sábado, 22 de septiembre de 2018

Más sobre la arraigada mentira en un pueblo segoviano



En los comentarios hechos a su tesis, que al fin consiguió publicar gracias a la Diputación de Segovia, no encuentro que Diana Lucía Gómez-Chacón haya dado por cierto la mentira del sepulcro, parece ser continúa sin tocarla. Ya dije en mi anterior artículo que ‘silenciar la verdad es una manera de contradecirla’. Ya lo veré cuando tenga la oportunidad de echar un vistazo a su tesis si persiste en adherirse a los que no admiten la verdad del sepulcro, es decir, que los restos humanos contenidos en él no corresponden a quien indica su inscripción, según la inequívoca prueba de ADN. Ella desde un principio, y a pesar de que ya hacía más de tres años de la verificación de dicha prueba científica, fue partidaria de seguir la corriente a Eusebio García González (alcalde entonces) y sus secuaces, quienes sin más ni más consideraron que el esqueleto encontrado en la iglesia –harto expuesto está el cómo y el cuándo- era  de la reina, suegra del Príncipe de Asturias, fallecida en Santa María de Nieva el 1 de abril de 1441, ignorándose la causa de su muerte.

Alguna vinculación tengo, como queda patente en mi blog –otrora estuvo también mi firma relacionada como asiduo colaborador de ‘El Adelantado de Segovia’- con la localidad llamada en la actualidad Santa María la Real de Nieva; por este motivo y porque nos puso en contacto la anterior archivera del Monasterio de Santo Domingo el Real de Toledo, surgió una correspondencia epistolar. La aludida hermana, a quien ella expuso, al visitar el convento para adquirir un libro,  el lugar que había elegido para hacer su tesis le facilitó mi correo electrónico. Pero de otro modo nunca hablé con Diana, no coincidimos en el pueblo. No lo sé. La ruptura de nuestro contacto la produjo el rechazarle de plano que no se atreviera a enfrentarse a la mentira, que comulgara con ella. Verdad que como dice Camón Aznar, en este de sus ‘Aforismos del solitario’: Milagro de la política: hace comulgar al pueblo con ruedas de molino. No se consiguió conmigo, reacio a todo servilismo, y a sabiendas de que sufriría venganzas. Dolido de la subyugación aceptada por mi corresponsal, le manifesté:     

Me gustaría tener a la vista un día tu rechazo de que el sepulcro corresponda a la inscripción con que se viene engañando, que es un montaje del anterior alcalde y que el actual continúa sosteniendo el infundio en vez de honestamente rectificar desde el punto y hora que no cabía el error ni la mentira. En tu correo electrónico de fecha 22/4/2013 expones:
‘Evidentemente, yo no puedo contradecir, ni voy a hacerlo nunca, los resultados de los análisis de ADN que demostraron que la que allí descansa no es la reina navarra y, evidentemente, así lo haré constar en mis publicaciones.  

Esto me manifestó en dicha fecha, pero nada a este correo mío de fecha 6 de marzo del cursante año me respondió, evidentemente se había truncado nuestro contacto.  Le añadía a este no contradecir:

Pero personalmente transigiste, consistiendo con oír y callar la mentira ante el ex alcalde y el ex conserje del Ayuntamiento, elevado por él a guía oficial del pueblo, como se ve en los vídeos de propaganda del lugar y del falso sepulcro de Blanca I de Navarra. 

Veremos –antes o después, sin prisa- en qué queda este adverbio de modo: evidentemente. Lo que se palpa de manera evidente es que como en su tesis no haya confirmado que no contradice el resultado del estudio genético en cuestión, en su artículo germen de la tesis no lo ha efectuado.

De los que sustentan la mentira del sepulcro que al menos la referida se arrepienta.

Quien hace una cosa mal hecha, si en conociéndola,
pone enmienda a ella, muestra que la hizo porque
entendió que era buena, y es el castigo santa disculpa
de su intención; mas quien la lleva adelante, viéndola
mala y en ruin estado, ése confiesa que la hizo mala,
por hacer mal.
         - Quevedo, en ‘Política de Dios y gobierno de Cristo -

En su artículo, insertado, con varios otros, en la revista ‘Sílex’, dirección editorial: Cristina Pineda Torra, escrito que, como dijimos, es el embrión de la tesis de es Diana Lucía Gómez-Chacón, en lo referente a Blanca I de Navarra escribe.

Inés de Ayala, miembro del séquito de Catalina de Lancaster, otorgó un codicilio el 3 de junio de 1403 en Santa María la Real de Nieva, villa en la que falleció cinco meses más tarde, y a cuyo convento había dejado su cuerpo en depósito a la espera de que fuese trasladado al convento de Santo Domingo el Real de Toledo, del cual era priora su hija Teresa de Ayala.
Años más tarde, el 1 de abril de 1441, la reina Blanca, esposa de Juan II de Navarra, fallecía en la villa segoviana, en cuyo convento recibió sepultura, incumpliendo las últimas voluntades de la manera que deseaba ser enterrada en Santa María de Ujué. Según el padre Mariana, cuyo testimonio recoge A.M. Yurami ‘los frailes de Santo Domingo de aquel monasterio de Nieva afirman que los huesos fueron de allí trasladados,, mas no declara cuándo ni a qué lugar.

Por favor, por favor, no más reiteración. Lea la autora de este artículo que estoy comentando el titulado ‘Los restos de la reina Blanca de Navarra y sus funerales en Pamplona’, de Eloísa Ramírez Vaquero, y déjese de descubrir el Mediterráneo. Y ello aun cuando no pretenda hacer un artículo –en su día una tesis- de investigación, sino de mera información. Entérese, además, que Blanca I de Navarra no era esposa de Juan II de Navarra –solamente la susodicha Diana puede concebir dos monarcas simultáneos en un mismo reino-, contrajo segundo matrimonio con el que un día sería Juan II de Aragón. (1458-1479, o sea, hasta su muerte a la edad de 80 años).  Si tras la muerte de su primera esposa Blanca llegó a Juan II de Navarra fue por usurpación de la Corona al hijo de Ambos. Después de retenerla por las armas al Príncipe de Viana, elimino a su hija Blanca para continuar con el reino de Navarra. Obviamente, en vida de la reina de Navarra no pasaba de ser rey consorte. Si continúa un tanto perdida en esta época, me da la impresión de que ni siquiera ha leído ‘Doña Blanca de Navarra, crónica del siglo XV’, de Francisco Navarro Villoslada. 

Bueno que no salga de los márgenes de su estudio limitado al título de su escrito: ‘Reinas y Predicadores: el Monasterio de Santa María la Real de Nieva en tiempos de Catalina de Lancaster y María de Aragón (1390-1445)’. De la reina de Navarra únicamente vuelve a hacer mención  para significar la labor de custodia que ejercían los dominicos. Escribe:

Los cuerpos de Blanca de Navarra y de Inés de Ayala no habrían sido los únicos custodiados por la comunidad de religiosos de Santa  María la Real de Nieva, ya que, durante algún tiempo, los frailes velaron el cuerpo de de una de sus principales benefactoras: María de Aragón.

La verdad que no se les puede felicitar por su celo, cuidado, esmero, en su cometido, pues debieron considerar que no era de su incumbencia dejar la menor anotación de la ubicación de los enterramientos importantes, o sea, lo que custodiaban, puesto que en aquel entonces se enterraba en las iglesias, y, por otra parte, no había Registro Civil. ¿De quién si no fue la negligencia de la pérdida de los restos de Blanca I de Navarra y de doña Inés de Ayala, de ignorarse su sepultura?  Algo semejante ocurrió con la nuera de Catalina de Lancaster, también sus restos y los de su hijo, Enrique IV, sepultados en el hoy Real Monasterio de Santa María de Guadalupe –Guadalupe, Cáceres- se perdieron hasta que el 28 de marzo de 19947 en que un albañil reparando la iglesia encontró dos ataúdes. Marañón y el también académico Manuel Gómez Moreno elaboraron un informe de exhumación. Puede leerse el ‘Acta de exhumación del cadáver de Enrique IV’, la introduce Marañón en su ‘Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo’. Explica así lo que hallaron.  

Quitada la tabla medio-relieve que se encuentra debajo del cuadro de la Anunciación, en el lado del Evangelio del altar mayor,  quedó al descubierto una galería,, con bóveda de medio cañón y arco apuntado, donde había dos cajas de madera,, lisas del siglo XVII. En una de ella se encontraban los restos momificados, pero muy destruidos, de la Reina doña María, envueltos en un sudario de lino, cuya momia no ofrecía materia de estudio.. En la otra caja, los restos de Enrique IV, envueltos en un damasco brocado del siglo XV, sudario de lino, restos de ropa de terciopelo, calzas o borceguíes.

 Está visto que la custodia de los frailes, de la Orden monástica que fuere, es inútil; de nada dejan referencia.  La referida autora de la tesis, una persona más que eligió como tema el monasterio que impulsaron Enrique III y su esposa Catalina de Lancaster, supongo que en ella rectificará el adaptarse a la mentira del sepulcro de Blanca I de Navarra; entendió que era buena idea dejarles con la mentira –malas entendederas la de Diana Lucía- , habrá llegado a verla mala y no lo apadrinará en su definitiva postura, actitud. Ya es bastante equivocación culpa, no haber sido leal desde un primer momento a la Historia y a la Ciencia, ya fue durante largo tiempo en contra de la prueba científica de ADN. Repito, y nunca se repetirá lo bastante. Asimismo espero que modifique –en lo que ha de modificar, y malo si no lo sabe- el artículo a que estoy refiriéndome. 

¿De qué murió María de Aragón.

Según el cronista Alfonso de Palencia, pudo ser envenenada por orden de don Álvaro de Luna. El padre Enrique Florez de Setien, en sus ‘Memorias de la reina católicas de España lo refiere así: 

Una y otra murieron de veneno, según la prontitud y efectos de la muerte, pues doña Leonor acabó de repente, después de recibir un remedio casero,; doña María no sintió más enfermedad que dolor de cabeza, y al cuarto día murió. Los cuerpos de las dos se llenaron igualmente de  ronchitas  después de fallecer, y, por tanto,  se creyó haber fallecido por veneno; y aun leemos que en el proceso actuado contra don Álvaro de Luna se hallo haber influido en dar hierbas a las dichas reinas.

Nos dice,  no obstante, Vicente ángel Palenzuela, de la Universidad Autónoma de Madrid, en ‘María infanta de Aragón y reina de Castilla’:

Aunque con reservas, la historiografía posterior no ha dejado de recoger esos rumores que deben ser abandonados absoluta y definitivamente: Leonor y María fallecieron de muerte natural; con toda probabilidad, dados los síntomas que presentan, a causa de unas meningitis meningocócica.

Hace constar el autor:

Debo este diagnóstico a mi buen amigo y excelente médico Antonio Maudes Rodríguez, Jefe de Sección  de Medicina Interna del Hospital de Ramón y Cajal.

Entra el historiador en el síndrome de la enfermedad, y termina diciendo:

Como se puede comprobar, son exactamente los síntomas que presentan las dos Reinas.

Nada se encuentra sobre la muerte de súbito de Blanca I de Navarra en Santa María de Nieva, ¡se llevaba tan… “bien” aquella familia Trastámara, los de Aragón y los de Castilla! La infausta reina no saldría de dicha localidad ni muerta. Infausta, sí, porque su segundo matrimonio lo fue, conforme sobrados datos existentes de que tal vez trate otro día. Evidentemente es incierto o contrario a la verdad que ‘el convento segoviano no solo se había convertido en lugar de reposo de las reinas sino también en espacio de enterramiento tanto  de éstas como de algunos miembros destacados de la Corte. (sic). ¡Qué manera de divagar, errar! La reina Catalina de Lancaster se alojaba habitualmente en el alcázar de Segovia –un recinto de él se debe precisamente al matrimonio Lancaster-Trastámara- y amaba esta ciudad, tanto es así que en su testamento hace una manda encomendando a su hijo las capellanías que había fundado en Santo Domingo el Real de Toledo, la catedral Primada y Santa María la Real de Nieva. Lo de ‘espacio de enterramiento de reinas’ me deja estupefacto. Me gustaría que la autora del artículo de referencia, me enumerase estas reinas enterradas en el convento de su estudio de difusión. No cabe emplear el plural, porque no pasó de una. Y es incontrovertible que la reina de Navarra no quiso morir ni ser enterada allí, donde, por otra parte, no acudió para buscar reposo. Jajay.  


             

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