El reformador de Madrid.
El Paseo del Prado jalonado con sus monumentales fuentes -Cibeles, Apolo y Neptuno- fue el paradigma de esta actuación y obligado lugar de cita y paseo de la población. La iluminación de las oscuras calles, la normativa para la construcción de viviendas y la obligación de enumerar cada casa, fuero, entre otras, medidas que realmente modificaron la vida de sus habitantes. Surgían monumentales edificios, erigidos tanto al calor del progresivo espíritu de la época como a mayor gloria de la Monarquía'.
Abundando en que pese a las creaciones de su tiempo, Carlos III no se interesó como sus padres por la cultura, vuelvo a citar a Solé.
El punto de las artes, para él, formaba parte de un monarca del tiempo que le había tocado vivir y por ello se implicaba, pero solamente de una manera mecánica, sin goce ni disfrute añadidos.
Para ponerlo de relieve acude este biógrafo a un conocido, aunque durante bastante tiempo ocultado, episodio que patentiza la estrecha mente que tenía, asimismo su intransigente moralismo y su absoluta falta de percepción de la belleza artística. Se trata de que ordenó a su pintor de cámara, Antón Mengs, que quemase las pinturas de la colección real en las que hubiese figuras desnudas, Entre Mengs y el todopoderoso Esquilache evitaron la salvajada que hubiera privado a la posteridad de algunas de las más importantes telas que hoy se conservan el el Museo del Prado.
Como en España, hizo también durante su reinado en Nápoles reformas. En lo que atañe a la arquitectura mandó construir los palacios de Portici a los pies del Vesubio; el complejo palaciego de Caserta -que es de los mayores de Europa- y los reales sitios de Capodimonte. Aquí montó una fábrica de porcelanas que se trajo a Madrid cuando vino a reinar , y que como he dicho instaló en el Buen Retiro. Fomentó las excavaciones de las ruinas de Pompeya y Herculano, dos ciudades sepultadas por la lava del Vesubio. Pero sus necios principios morales le llevaron a impedir su difusión y estudio, por lo que había en las piezas que aparecían de bellísima recreación de escenas eróticas, salvándose milagrosamente las maravillas conservadas hasta hoy. Recalco que este rey del desnudo en el arte no quería saber nada., lo que es decir de arte. Mejor que de rey, y bajo este prisma, hubiera estado de cura de aldea como aquel del Quijote que destruye, quema, libros del ingenioso hidalgo, verdaderas joyas literarias.
Mala nuera le tocó en suerte a la Farnesio, y, recíprocamente, mala suegra a María Amelia, y naturalmente se llevaron mal. 'La Sajona', que despectivamente así la llamaba el pueblo, era extremadamente irritable, malhumorada, desdentada y enferma permanentemente. De España disfrutó poco, ya que murió el 27 de noviembre de 1760 , a los treinta y siete años de edad, ante el gran dolor de su marido, pero la indiferencia de los españoles que sabían -'desde el más alto cortesano hasta el más humilde pordiosero'- el desprecio que la reina sentía hacia sus súbditos y que, para inri, lo exteriorizaba constantemente. En su correspondencia reniega de su nueva patria y e sus habitantes a los que describe como 'engreídos, hostiles, agresivos, huraños y recelosos de todo lo que pueda llegarles de fuera'. Le desagrada el aire y el alma de Madrid.
Pero Carlos III estaba enamorado de su basilisco; ante su lecho de muerte exclamó: este es el primer disgusto que me ha dado en los veintidós años de nuestro matrimonio. Los demás no debió tomárselos en serio. Los muchos embarazos, las consecuencias de una caída de caballo, sus problemas pulmonares generados por el tabaco, dieron fin de su vida. Por muy satisfecho que estuviera de su esposa, ella no era un dechado de feminidad, que digamos. Ambos fumaban como coraceros, haciéndose enviar desde América grandes cajones de tabaco. Un aviso decía: 'remito cuatro cajones de tabaco rotulado a la reina de las Dos Sicilias ... cada uno de tabaco exquisito y de lo más fuerte por ser éste de su real agrado.
La mejor biografía que de esta reina existe es la de María Teresa Olivares, y al hilo del vestuario de la biografiada expone: que no era abundante su ropa interior, porque lo habitual era mudarse una vez al mes. Por su parte Francisco González-Doria, en 'Reinas de España'. afirma que doña Amalia 'no debía ser muy destrozona en cuestión de calzado, pues le duraron varios años tres pares de zapatos verdes, dos de nuaré blancos, uno de color rosa con encaje, dos pares de chinelas rosas, un par de botines y otra par de sandalias'. También nos habla de que la distraía ver pescar peces. Como su esposo, también era de muy limitado intelecto.
Puerta de Alcalá, situada en dicha calle, que va de Puerta del Sol a las Ventas. |
A los ya mencionados cabe añadir el ministerio de Hacienda. Academia de San Fernando, Colegio de San Carlos (Medicina), Banco San Carlos.
Se halla ubicado en la confluencia de la calle Alcalá y Paseo del Prado. |
Carlos III nombró como patrona de España a la Inmaculada, advocación que se halla vinculada a San Francisco el Grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario