domingo, 13 de enero de 2019

Una santa que estuvo al servicio de "la loca de Arévalo"

 

Beatriz de Silva y Meneses vino a Castilla en 1447 como doncella de de la segunda esposa de Juan II, Isabel de Portugal, al contraer matrimonio con él. A pesar de la predilección que la reina siente por su compatriota, hija de Ruiz Gómez de Silva y de Isabel de Meneses, hija de Pedro de Meneses, conde de Viana de Alentejo y de Villarroel, conquistador y gobernados de Ceuta, con oposición o resistencia a su estimación y clase, decimos, cayendo en su aversión atenazada por los celos.

Le asqueaba la política que le rodeaba

Los años que vivió Beatriz en la corte fueron años de intrigas y rivalidades, cálculos y tanteos de la nobleza, escindida en dos bandos poderosos y bien definidos. Por una parte, el favorito de Juan II, don Álvaro de Luna, con los suyos; por otra los partidarios del príncipe don Enrique, aspirante al trono, ayudado por los infantes de Aragón: A la joven y pacífica Beatriz, que anhelaba agradar más a Dios que a los hombres, […] lamentaba muy profundamente, ese partidismo tan acentuado por las causas dinásticas.

Sí, la conducta de aquella nobleza era vergonzosa. Ella se evadía de tal ambiente, de intrigas, fasto, fiestas, monterías y requiebros, que dada su extraordinaria belleza, era objeto de que muchos cortesanos intentasen pedirla en matrimonio , mas ella a ninguno aceptó, naciendo su inclinación religiosa en lo que mucho influyó sus visitas al monasterio de Santa Clara, que creara en 1363 Beatriz, hija de Pedro I. Llegó a decidir su vida al servicio de Dios. Surgió la cruel acción de Isabel de Avis Veamos cómo lo refiere Mario Hernández Sánchez-Barba, cuyo historiador estamos siguiendo.

Es entonces cuando van a surgir los celos de la Reina, no sabemos si porque fue incitada a ellos por alguna de las malas lenguas cortesanas, o bien porque notó por parte del Rey algún aprecio especial hacia la bella Beatriz. Es entonces cuando va a producirse el hecho de su encierro, según la leyenda, en un arcón, donde estuvo tres días hasta que fue liberada de allí porque un tío suyo, Juan de Meneses, solicitó a la Reina información exacta del lugar donde estaba Beatriz de Silva. / Historiadores de la máxima autoridad han descrito el brutal encarcelamiento de Beatriz por la celosa e irascible Reina como un acto arbitrario.

Ni que decir tiene que, como se consigna, ‘es evidente que la inocente víctima de los celos reales estaba condenada a una muerte segura por asfixia, hambre y sed; la suerte estaba echada’. La segunda nuera de Catalina de Lancaster las gastaba así. No menor arbitrariedad fue la que se cometió con don el condestable don Álvaro de Luna a quien debía su elección como reina consorte. ¿Y qué decir del desagradecimiento de Juan II de Castilla hacia su valido? Tanto pudo la fascinación que su joven esposa ejercía sobre él.

De la corte de Tordesillas huyó de palacio en fecha que se ignora, pero antes de la decapitación de don Álvaro de Luna. Contó con la protección del Rey que la proporcionó una pequeña escolta hasta Toledo, que es a donde se dirigió. Nuestro autor nos dice de su entrada en Toledo.

Después de un recorrido penoso, apareció la ciudad de sus sueños, inconfundiblemente empinada sobre la roca.

Así la ubicación geográfica de esta imperial ciudad, que dejó de serlo cuando Felipe II pasó la Corte a Madrid.

Circundada de infranqueable muralla; cumplía plenamente todos los requisitos del retiro que anhelaba Beatriz de Silva. Por la Puerta de Bisagra penetró con su séquito, se dirigió calle arriba hacia la plaza de Zocodóver y, cruzando estrechas callejuelas, entró por la calle que desemboca en la iglesia del convento de Santo Domingo el Real. Ya en la portería su alma quedó tranquila. Expuso el motivo de su visita y la priora accedió a la petición.

Ésta, llamada doña Catalina, era tía de don Juan, llevando, pues, su recomendación. No abrazó la regla monacal, ‘quería vivir a la sombra del claustro en calidad de <señora de piso> pero acomodándose en todo a los reglamentos de las monjas’.

Treinta años vivió en Santo Domingo el Real, llegando a conocer a la infanta Isabel, luego reina, la cual la visitaba siempre que iba a Toledo, y le ayudó en su idea de salir del monasterio y fundar una Orden religiosa. Le donó los Palacios de Galiana y en ellos se instaló Beatriz con doce doncellas en 1484. Continuará ayudándola en todo en cuanto a la creación de la Orden de la Inmaculada Concepción.

Al unir el Papa Alejandro VI esta Comunidad con la del convento de benedictinas de San Pedro de las Dueñas, hubo choque entre ambas, pudo malograrse la fundación de Beatriz, pero, arreglada la situación, creció en gran medida la Orden de la Concepción; se extendió y no solo por España, también en Europa y en América.

