jueves, 14 de febrero de 2013

LA EDAD

No hablaré del amor a través del tiempo, platónico o aristotélico, siempre fue igual, sino del paso de la vida vista desde la atalaya del amor, hablaré de la edad de amar. 

La edad de amar, he aquí el título de de una obra de Andrés Révesz en la que trata diversos temas en función de la mujer, en cuyo capítulo referente a la edad de inspitar amor sostiene se ha ido extendiendo con el paso de las épocas. Efectivamente, hoy nadie se atrevería a decir que una mujer
                              De treinta a treinta y cinco no alboroza,
                              pero puede pasar con sal-pimienta, 
como en el Siglo de Oro pensara uno de nuestros clásicos. Sin embargo, el hombre sigue siendo exigente con la edad de ella; claramente se comprende que Ninon de Lenclos haya dicho: Cuando lasmujeres han cumplido treinta años, lo primero que olvidan es su edad. Cuando llegan a los cuarenta, olvidan por completo su recuerdo. De Ninon a nuestros días la frase no ha perdido actualidad. En cuanto al hombre, hay quien dice que nunca es viejo; no creo merezca comentario, es una necia salida del vulgo.

Es notorio de que hombres jóvenes se siente fuertemente atraidos por mujeres maduras, mientras, por el contrario, a los mayores les gustan las jovencitas. El estudio de este fenómeno entra en el campo de la psicología médica. ¿Son razonables estos amores? Mucho se ha hablado sobre ello, por lo general se hace mofa; yo sólo diré que son contrarios al sentido común porque van en contra natura y que si algún atenuante tienen es el dolor que produce la soledad; así lo ve el doctor Marañón al escribir: El hecho de que estos amores o matrimonios tardíos coincidan con la edad enque la decadencia es notoria y en la intimidad indisimulable, es la mejor prueba de quesu explicación no es, como suele pensarse, el amor otoñal. Se trata sencillamente de una simple medicina contra la soledad, que, a veces, es cierto, suele costar muy cara. Suelen ser los lllamados matrimonios de conveniencia, que nada tienen de tal, los cuales define el citado autor en otra parte de su obra "Vida e Historia" del modo siguiente: Se llama, a veces, por ejemplo, matrimonio de conveniencia al de una mujer joven que se une por razones crematísticas con un hombre decrépito y deforme; mas esto, claro es, no es conveniencia, sino una indignidad.


La clave de muchas infidelidades hay que buscarla en la diferencia de edad; ello no justifica la mala conducta de la esposa; no hay razón alguna para la infideliadad, aunque "haya tálamos fríos como los sepulcros, y maridos que duermen como las estatuas yacentes de granito, maridos que ni siquiera pueden servir -servirnos- de precursores", según expresión del Marqués de Bradomín.

Tal el caso de sir Willian Hamilton y Emma Lyon, estando en casi cuarenta años distanciados por la edad; contaba cuando se casó sesenta años y ella veintiuno. Quién sabe si en la supuesta ignorancia de la infidelidad de la esposa, ignorancia muy probablemente afectada, no habría mucho de compresión y perdón. Se conformaba con lo que no podían quitarle o, mejor dicho, no resultaba fácil, dada su resignación: la contemplación estética de la hermosa.

Otro ejemplo puede ser el matrimonio de Teresa Gamba y el conde Guiccioli, también sexagenario cuando contrae matrimonio.Dos años después, y cuando ella cuenta dieciocho, vilipendiará al marido haciéndose amante de Lord Byron. El conde se resigna relativamente, no está exento de rebrotes de dignidad; así llegó un día en que la dio a elegir entre marido o amante, y Teresa eligió al amante, sin duda considerando es preferible amante joven a esposo viejo. Su rebelión tardia aumentó su oprobio y originó una de las más ridículas historias de adulterio, coronada -¡buena corona!- por la separación solicitada por la familia de ella y concedida por Pío VII, imponiendo el decreto de separación fuera a vivir a casa de su padre, lo que aparentemente implicaba separarla también de su amante, que merced a la transigencia de los Gamba y a la constancia de la pasión de Teresa por el poeta siguió en su vida. ¡Cosas de aquella sociedad, que daba a sus mujeres maridos viejos y "cicisbeobeo", huelga decir, joven!

