lunes, 26 de agosto de 2019

La edad en la mujer.

La vejez es el infierno de la mujer.
Un mujer que llega a la vejez  ya
no necesita ir al infierno. 
          - Ninón de Lenclos -

El paso del tiempo nos aterra por la pérdida de la juventud -que es una terrible muerte en vida- y por el ineludible final que nos espera.  <No es la muerte lo peor -según el aserto del conde de  Romanones- : lo peor es que constituye una preocupación de la vida, que como al sol, no se la puede mirar sin cerrar los ojos>. Como Doriam Grey, quisiéramos perpetuar nuestra juventud porque en ella está muy distante la muerte, porque, como dice el vulgo, se tiene toda una vida por delante. En efecto, <la diferencia fundamental entre la juventud y la vejez será siempre esta: que la primera tiene la vida en perspectiva, y la segunda, la muerte> (1) Acaso o sea la peor perspectiva la muerte, sino la propia vejez, que también constituye obsesión pensar que un día seremos caricatura de lo que somos. Existe un arte de envejecer, ya lo sé; tiene la vejez sus compensaciones, tampoco lo ignoro, pero a cuantos ancianos preguntemos si quieren volver a la juventud o a los primeros años de la madurez, responderán de un modo infalible afirmativamente. 

Pronto nos embarga la idea de envejecer, de envejecer por fuera, es decir físicamente y es titánico el esfuerzo que hacemos en una batalla -la que libramos contra el tiempo- que sabemos de antemano perdida. Aquella hermana de Napoleón tan dada a la toilette y a los amantes, Paulina Bonaparte, Remolino, momentos antes de agonizar, pidió un espejo, se miró en él y exclamó: <¡No e importa morir! ¡Todavía soy hermosa!>. Tenía cuarenta años. Hoy día cualquier mujer se lo considera por razón de tener tal edad., pues ocho lustro no son demasiado, aunque en su época lo fueran, para dar por perdida la batalla contra la decadencia corporal. 

Mucho se viene hablando, en a literatura, de la mujer de cuarenta años para dar fe de su plenitud, y verdaderamente que <en combate de los sentidos y de las gracias con el gigante que se llama tiempo, la victoria tarda mucho en decidirse > (2). Siempre fue así por parte de las numerosas mujeres que la historia nos presenta, la diferencia con nuestros días estriba en que cabe generalizar. Es indudable que en nuestros días una mujer de cuarenta años, e incluso una década más, lamenta, más o menos, el tenerlos, pero se considera joven porque es consciente de que es atractiva todavía. 

Es enorme el cambio que ha experimentado nuestra mentalidad respecto a la edad de la mujer -análogamente  la del hombre-. Para comprobarlo partamos no más allá de nuestro Siglo de Oro, ¿cómo se veía entonces a la mujer de cuarenta años Sin duda bastante mayor; digámoslo, vieja. He aquí la discriminación que Francisco de Rojas Zorrilla hace en este soneto de las distintas edades de nuestra bíblica compañera:

"De quince a veinte es niña, buen moza
de veinte a veinticinco, y, por la cuenta,
linda mujer de veinticinco a treinta;
¡dichoso aquel que en tal edad la goza!

De treinta a treinta y cinco no alboroza,
pero puede pasar con salpimienta,
mas de los treinta y cinco a los cuarenta
cría niñas que labren su corona. 

Ya de cuarenta y cinco es bachillera,
habla gangoso y juega del vocablo;
de cincuenta cerrados da en santera

y a los cincuenta y cinco hecho el retablo,
niña, moza, mujer, vieja, hechicera,
bruja y santera se la lleve el diablo.

Y Lope de Vega, en 'La Dorotea', pone en boca de Gerarda -una prójima que por alcanzar la edad de ochenta años solo vale para celestina- las siguientes palabras: <¡Ay Teodora -se dirige a la madre de la joven Dorotea- La hermosura, ¿es pilar de iglesia o solar de la montaña que resiste al tiempo, para cuyas injurias ninguna cosa mortal tiene defensa? ¿O es una primavera alegre de quince a veinticinco, un verano agradable de veinticinco a treinta y cinco, un estío seco de treinta y cinco hasta cuarenta y cinco? Pues de allí ¿para qué será bueno el invierno? Que ya sabéis que las mujeres no duran como los hombres > (¡Cuanta indulgencia para el sexo fuerte!). Don Quijote se enamoró de Dulcinea del Toboso cuando ésta, a decir por la novela, tenía quince años aproximadamente -él treinta y ocho-. Fuera de España  no existe otro criterio, Julieta Capuleto, la novia enamorada por antonomasia, personaje del novelista italiano Mateo Bandello y que Shakespeare universalizó, tiene 14 añitos. 

Desde el Siglo de Oro -y por supuesto desde antes- al siglo XIX oscila de quince a veinte años de edad la de las grandes amorosas de la Historia y de la Literatura. En multitud de casos de una literatura vivida, es decir, de base real, tal como Manon Lescaut quien sus dieciséis años de edad no es óbice para que sea sobremanera coqueta y ligera de cascos y engañe innúmeras veces a su enamorado a amante Des Grieux. Alfonsina Plessis, que se hace llamar María Duplessis, o sea, 'La Dama de las Camelias', que cuenta veinte primaveras cuando la conoce Alejandro Dumas (hijo), pero lleva vida airada desde los catorce años. Y tantas otras. En el Romanticismo se desestima todavía a la mujer que ha pasado los veinticinco años, y se la considera, y se la considera otoñal a los treinta. A esta edad la recomienda Alfredo de Musset que se dedique a rezar, pues ya no puede inspirar amor. 