Por la victoria de la batalla de Toro, al pie del convento dominicano de Sancti Spiritu el Real, que abrió a Isabel y Fernando la posibilidad de reinar, y no la hija de Enrique IV, legítima heredera, había ofrecido la medio hermana del rey fallecido elevar un templo en Toledo, éste es el llamado San Juan de los Reyes en donde quería ser enterrada, aunque tras la conquista de Granada rectifico. Es naturalmente de estilo gótico isabelino y su arquitecto es Juan Guas.

Muerta Beatriz, las religiosas de Santo Domingo querían que recibiera sepultura en su monasterio y la fusión en él de su Orden, lo que implicaba la extinción de la Orden Concepcionista, pero la intercesión del Padre Tolosa lo evitó. Cuatro años después surgió lo ya dicho del convento de benedictinas. Tras su muerte se presentó Beatriz a fray Juan de Tolosa, en Guadalajara, para pedirle que fuese a Toledo a defender la Orden. Fue por último el cardenal Cisneros quien respaldó la Orden concepcionista apoyado la creación de nuevos conventos.


Las últimas horas de su vida.

Hay quien no cree en los milagros,
y, sin embargo, al levantarnos cada
mañana debiéramos decir: ¡Milagro,
milagro! - Jacinto Benavente -

Había sido anunciado por el obispo de Guadix, fray García de Quijada, que Beatriz y sus compañeras recibirían el hábito de “aquí a diez días”. Era el 2 de agosto de 1491, y tal sucedió pero con ella moribunda. Así lo refiere Benjamín Martín Sánchez, canónigo de la S. I. Catedral de Zamora:

Le administraron los últimos sacramentos, y, al levantarle el velo que le cubría el rostro para darle la Santa Unción, todos se admiraron de la hermosura de su cara que brillaba como un ángel; pero esa admiración subió al extremo al aparecer en su frente una brillante estrella al ser marcada con la cruz de la cruz de la Santa Unción.
En aquel momento entregó su bendita alma en manos de la Santísima Virgen que, tal como le había prometido, vino por ella para llevársela al Cielo, desde donde vela por su Orden que se extiende en la tierra por numerosos países.
En aquel momento la misteriosa lámpara que vio Beatriz, se apagó…, pero después se volvería a encender, es decir, su Orden después de muchas tribulaciones florecería en todo el mundo. Ella murió con fama de santidad.

Tumba de Beatriz en Toledo

Y si hemos de creer en los milagros, admitamos que yendo de camino de Tordesillas a Toledo –no falta autor que lo refiere- se le aparecieron ‘dos frailes con hábito de San Francisco (San Francisco de Asís y San Antonio de Padua, de quienes era devota) exponiéndola que no tuviera miedo, que nada malo le pasaría por parte de la Reina, y anunciándole lo importante que llegaría a ser. Al llegar a una venta Beatriz los invitó a entrar y tomar un refrigerio, mas ellos desaparecieron misteriosamente. Ya no digamos de la aparición de la Virgen mientras estuvo encerrada en el baúl.


En los altares de Acá, en el cielo del Más Allá.

Continúa el mismo biógrafo aportándonos datos milagrosos y los cronológicos de su canonización, momento en que –dice- ‘contaba la Orden con más de ciento cincuenta conventos extendidos por Europa y América’. Pero vamos a pasar nuevamente a su “reciente” estudioso, Sr. Hernández Sánchez-Barba, nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1925, catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid, que en 1993 publicó ‘Monjas ilustres en la Historia de España’, atendiendo la voluntad del destacado psiquiatra Vallejo-Nágera (hijo). Empieza así su prólogo.

Poco tiempo antes de su muerte, recibí una llamada telefónica de ese inolvidable ausente que es Juan Antonio Vallejo-Nágera, comunicándome su firme decisión de que yo escribiese este libro para la colección Historia de la España Sorprendente, de Ediciones Temas de Hoy, dirigida por él. […] Conocedor de la situación de su salud, y librando su última batalla contra la enfermedad, me hice cargo del honor de ser elegido –él debía saber las razones- para escribirlo. Lo hago en memoria de un hombre extraordinario que puso tan alto el listón de la cultura española.

La obra se titula ‘Monjas ilustres en la Historia de España’. La parte dedicada a la monja de referencia por parte de Sánchez-Barba termina así:

Coincidió, pues, el momento de la muerte de Beatriz con el comienzo de la Orden , siendo éste consecuencia del tránsito; era el 17 de agosto de 1417.
Tras comenzar en el siglo XVII el proceso de beatificación, el Papa, Pío XI, firmó el decreto de beatificación el día 28 de julio de 1950, a reasumir la causa de canonización de la beata Beatriz de Silva.

Finalmente, fue proclamada santa por Pablo VI el 3 de octubre de 1976.

Grande fue el servicio hecho por la ilustre portuguesa para la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, aunque no llegara hasta el 8 de diciembre de 1854, proclamándolo el papa Pío IX en su bula Inefabilis Deus.

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