Cierto, sin embargo, que la historia nos presenta matrimonio y uniones en general en las que, pese a la desigualdad de edad, hubo armonía. Aparte de un número de mujeres frías, existe otro, bastante mayor, de resignadfas; unas con "la honradez de la cerradura", o falta de ocasión; otras de una resignación a prueba de galán hermoso, porque está reforzada por un alto sentido del deber de la fidelidad conyugal.

Por muy de moda que se ponga el galán otoñal para el paseo, en las alcobas la batalla la ganará siempre el joven. Y lo peor del caso es tenerse por galán otoñal, capaz de ganar todavía alguna batalla, cuando ni siquiera se es tal. 

El amor fuera de "su tiempo" puede encuadrarse perfectamente en el orden espiritual; pero llegará tras él la entrega material de la mujer, vendrá su perspectiva a violentar al hombre maduro, como ocurre a José Larrañaga en la novela de Pío Baroja "Los amores tardíos". Así

 "Pepita ya comprendía que José deseaba y no deseaba la aventura, que le inquietaba y le llenaba de ilusión, que se sentía angustiado y emperanzado, y que, en último término, tenía miedo de no hacer un buen papel; y Larrañaga, también en su fuero interno, se lamentaba de que muchas veces el azar pone cerca, en los linderos de la vejez, lo que no ha puesto en la juventud. Y entonces se intenta realizar sin brios y conscientemente lo que en la juventud se hubiera hecho con fuerza y en plena inconsciencia. No es el protagonista el viejo verde, cargado de sensualismo, que salga al encuentro de la aventura -éste se conforma. para engañar, sólo engañarse verdaderamente, con salir al de la mujer y admirarle, sino ésta, mujer y aventura, la que le compromete. 

Entonces se plantea el dilema que plantea así:

Ser actor sin condiciones, o renunciar a la acción; ésta es la alternativa; cualquiera de las dos cosas por la que me decida dejará amargura y arrepentimiento. Era, dice el novelista, el clown viejo a quien ha entrado la desconfianza y tiene miedo de dar saltos mortales. Cuando Pepita le declara su enamoramiento y entusiasmo, él responde: Eso no puede ser verdad; es una broma. Yo soy viejo, cansado; un pobre hombre humilde. A lo que ella replica: -"Lo de viejo no es verdad. Cansado, es posible que estés, porque no tienes ninguna esperanza. Ahora de humilde no tienes nada. Dentro de tu humildad, eres soberbio como un demonio.". 

Larrañaga, efectivamente, es pesimista y soberbio; por ambas cualidades titubea de una empresa de la que, llegada la realidad, sale airoso. Suele recomendarse, como valioso consejo, no perder nunca la confianza en nuestras fuerzas y posibilidades; es bueno en principio, pero ante algunas formas y detalles hay que desecharlo. Se llega al límite de todo, o de casi todo, con la edad, desde luego del amor, a ello nos lleva el inexorable paso del tiempo. 

La condesa de Pardo Bazán, en su novela "Un viaje de novios", pone de relieve las funestas consecuencias que estos enlaces traen, partiendo de la base de la incompatibilidad fisiológica, que para tantos Aurelios Miranda, como por el mundo hubo, hay y habrá, parece no contar. Sólo cabe pensar esperan el sacrificio, y confían en poderla tener a su lado a pesar de... todo.

Difícil es decir cuál heterogénea unión presenta peor horizonte; por lo que tiene de arriesgado votaré en blanco, y únicamente me limitaré a dejar sentado el hecho de que hay menos matrimonios desavenidos entre los dispares sociales que entre los dispares por edad; si de los primeros no puede presagiarse felicidad, de los segundos apenas se concibe contemporicen.  

Múltiples diferencias, que calan hondo, nacen de la falta de reprocidad sexual, que, si entre esposos jóvenes puede darse, en el matrimonio de esposa joven y maduro marido, o, peor, viejo, no puede dejar de ocurrir. Aquí radica, según los fisiólogos, la contrariedad de la mujer, que reiterada -y en el viejo no cabe aprendizaje- ha de repetirse siempre, es continuada, y suele llegar a no perdonar. Vemos las consecuencias de las que no se resignan antes que las de esas esposas, héroes anónimos, que antes mencioné; si, como hace Cervantes, se alaba a la mujer hermosa y virtuosa de marido pobre, ¿por qué no tener también en cuenta a la dama tal de marido viejo? Verdad que ésta casi siempre lleva el baldón del egoísmo; los matrimonios separados por la edad suelen estarlo en todos los órdenes -generalmente no pasó de ser mésallianse- y el drama matrimonial no dejó de existir; sólo eso: que no hubo infidelidad. Fidelidad tanto más meritoria, como decía antes, si sufrió prueba o,por lo menos, se veía era de buen grado. Obviamente hasta donde es posible verlo en un matrimonio en constante discordia y, en general, en la mujer.