Al escribir Balzac en plena época romántica su novela titulada 'La mujer de treinta años' se extiende en un lustro el concepto de la juventud de ésta. (Sabido es la gran influencia de la Literatura en la Vida, y de aquí que Oscar Wilde sostenga que la vida imita la literatura, y no lo contrario). El autor de la comedia humana no gustó de la mujer muy joven, le atraían las de cuarenta años irresistiblemente. La mujer de cuarenta años -ha escrito- lo hará todo por ti; la de veinte nada. A la edad de veintitrés surgió a su vida Laura Berny que contaba cuarenta y cinco -tenía siete hijos y dos nietos-, amor que se prolonga por espacio de once años convirtiéndose al cabo de los cuales en pura amistad o amistad pura, y que dejó en el gran novelista profunda huella. No hubiera tenido inconveniente Balzac en escribir 'La mujer de cuarenta años', concediendo a su prosopografía, o sea descripción de sus cualidades físicas, verdadera belleza, de hecho hay en sus novelas aristócratas que superan esta edad y aún inspiran amor. Pero no se atrevió a tanto, hemos de llegar a 1911en que la escritora danesa Karin Michaeli escribe 'La edad peligrosa', que es la de cuarenta años, novela que obtuvo gran éxito editorial -fue traducida a diez o doce idiomas- debido sin duda al escándalo que promovió.

A partir de finales del siglo XIX se hace más elástica la idea de la buena edad de la mujer. Conjuntamente a esta transformación se opera el aumento de su vestuario, ya no se conforma con un vestido de sarga y otro de chiné para las grandes solemnidades, como en la primera mitad del siglo, ni con uno para invierno y otro para el verano, como en la época de las melenas largas y de los miriñaques, sino que necesitas varios vestidos por temporada y costosos sombreros, la moda empieza a tiranizar a todas las mujeres independientemente de la edad. La ropa, a veces la poquita ropa del nacimiento de las 'varietés' hacia 1898, que derivaría al folklore, el cine, que también tiene su origen al final del siglo, prestarían al nuestro -en el que aparecen las dietética, o régimen alimenticio, mayor higiene y el apogeo del are de la perfumería- importantes factores que, prolongando la juventud, cambian la mentalidad a tener acerca de la mujer.

Nuestra época también habla de edades y amor, edad tan increíblemente extendida. 

Desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI se ha extendido con exceso -aunque diga la máxima latina 'ne quid nimis, nada con demasía, la juventud y, con ello, la edad de amar. Ahí están las pruebas en Carlos Falcó, marqués de Griñón, con 80 años de edad, y  su esposa Esther Doña, con 39. Edmundo Arrocet, 69 y María Teresa Campos, 79. Mario Vargas Llosa, 83, e Isabel Preysler, 68. Y otras uniones, generalmente no sacramentales, que dejaron atrás matrimonios En los casos de las tres uniones citadas los hubo. Carlos Falcó tuvo tres matrimonios; el segundo es el más conocido por referirse a Isabel Preysler, efectuado en marzo de 198, del que nació Tamara, y roto en 1985 debido a surgir Miguel Boyer y porque ella se aburría con su campero marido. Éste entonces contrajo nuevas nupcias (1993) con Patricia de la Cierva, bisnieta del duque del Infantado, cinco años mayor que Manuel Falcón, hijo de él. Con ella tiene cuatro hijos. Se separaron en 2011. Entabló pareja con la susodicha Esther Doña, que de modelo se adaptó a pasar a vivir en el campo. Se inscribieron como pareja de hecho.
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La Campos estuvo casada veinte años con José María Borrego, de cuyo matrimonio nacieron María Teresa -Terelu- y Carmen, y a partir de su viudez ha tenido seis parejas en este orden: Félix Arechavaleta, Felipe Maestro, José María Hijarrubia, Santiago García, Gustavo Manilow y el actual que pese a ser con más edad es el que más la dura, data la relación de 2014, pues generalmente fueron 'uniones' efímeras. Arrocet es divorciado de Gabriela Velasco, y viudo de Rocio Corral Penna desde 2012, con ambas tuvo descendencia. De su relación extramatrimonial  con Annette Ledgard, hija del presentador peruano Kiko Ledgard tuvo a Alexis Parcerisa Ledgard. Su apellido no figura, no le reconoció. Mario Vargas Llosa, marqués de Varga Llosa, nombrado por Juan Carlos I en 2011,   tuvo un primer matrimonio de nueve años de duración con Urquidi, y un segundo contraído con Julia Llosa en 1965. Tiene tres hijos. Desde 2015 es pareja de la Preysler

La vejez no es que para el hombre sea la gloria, pero puede tener su espejismo de amor, y lucir un amor de vanidad si tiene dinero.


Pero aún con buena situación económica -ya sabemos que 'poderoso caballero es don dinero', como proclama Góngora- la vejez no deja de ser insalvable obstáculo para la  conquista amorosa. ¿Que hay mujeres que  se  venden? Sin duda e igualmente hombres. Y en esta transacción no cuenta solo el precio económico,  también la relevancia social, ya sea auténtica,  ya ficticia, de mera impresión, simplemente el ser famoso, ¿Y, a veces, hay que ver porque sutil motivo!.

La verdad es que la edad no tiene sexo, no se refiere a uno u otro Jorge Manrique cuando, en su 'Composición a la muerte de su padre', escribe:  

'Decidme: la hermosura,
la gentil frescura  y tez
de la cara,
la color y la blancura, 
cuando viene la vejez,
¿cuál se para? 
Las mañas y ligereza,
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando lega el arrabal
de la senectud.  

Indefectiblemente 'todo es mortal', que dijera cquer al morir, ya el falso y el verdadero amor, ya el 'divino tesoro' de la juventud. 

(1) Schopenhauer.
(2) Severo Catalina, en 'La mujer'.                             
    

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