real monasterio de Miraflores, de Burgos, para que descansase con el cuerpo del rey don Juan, su marido. Por alcanzar su existencia hasta 1496 presenció los dos no muy afortunados, que digamos, matrimonios de su hijastro el rey: el de Blanca de Navarra, siendo príncipe, y, ya monarca, el que efectúa con Juana de Portugal, prima de ella. 

Recordemos que se perdieron los restos mortales de la primera y de la segunda esposa de Enrique IV, enteradas en la iglesia catedral de Lescar  y en San Francisco el Grande, de Madrid, respectivamente, así como de su hija única, llamada Juana como su madre, destronada por Isabel y Fernando, enterrada en el convento de Santa Clara, Lisboa, y. si de él no la movieron, desaparecidos sus restos en el terremoto de 1755. Mejor suerte tuvieron los de su madre y los de él, que se hallan en el Monasterio de Guadalupe (Cáceres). Alguna bienandanza, aunque fuera post mortem,, después de la muerte, había de tener el desdichado Enrirque IV, víctima de la nobleza y de su medio hermana Isabel.                                                                            
Conoció Isabel de Portugal la guerra entre su hija, Isabel contra su sobrina Juana, hija de su hijastro, que es decir entre Castilla y Portugal, cuyo rey, Alfonso V de Avis, luchó a favor de su sobrina,  la que había de ser Juana I de Castilla, por Derecho, pero al perder la guerra los portugueses quedó usurpado manu militari el trono a la legal heredera. Ello tras las batalla de Toro (Zamora) 1476, y la de la  Allbuera, 1479, Esta guerra promovida por Isabel y Fernando duró de 1475, muerte de Enrique IV de Trastámara, a 1480 que la puso fin el Tratado de Alcáçorvas, firmado en esta localidad portuguesa. En ella vencieron los castellanos en tierra y los portugueses en el mar; en el Tratado se repartieron los territorios del océano Atlántico. Para Portugal Ginea, Elmina, Madeira, las Azores, Flores y Cabo Verde. A Castilla se le reconoció la soberanía sobre las islas Canarias. En la negociación de las Tercerías de Moura se planteó que Juana de Castilla, la rival de Isabel, tras renunciar a todos sus títulos castellanos había de optar por esperar posible matrimonio con el hijo de los Reyes Católicos o recluirse en un convento. (¡Cómo se trasluce aquí la usurpación del trono!) Para atar todo y bien atado, se acordó que la hija primogénita de éstos,  la infanta Isabel de Aragón, contrajera matrimonio con Alfonso, hijo único de Juan II de Portugal. 

Belicosa y religiosa Edad Media.      

El referente de la Edad Media es Dios; era en España la Reconquista, nos habían invadido los moros y teníamos que echarles del suelo patrio. La lucha contra los moros era para los cristianos lucha contra los infieles en cuanto que no profesaban nuestra fe que consideramos como verdadera. Pero aparte de que la Edad Media, principalmente en España, tenga como referente a Dios -de los cristianos-, más allá de dicho periodo histórico hubo guerras de religión por ser contrarias a la nuestra. Entraba en juego conjuntamente el sentido imperialista. En definitiva era la guerra, y éstas son siempre  detestables, aunque fueran por mera religión.



Claro está que no se mata solo en la guerra, se mata también en la paz, dígalo si no la Inquisición, y de las maneras más horripilantes. No se puede entrar en la Historia sin entrar en el crimen, y la Edad Media es crimen por doquier.

(Léase mi artículo `Acerca de la brutalidad y crueldad del animal racional. Muestrario de la Inquisición. Siempre la Guerra'). 27 de mayo de 2015.  
                                                                              
 Auto-comentario de este artículo.                                                                    

Claro está que, como su título indica, este artículo es nada más un sobrevolar por la Edad Media para presentar una idea general de la misma. Bien puede apercibirse cualquier experto en Historia, y bien puede también hallar orientación quien no la tuviere. Ya en otros artículos que le precedieron y otros que siguieron y los que seguirán,  me detuve y detendré en reinados batallas. y personajes  que hicieron la Historia. La Edad Media no es una época envidiable, ni mucho menos, al serlo de guerras intestinas y, afectando a todos los reinos peninsulares,la recuperación de la misma. He aquí una visión de Larra en 'El doncel de don Enrique el Doliente'.
Matar infieles era a gran obra meritoria del siglo, a la cual, como al agua bendecida por el sacerdote, daban engañados algunos la rara virtud de lavar toda clase de pecados. [...] En medio del furor de guerrear que debía animar a todos en aquella época, algunos ministros del Altísimo no dudaban acompañas las huestes, armados a la vez como los guerreros, y aun cuando no desenvainasen  en las lides la poderosa de Damasco y de Toledo para herir con ella al enemigo, esta costumbre arrastraba a algunos a autorizar trances de rebelión del soberbio rico-hombre contra la majestad de su rey y señor natural. 
Ya  los Reyes Católicos meterían en cintura a la nobleza, nobles levantiscos que no siempre respetaban a la realeza  Víctima de éstos fue Enrique IV de Trastámara. Pese al gran servicio que con su rebeldía hicieron a Isabel primeramente y posteriormente a ambos.
                

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