En opinión de una autora teatral y culta escritora de nuestros días, sólo hay una cosa verdaderamente cruel: "el tiempo, que se lo lleva todo". Sí, y entre todo lo mejor, la juventud que engendra el amor, el cual puede perdurar en la vejez. En la senectud puede nacer en su excelso ideal, pero -¡tremendo dolor!- no puede desarrollar su vida. Por conseguir el amor de su bella y joven vecina Margarita, vendió el viejo Fausto su alma a Mefistófeles a cambio de volver a la juventud, pesaroso de habérsele esfumado en el estudio sin tregua para relacionarse con la mujer. 

El paso del tiempo nos aterra más por la pérdida de la juventud, que viene a ser morir a medias, que por la muerte misma, hacia la que nos impide pensar detenidamente la pereza de lo que nos resulta incómodo, de lo que nos sabe mal. En la pérdida de la juventud, que quisiéramos perpetuar como Doriam Grey, sí pensamos, aunque, como la muerte, sepa muy mal; quizá es más difícil sustraernos a la idea de envejecer, máxime cuando ha pasado la flor de la juventud, teniendo entre nosotros personas decadentes y ancianas en esta humanidad también heterogénea por la edad. Verdad que también frente a nosotros tenemos el aviso de la muerte, pero esto sólo se hace visible el día que nos quita un familiar, un ser querido, le vemos muerto, y asistimos a su entierro, acudimos al cementerio y a su funeral, auxilio y consuelo de la fe. Por lo demás, y salvo que nos hallemos atenazados por fiera enfermedad,  como dice, Paul Valery siempre se mueren los otros. Aquella hermana de Napoleon, tan dada la toillette y a los amantes, Paulina Bonaparte, confirma que el mayor temor no le constituye la muerte, sino envejecer, cuando momentos antes de agonizar pidió un espejo, se miro y dijo: ¡No me importa morir! ¡Todavía soy hermosa! Tenía cuarenta años. Hoy cualquier mujer se lo considera, por razón de edad, a tales años, no es la flor de la vida pero tampoco la espina: la vejez, acaso la peor de las que tiene la vida.

El tiempo, tomando como módulo la duración de la vida humana, ha creado el arte y muy bella literatura; puede añadirse que preferentemente española, ya que son nuestros artistas, escritores y poetas los verdaderos obsesos de la Eternidad, e irrefutablemente también entre ellos está su mayor número. Pero ya a los clásicos obsesionaba la vejez (Cicerón) y la duración de nuestra existencia. En su ensayo "De la brevedad de la vida", Séneca expone que la vida del filósofo o sabio nunca es breve, podemos alargarla a través de los libros. Bueno, al menos intensificarla. Ahora bien, para otros, se mire cómo se mire, es muy corta. Voto por el aserto de Hipócrates: La vida es breve; el arte, largo; la ocasión, fugaz; la experiencia, engañosa; el juicio, difícil. 

[En el Día de los Enamorados, y en atención a San Valentín, he vertido en la red la mitad del capítulo que, con el mencionado título, figura como uno de los capítulos de mi libro de ensayo titulado: NUEVO TRATADO DE AMOR -1963-]






     En el día de hoy hagamos esta invocación fotográfica a Afrodita de los griegos, Venus de lo romanos, diosa del amor, de la belleza, de la lujuria. Casada con Vulcano, dios de los metales y de la forja, le fue infiel con el pastor Adonis, y siguiendo su devaneos amorosos, fue amante de Marte, dios de la guerra, y de ambos nació Cupido. Éste dispara sus flechas de amor a dioses y humanos. 







Como en la época no era fácil pintar desnudos, el pintor colocó junto a Venus a Cupido.                                                     
Dánae, de Tiziano


Como dice Cervantes en su novela, insertada en el Quijote, "El curioso impertinente", si hay dánaes en el mundo, hay pluvias de oro también. Léase el diálogo entre Anselmo y Lotario.

 
        

     

                                                                                           

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